27-S: hacia una Cataluña ingobernable

· Los promotores de estas elecciones han ganado su primera batalla: que toda la atención pública se concentre en si habrá o no mayoría en el Parlamento

Los promotores de estas elecciones han ganado su primera batalla: que toda la atención pública se concentre en si habrá o no mayoría en el Parlamento de Cataluña para respaldar una declaración de independencia.

Desde ese punto de vista las elecciones sí han adquirido un cariz materialmente plebiscitario aunque formal y legalmente no puedan serlo. Es fácil dejarse arrastrar por esa corriente: incluso analistas nada sospechosos de simpatía por el independentismo han caído ya en la trampa de hablar del voto SÍ y el voto NO, certificando el éxito de la estrategia de Artur Mas y sus socios de enmarcar fraudulentamente el contenido de la votación.

Con este triunfo preliminar, Mas ha conseguido que nadie le pida explicaciones por su acción de gobierno. Se ha dado por bueno el lote entero, incluidos los recortes sociales, el desastre de los servicios públicos, el endeudamiento desbocado y la corrupción.

Y lo que es aún más notable, nadie le pregunta por sus intenciones ni por su programa si vuelve a gobernar. Lo que pretende obtener -y aparentemente muchos catalanes están dispuestos a dárselo- es un salvoconducto para seguir impulsando el procés más allá de la frontera de la ley y un cheque en blanco para todo lo demás.

Con el triunfo preliminar del voto SÍ-NO, Mas ha conseguido que nadie le pida explicaciones por su acción de gobierno. Se da por bueno el lote entero

Sin embargo, hay algo ineludible: de estas elecciones tiene que salir un Parlamento que sea capaz de alumbrar una mayoría de gobierno y que pueda aprobar leyes y presupuestos. Y tiene que salir un gobierno que gestione los más de 50.000 millones de euros de que dispone anualmente la Generalitat de Cataluña. Que garantice el orden en las calles y, como decía Tierno Galván, que cuando usted se levante cada mañana y gire la llave del grifo, por ahí salga agua.

Y si manejar lo de la independencia va a ser un quilombo, lo de formar y sostener un gobierno con el Parlamento que se elija el 27 de septiembre podría resultar una misión imposible.

Sí, ya sé que la hoja de ruta de Junts pel Sí prevé una legislatura corta: un año y medio para desconectar a Cataluña de la legalidad española, crear estructuras de Estado, negociar con el Gobierno español “el reparto de los activos y los pasivos” (qué bonito, como un pacífico divorcio de mutuo acuerdo) y  preparar el reconocimiento de los organismos internacionales para el nuevo Estado. Nada tan sencillo.

El fantasioso relato cuenta también que esto lo hará un gobierno de concentración compuesto por las fuerzas que hayan respaldado la declaración de independencia. Es decir, un gobierno de coalición entre Junts pel Sí y las CUP presidido por el Molt Honorable (?) señor Mas.

Que nadie olvide que de estas elecciones tiene que salir un Parlamento capaz de aprobar leyes, presupuestos y de gestionar más de 50.000 millones

Por cierto, los dirigentes de las CUP no han dicho que estén dispuestos a votar la investidura de Mas ni a formar parte de ese gobierno; más bien han apuntado lo contrario. 

Y por el otro lado, ¿se ha valorado lo que implica meter en el Gobierno a las CUP? Porque estos señores que se declaran anticapitalistas y revolucionarios también han publicado su propia hoja de ruta; y en ella se incluyen cosas como la ruptura con la Unión Europea, el impago de la deuda y la reversión de las privatizaciones, además de insinuar una especie de corralito financiero en Cataluña para evitar la fuga de capitales. Imagínense si exigen la Consejería de Economía y Hacienda…

En la vida real las cosas no serán tan fáciles como las pintan Mas y compañía, incluso si alcanzan junto con las CUP los 68 escaños con los que dicen conformarse.

¿Se ha valorado lo que implica meter en el Gobierno a las CUP? Porque estos señores anticapitalistas y revolucionarios han publicado su propia hoja de ruta

Junts pel Sí no es un partido, ni siquiera una alianza estable como lo fue CiU. Es un pacto electoral para la ocasión, un matrimonio de conveniencia entre fuerzas y gentes muy dispares entre sí.

