El Rey, González, Roca, Madí… el pulso independentista se disputa entre bambalinas

EL CONFIDENCIAL 14/09/15
NACHO CARDERO

· Aparte del Gobierno y los representantes empresariales, hay otros muñidores de peso que se mueven silentes en el campo de batalla catalán. La maquinaria del Estado se ha puesto en marcha

La maquinaria del Estado se ha puesto en marcha. Lo hace lenta, pero inexorablemente, con ese deje letal que arrastra de siempre el nacionalismo español, y lo hace no tanto para aplacar el desafío catalán, para lo cual llega a deshora, como para inclinar el fiel de la balanza del CIS hacia el lado del bloque no secesionista. Aparte del Gobierno y de los representantes empresariales, que se han pronunciado recientemente al respecto, hay otros muñidores de peso que se mueven silentes entre bambalinas. Entre ellos destacan las figuras de Don Juan Carlos y Miquel Roca.

Tanto a uno como a otro se les atribuye el haber promovido la repentina fiebre epistolar de alguno de nuestros más insignes hombres patrios en torno a la cuestión catalana. La relación entre el Rey emérito y el famoso abogado, defensor de la infanta Cristina en el caso Nóos, no escapa a nadie y traspasa los predios de La Zarzuela. Aunque Roca asegura mantener una exquisita equidistancia ante el proceso independentista que vive Cataluña, lo cierto es que ha puesto tierra de por medio con CDC y no duda en calificar la aventura de Artur Mas de auténtica locura.

Es en esta estrategia antisecesionista donde hay que encuadrar los ditirambos catalanes y las críticas a la lista unitaria que se suceden en prensa, radio y televisión. Felipe González confesaba sotto voce que “le estaban presionando mucho” para que se pronunciara sobre el encaje de Cataluña en España. Se resistía pero finalmente se dejó convencer para escribir la tribuna. El artículo iba a publicarse simultáneamente en El País y La Vanguardia, pero al no existir consenso se decidió que apareciera en el rotativo madrileño y se compensara al catalán con una entrevista.

El ubicuo expresidente del Gobierno también se ha dejado ver estos días en la presentación oficial en Madrid de la Tercera Vía, una asociación contraria a la independencia que aboga por el diálogo. Al acto acudieron el líder de los socialistas, Pedro Sánchez, y otros dos exsecretarios generales del PSOE: Alfredo Pérez Rubalcaba y Joaquín Almunia. Sólo faltó Zapatero, quien se ha descolgado definitivamente del partido y no sería raro que un día de éstos diera un cambio a lo Verstrynge y se dejara crecer barba y coleta a modo y semejanza del look Podemos.

A Don Juan Carlos y Roca se les atribuye el haber promovido la repentina fiebre epistolar de nuestros insignes hombres patrios en torno a Cataluña

Luego está la actitud del Ejecutivo popular. Aunque tildada unánimemente de pusilánime y corta de miras -como hizo este domingo Santiago Muñoz Machado, catedrático de Derecho y miembro de la Real Academia de la Lengua (RAE), que criticaba en una entrevista el “inmovilismo” del Gobierno para “detener este disparate”-, los cerebros de la causa independentista consideran que la estrategia más inteligente de Madrid para combatir a Artur Mas ha sido precisamente ésa: no hacer nada. “Resulta frustrante”, se le escucha decir a menudo a David Madí.

Madí, presidente del Consejo Asesor de Endesa en Cataluña, consejero del grupo Godó y en su día todopoderoso jefe de gabinete de Artur Mas, ha vuelto al redil. Después de unos años de distanciamiento, ha retornado a su puesto de gurú de alcoba del president, desplazando a Quico Homs, que ha perdido nueve quilos de peso por el estrés. Muy crítico con la estrategia llevada a cabo por sus compañeros, ha tomado las riendas de la campaña a cambio de tener todo el control, como ya hace en Òmnium, donde ha colocado a su amigo Quim Torra. Como recuerda Salvador Sostres en ABC, Mas es sólo una obra de Madí, una botella vacía que ha ido llenando con el uso.


· ‘Quien controla a los niños, controla el futuro, punto final’ (Michel Houellebecq, ‘Sumisión’).

La Diada del pasado 11-S, Fiesta Nacional de Cataluña, se convirtió por unas horas en el campo de batalla de estas dos sensibilidades: la que quiere y la que no quiere, la de Mas y Rajoy, la de Madí y la de Roca. Al final del acto, un president excitado dijo: “Tengo un mensaje para el Gobierno español: pido que tomen nota de lo que han visto: las imágenes hablan por sí solas”.

Y las imágenes, efectivamente, hablaban por sí solas. Había mucho niño entre los cientos de miles de personas que se desplegaron en la Meridiana de Barcelona. Niños tocados con barretinas y embozados con la senyera, niños independentistas, más independentistas incluso que los padres que los llevaban a hombros, niños galvanizados por ese dios hecho hombre que se aparece en la TV3 como Yahveh se le apareció a Moisés en el monte Sinaí.

Las autoridades catalanas hace ya tiempo que cambiaron el Disney Channel por la TV3 para la educación de los hijos. La cadena pública autonómica se presenta como una máquina de lobotomía que atraviesa eficaz la corteza cerebral de los telespectadores.

Había mucho niño entre los cientos de miles de personas que se desplegaron en la Meridiana. Niños independentistas, más incluso que sus padres

El Confidencial destapó la semana pasada el plan conjunto de la ANC y TV3 para teledirigir la Diada y ponerla al servicio de la candidatura secesionista Junts pel Sí. Así lo entendió la Junta Electoral Central que obligó a la televisión catalana a compensar «de forma inmediata» a las formaciones que no se habían adherido a los fastos del 11-S con espacios informativos en la misma franja horaria y con el mismo tiempo que dedique a la celebración de los independentistas.

TV3 se tomó a chacota la decisión y, en vez de compensar, emitió la película El Patriota. No hay arma más potente de control que los medios y la educación. “La economía o incluso la geopolítica no son más que cortinas de humo: quien controla a los niños controla el futuro, punto final. Así que la única cuestión capital, el único aspecto en el que no darán su brazo a torcer, es la educación de los niños”, escribe Michel Houellebecq en su último libro, Sumisión. Artur Mas tiene bien aprendida la lección.