El soberanista inesperado

Juan José Ibarretxe parecía un lehendakari discreto que se dedicaría a la gestión y ha terminado, diez años después, siendo un líder con carisma volcado en la política.

Habían pasado poco más de 24 horas desde la creación del euro y los periódicos llevaban ese día en portada seis cifras, en generosa tipografía: 166,386, el cambio de la peseta respecto de la divisa europea. En su interior, los analistas hablaban de un nuevo Gobierno vasco eminentemente técnico que parecía encaminado a eludir arduas cuestiones políticas para sumarse a la ola de la recuperación económica que se hacía patente en toda Europa. Ibarretxe juró el cargo de lehendakari y anunció su Gobierno el 2 de enero de 1999 en el umbral de la etapa de prosperidad económica más larga que han vivido Euskadi, España y Occidente en su historia moderna. Gobierno de gestión. No eran palabras de analistas acostumbrados a la especulación. Un portavoz del EBB comentó ese mismo día, a propósito del hecho de que el nuevo consejero de Interior, Javier Balza, no supiera euskera, que había «terminado el tiempo de los símbolos». Cuando la semana entrante Juan José Ibarretxe deje su cargo, casi 3.800 días después de haber llegado a Ajuria Enea, lo hará desmintiendo todos los pronósticos. Su decenio al frente del Gobierno vasco ha sido la etapa más dominada por la política desde la Transición. Sucedió lo más improbable.

¿Qué balance puede realizarse del mandato de Ibarretxe? Un buen conocedor de la política vasca lo define así: «Ha hecho bien lo que sabía hacer y ha hecho mal lo que no sabía hacer». Lo que sabía hacer era gestionar. De ahí que la economía sea el apartado en el que Ibarretxe ha sacado la mejor nota. Una gestión prudente de los recursos, el blindaje del Concierto Económico, los programas de apoyo e innovación industrial que han mantenido un tejido productivo sólido que hasta ahora se ha mostrado menos vulnerable ante la crisis -aunque las previsiones optimistas de Lakua, igual que antes las de Zapatero, no tenían mucha justificación-, un buen crecimiento de la inversión en I+D, un aprovechamiento adecuado de la larga etapa de crecimiento económico en todo el mundo… Eso es positivo y ha dado como resultado que Euskadi vuelva a ponerse en cabeza en cuanto a renta disponible per capita.

También hay aspectos negativos: una pérdida de peso relativo de la economía vasca dentro de la española (compatible con el primer lugar en renta per capita por el estancamiento de la población), una proliferación de organismos relacionados con la industria que generan gasto y parecen redundantes, las diputaciones enredadas en un desorden fiscal que Lakua no supo reconducir, una débil interlocución con las grandes empresas vascas. El resultado de juntar el debe y el haber da una buena calificación. Hasta los más críticos lo reconocen, aunque su entusiasmo sea moderado.

Luces y sombras sociales

En materia de diálogo social, en cambio, el Gobierno ha estado ausente. Nunca como en estos años ha habido menos relación entre el Gobierno, los empresarios y los sindicatos, sobre todo si se ajusta la mirada al período de Azkarraga en el Departamento de Trabajo. Esa incomunicación ha afectado también a organismos como CRL y CES, reducidos casi a la paralización por culpa de los enfrentamientos entre sindicatos. En este aspecto, las responsabilidades están muy repartidas, pero el Gobierno no ha ejercido el liderazgo que podría haber propiciado que las cosas cambiaran.

La buena nota se extiende a las políticas sociales, articuladas en programas que luego, en algunos casos, han sido adoptados por otras comunidades. No es cierto, pese a lo dicho por Ibarretxe en algún debate de política general, que ninguna otra comunidad autónoma tenga programas más avanzados en ningún capítulo, pero los especialistas sostienen que el nivel general es francamente bueno.

En cambio, las políticas aplicadas en el ámbito de la sanidad y la educación presentan luces y sombras. En el caso de la educación, más de lo segundo que de lo primero: el gasto por alumno es elevado en la enseñanza no universitaria aunque la universitaria tiene una dotación inferior a la media. Con todo, los problemas no han venido por ahí, sino del desaguisado del último consejero, cuyos planes -finalmente dejados en el cajón por falta de apoyo entre los partidos del Gobierno- han creado un desconcierto absoluto en el sector. La sanidad ha vivido igualmente años conflictivos: los de mayor agitación de su historia, con numerosas huelgas y protestas contra la política del Ejecutivo. De forma paradójica, Osakidetza ha sido bien calificada por algunos organismos internacionales -los agentes del sector lo explican en el hecho de que se basa en datos bastante antiguos-, mientras los pacientes y el personal sanitario hablan sin tapujos de un notable deterioro.

