El siglo de los genocidios

ANTONIO ELORZA, EL CORREO – 28/01/15

Antonio Elorza
Antonio Elorza

· Dicen que la evocación del holocausto debe servir para que no vuelva a repetirse. Pero lo cierto es que los genocidios se han repetido varias veces desde entonces.

El 27 de enero se ha conmemorado el Día de la Memoria, evocando la ‘shoah’, el exterminio de millones de judíos por el racismo nazi. La construcción de una memoria colectiva en torno a este crimen de masas hubiera debido ser rápida y duradera. No fue así. Muy pronto entraron en juego los intereses políticos de las grandes potencias, en anuncio de una futura guerra fría, de manera que por debajo de una superficie insalvable, cuya suerte se juzgó en el juicio de Nuremberg, quedaron impunes gran número de responsables que podían ser útiles en el nuevo escenario de conflicto. Tras el primer golpe, dejó incluso de ser conveniente insistir en la responsabilidad colectiva de esa nación de ‘verdugos voluntarios’ en que se convirtió la Alemania de Hitler. Fue paradigmático el caso del documental sobre los campos de exterminio, montado por Alfred Hitchcock y producido por el magnate Sydney Bernstein, iniciado por encargo de las fuerzas armadas británicas en abril de 1945, con el propósito de hacérselo ver a toda la población alemana, y que fue archivado sin terminar en septiembre por disposición oficial: los alemanes tenían un papel que jugar y no había que herirles demasiado.

Sin contar con el negacionismo posterior, esa tendencia a correr una leve cortina de humo se mantuvo en el futuro, a pesar de las advertencias de grandes escritores, que fueron al mismo tiempo víctimas, como Primo Levi. Incluso en España, la labor heroica llevada a cabo por Violeta Friedmann, querida amiga mía, superviviente judeohúngara de Auschwitz, que consiguió la consideración de delito para la negación del holocausto, anulada después de su muerte por el Tribunal Constitucional. La sentencia de 7 de noviembre de 2007, al buscar argumentos para dar vía libre al negacionismo, absolviendo de paso a un librero antisemita de Barcelona, fue toda una prueba de aquella verdad enunciada por Tierno Galván: no hay peor ciego que el que no quiere ver. Primero, la puesta en cuestión del holocausto ha de ser respetada, nada menos que en nombre de «la libertad científica». Segundo, negar «conductas» (sic) calificadas como delito de genocidio no supone «la creación de un clima social de hostilidad contra aquellas personas que pertenezcan a los mismos grupos que en su día fueron víctimas del concreto delito de genocidio». Vergonzante perífrasis con la cual el TC viene a decirnos que alentar el antisemitismo nada tiene que ver con la negación de Auschwitz. La Justicia, a veces, no solo es ciega, sino también ignorante.

Por fortuna, la opinión democrática a escala mundial sigue otro camino. Prolifera, no obstante, una expresión al uso, según el cual la evocación del holocausto debe servir para que semejante tragedia nunca vuelva a repetirse. Son palabras del todo válidas, pero a las que debe sumarse una constatación: los genocidios se han repetido más de una vez a partir de entonces. El jurista judeopolaco Raphaël Lemkin supo verlo desde un primer momento, de ahí que una vez sensibilizado por el aniquilamiento de los armenios, se ocupara de que tales crímenes adquiriesen carta de naturaleza en la normativa y en las instituciones internacionales.

La Convención de 1948, en virtud de la cual era reconocido el delito de genocidio, fue adoptada por la ONU, si bien el proceso de ratificaciones por los Estados fue muy lento, y la jurisdicción universal para tales crímenes llegó aún más tarde. Los intereses de política internacional bloquearon, por ejemplo, hasta 2007, el juicio sobre el genocidio de los jemeres rojos. La razón es que hasta bien entrados los años 90, por antisovietismo, Pol Pot y su grupo dirigente estaban protegidos conjuntamente por Estados Unidos –hasta Joan Báez les dedicó un concierto–, China y Tailandia. Una vez rota esa trama, pudieron ser juzgados y condenados al borde de la muerte física. La jurisdicción internacional se ha aplicado a los Estados débiles, como Ruanda y Serbia.

La exigencia de definir ese delito desde el ámbito internacional fue planteada por Lemkin en su ponencia enviada al Congreso penal de Madrid de 1933. Emplea los términos de ‘barbarie’ y ‘vandalismo’ (para la vertiente cultural). La llegada de Hitler al poder es lo que le lleva a centrarse en el potencial destructivo, primero, y al balance de su puesta en práctica durante la guerra, luego. En 1943 surge el neologismo ‘genocidio’. Y no se trata solo de la invención de un concepto, sino del establecimiento de unas pautas de análisis que permiten conocer la indispensable fase de preparación, ideológica y política, de la cual resulta la destrucción de una nación y/o de un colectivo racial o religioso. También aquí es preciso ir más allá, dado que esa destrucción tiene lugar asimismo por medio de un haz de políticas genocidas (policial, jurídica, financiera, educativa).

La fase de castigo también cuenta. Curiosamente, Lemkin desconocía el antecedente del intento de castigo del genocidio armenio, cometido por el Gobierno de los Jóvenes Turcos, en el imperio otomano. Desde muy pronto, el 24 de mayo de 1915, los aliados advirtieron al Gobierno otomano de su voluntad de castigar los crímenes en curso, definidos como «crímenes contra la humanidad y la civilización». Al finalizar la guerra, intentaron sin éxito poner en marcha un tribunal internacional, pero faltaba todo antecedente –obstáculo: la soberanía del Estado– y toda normativa. Como sucederá en Nuremberg, había que proceder desde la inseguridad del ex post facto. Por eso Lemkin se obstina en tipificar el delito antes de 1945 y en forjar la jurisdicción internacional, no estatal, desde entonces. El genocidio debe quedar además grabado en la memoria de la humanidad. De ahí la exigencia de que el armenio sea reconocido ahora en su centenario, y que otros innegables lo sean también como eslabones de una cadena criminal, y no como simples episodios de barbarie.

ANTONIO ELORZA, EL CORREO – 28/01/15