El 28 de septiembre saldrán de nuevo a la superficie CDC y ERC y los dos personajes que hoy viajan camuflados en los puestos 4 y 5 de la lista por Barcelona reclamarán la jefatura y el protagonismo. En esa exigua mayoría independentista habrá cinco tipos de parlamentarios:

  1. Los pocos que queden de Convergencia. Será el momento de medir el tamaño del sacrificio que Mas ha infligido a su partido.

  2. Los de ERC, acreditada mantis religiosa de sus aliados.

  3. Los dirigentes de ANC y Òmnium, que hoy son los poderes fácticos que mandan realmente en la política catalana (lean sin falta a Roger Senserrich en Politikon: La cifra más importante del 11-S) y que tendrán cogido por el cuello a cualquiera que se siente en el Palau de la Generalitat (si es que finalmente no es uno de ellos).

  4. Los independientes del tipo de Lluís LLach, útiles como reclamos electorales pero difícilmente sometibles después a la disciplina parlamentaria.

  5. Y finalmente los de las CUP, crecidos tras su crecida y conscientes de que sin ellos no habrá independencia ni gobierno ni nada de nada.

Con esos materiales dispersos, ¿Puede aprobarse una declaración de independencia? Sí. No es legal ni es serio ni sensato, pero se puede.

¿Se puede pactar un programa de gobierno que establezca prioridades presupuestarias y hable de sanidad, educación, creación de empleo, control del déficit, , etc.? No parece sencillo: para eso alguien tiene que renunciar a muchas cosas esenciales.

¿Se puede conseguir que todos ellos voten la investidura de un candidato de centro derecha con un inquietante historial de recortes sociales y cuyo partido está metido hasta las cejas en la corrupción institucional? Está por ver.

¿Se puede hacer funcionar un Gobierno en el que los consejeros obedezcan al presidente y que responda unido cuando vengan las olas de veinte metros y haya que tomar decisiones difíciles? Se admiten apuestas.

Y ¿se puede mantener la cohesión parlamentaria de un tinglado como ese sin que se convierta en un gallinero al día siguiente de haber votado juntos la famosa DUI? Yo creo que la pelea de gallos está garantizada.

Aunque los resultados del 27-S den 68 diputados no independentistas, es totalmente imposible que de ese gruposalga una alternativa de poder

Pero la cosa de gobernar se pone aún más difícil si no hay mayoría independentista en el Parlamento.

Porque con mayoría absoluta o sin ella, quien gana las elecciones con una ventaja sobre el segundo de más de 25 puntos y 40 escaños está obligado a asumir la responsabilidad de hacerse cargo del Gobierno. Cualquier otra cosa sería un disparate y una estafa a los votantes.

Y aunque haya 68 diputados no independentistas es totalmente imposible que de ahí salga una alternativa de poder. No cabe en cabeza sana la idea de un gobierno de Ciudadanos, Podemos, Iniciativa, el PSC y el PP.  

Así que, en ese supuesto, Junts pel Sí tendría que apechugar con la tarea de formar gobierno, pero ya sin poder seguir con el plan independentista. Tendría que ser un gobierno normal: no para poner al país patas arriba, sino para restablecer el orden. No para violar la ley, sino para cumplirla. No para romper con España, sino para reparar el estropicio causado.

Necesitarían inventarse sobre la marcha el programa del que carecen; y necesitarían buscarse otros socios que, naturalmente pondrían sus condiciones para evitar que se repita el aquelarre.

En ese supuesto, Junts pel Sí tendría que apechugar con la tarea de formar gobierno, pero ya sin poder seguir con el plan independentista

Un reciclaje difícil para quienes llevan demasiado tiempo subidos al monte.

¿Y si no lo consiguen? Pues según la ley –si es que la ley aún significa algo para ellos-, tras dos meses nuevas elecciones. Y esas nuevas elecciones ¿volverían a ser plebiscitarias o serían ya normalmente democráticas? No sigo, que me mareo.

En la noche del 27-S sabremos si hay o no mayoría independentista. Pero lo que no sabremos es cuánto tiempo y cuántos quebrantos habrá que pasar hasta que Cataluña vuelva a ser un lugar gobernable.