Las notas siguen bajando. En el apartado cultural muchos ni siquiera le dan un aprobado. Continuismo, escasa capacidad de gasto del departamento por la primacía absoluta de la política lingüística y la necesidad de dotaciones crecientes para EITB y un peso excesivo de todo lo que reforzara una identidad vasca entendida desde el punto de vista del nacionalismo. Eso, sumado a algunas promesas incumplidas, como la de una nueva ley de fundaciones, y al estallido de escándalos como los de Guggenheim y Balenciaga en los que la consejera mostró una nula capacidad de reacción, han sido los ejes de las críticas que los agentes del sector hacen a la gestión de Azkarate y su equipo. El Plan Vasco de la Cultura, uno de los proyectos estrella de Ibarretxe en este decenio, fue acogido con más escepticismo y críticas que aclamaciones y se ha plasmado, sobre todo, en numerosos informes, para beneficio de las empresas que se dedican a ello. En el resto de los apartados, los retrasos han sido la norma. Norma ha sido también el clientelismo, más arraigado a medida que pasaban los años. No es un fenómeno propio de un gobierno nacionalista, se apresuran a precisar los analistas del sector. Es propio de lugares donde una fuerza política lleva mucho tiempo en el Ejecutivo. En Andalucía, pasa exactamente lo mismo.

Ibarretxe ha hecho mal lo que no sabía hacer. Nunca había mostrado excesivo interés por los asuntos más ideológicos de la política; de ahí que todos esperaran gobiernos volcados en la gestión. Sin embargo, poco dado a lecturas ajenas a sus ideas y reacio al intercambio de argumentos con el discrepante, se lanzó a una huida hacia adelante. Como comenta alguien que lo conoce bien, su actuación política ha sufrido una ideologización creciente, centrada cada vez más en el ideario nacionalista porque piensa que Euskadi es así. Ha seguido, añade, el camino opuesto al de Ardanza. Mucho más identificado en el momento de llegar a Ajuria Enea con las propuestas nacionalistas, su confianza en las virtudes del pacto lo condujeron a ser un gran defensor de la pluralidad del país.

El país imaginado

Mal asesorado. Los más radicales creen que es más justo decir pésimamente asesorado. Porque así como en los aspectos económicos y sociales Ibarretxe ha contado con la colaboración de buenos técnicos, en el apartado político no ha sucedido lo mismo. Aunque comenzó bien, poco a poco fue dejando de contar con quienes no pensaban como él y osaban decírselo. El resultado de esa falta de contraste y de su tendencia a un enfoque parcial de los problemas se ha visto incluso en sus discursos, pródigos en referencias más mitológicas que históricas.

«No ha sido capaz de comprender la complejidad de la sociedad vasca y se ha autoconvencido de estar en posesión de la verdad», dice una de esas personas que dejaron de ser llamadas a Ajuria Enea en cuanto empezaron a mostrarse críticas. «A su juicio, quienes no comparten el ideario nacionalista no tienen derecho a definir lo que debe ser la sociedad vasca. En el fondo, piensa que este es un pueblo oprimido».

El recuerdo de la política de estos años estará dominado para siempre por el llamado ‘Plan Ibarretxe’ y la consulta. El derecho a decidir se ha convertido en un dogma -«sin darse cuenta de que nace de un pacto», matiza un analista-, en una bandera apoyada en ejemplos cada vez más sorprendentes y remotos: si primero lo fue Canadá, luego ocuparon su lugar las islas Feroe y Kosovo, sin reparar en que la realidad de este último país no es lo que se dice envidiable y en que se mueve internacionalmente en un limbo de alegalidad. Sin embargo, esa bandera ha convertido a quien parecía predestinado a ser un lehendakari discreto y de escaso carisma en un líder dentro y fuera de su partido. Tanto es así, que hace dos meses logró un magnífico resultado para el PNV porque fue capaz de atraer la gran mayoría del voto nacionalista.

Han sido años también de muy difícil relación con los colectivos de víctimas del terrorismo, a quienes el lehendakari ha visto como agentes políticos -es verdad que en algunos momentos no le han faltado razones- antes que como personas que sufren. Y de pésima relación con la Justicia. Para muchos, el proceso por el diálogo con Batasuna no tenía sentido. Los ataques que sufrieron los jueces, provenientes de Lakua y más concretamente del departamento dirigido por Azkarraga, tampoco.

Todo ello ha dado como resultado una alianza entre socialistas y populares que no es posible en ningún otro lugar. Y que no habría sido ni imaginable hace diez años aunque la suma de ambas fuerzas hubiese dado para llegar a Ajuria Enea, según todos los observadores. Como dice un veterano sociólogo, la idea de transversalidad tiene menos adeptos ahora que al final del período Ardanza. Es obvio que no toda la responsabilidad es de Ibarretxe, pero también que la política será en lo sucesivo, mientras no cambie la situación, más abrupta, más de trinchera.

Algo que también ha percibido la sociedad. Hoy, según los sociólogos que estudian los procesos políticos, la masa de votantes nacionalistas es algo menor que hace diez años tras haber sufrido un desgaste lento pero continuo. En cambio, es un voto más radical; un voto que empieza a no conformarse con ninguna opción que no tenga en su programa de mínimos la exigencia del derecho de autodeterminación. Por eso los sectores más independentistas hacen un balance mejor del decenio Ibarretxe en cuanto a la política: ellos entienden que será muy difícil que el péndulo nacionalista vuelva al lado del pragmatismo.

EL CORREO, 3/5/2009