En el adiós de Rosa Díez

LIBERTAD DIGITAL 14/07/15
CAYETANO GONZÁLEZ

El partido de Rosa Díez, que es como desde el principio se ha conocido y denominado a UPyD, acaba de elegir a un nuevo dirigente, Andrés Herzog, en lo que probablemente sea el último intento de reflotar un proyecto político que nació en setiembre de 2007 para regenerar la vida política española, enfangada en la corrupción y en la crisis institucional.

Pero el propósito de estas líneas no es hablar tanto de UPyD como de quien ha sido su líder desde su fundación. En la hora de su adiós de la primera línea política, parece que es el momento adecuado para hacer un balance de lo que ha sido y ha supuesto el servicio prestado por Rosa Díez a la cosa pública. Un servicio que empezó en los años 70, cuando se afilió a la UGT (1976) y al PSOE (1977). Así empezó una larga carrera política que le llevó a ser diputada foral en la Diputación de Vizcaya, parlamentaria vasca durante varias legislaturas, consejera de Comercio, Consumo y Turismo del Gobierno vasco en los Gobiernos de coalición PNV-PSE presididos por el nacionalista José Antonio Ardanza y, posteriormente, eurodiputada. En agosto de 2007 abandonó el partido de toda su vida y un mes más tarde fundó UPyD, con la que obtuvo un escaño en el Parlamento en 2008 y 2011.

A mí, el balance de su actividad pública me sale claramente positivo por muchas razones, pero subrayaré una que es fundamental: Rosa Díez ha sido de los políticos que se han jugado literalmente la vida durante muchos años por defender la libertad, la democracia y la Constitución en su tierra natal, en el País Vasco. Rosa pertenece a esa generación de políticos a los que les tocó, en unos años muy duros, estar en primera línea y hacer frente tanto al terrorismo nacionalista de ETA como al nacionalismo obligatorio que el PNV imponía a la sociedad vasca.

A esa generación pertenecen –son los más conocidos pero no los únicos– los populares Jaime Mayor Oreja, María San Gil y Carlos Iturgaiz del PP y los socialistas Txiki Benegas, Nicolás Redondo y Ramón Jáuregui. También formaban parte de ella, pero ETA los asesinó, Gregorio Ordóñez y Fernando Buesa. Nunca olvidaré la cara desencajada por el dolor y la rabia contenida que tenía Rosa Díez cuando lloramos juntos, en la sede del PSE de Vitoria, la noche del 22 de febrero de 2000, día en el que ETA asesinó a Buesa.

Sólo por esa lucha en pro de la libertad, Rosa y quienes como ella tuvieron que estar en primera línea se merecen nuestro reconocimiento, nuestro respeto y nuestra gratitud. Los errores posteriores que unos u otros hayan podido cometer en su quehacer político no empañan ni de lejos una hoja de servicios que está a años luz de la que tienen otros que ahora revolotean, con gran inmadurez, frivolidad y mediocridad, en los aparatos de PP y PSOE.

En ese balance positivo hay que subrayar otro aspecto esencial: Rosa siempre ha estado con y junto a las víctimas del terrorismo. Cuando era fácil estar y cuando era más incómodo. Y eso sólo se hace si a uno le mueven los principios, los valores y no los cálculos de las conveniencias políticas. Su esfuerzo para poner en marcha, junto con otras personas, un movimiento cívico como Basta Ya, que hizo frente con argumentos y con movilizaciones a ese nacionalismo obligatorio al que antes me refería, también hay que anotarlo en el lado positivo de su quehacer cívico y político.

En la primera legislatura de Zapatero, cuando éste llevaba adelante, por un lado, su proceso de negociación política con ETA y, por otro, hacía concesiones al nacionalismo independentista en Cataluña, Rosa Díez fue el único cargo público socialista que tuvo los arrestos suficientes para denunciarlo, para mostrar su disconformidad y, a la vista del poco caso que la hicieron, tener la coherencia de darse de baja del PSOE y entregar el acta de eurodiputada que había obtenido bajo esas siglas.

A partir de ese momento, su empeño fue seguir defendiendo las ideas por las que siempre había luchado, y con esa idea fundó UPyD en setiembre de 2007. Durante estos años, el partido de Rosa Díez ha sido un revulsivo, sobre todo en el Congreso de los Diputados. Sus iniciativas e intervenciones parlamentarias, algunas muy brillantes, ponían de los nervios a sus antiguos compañeros del PSOE y sacaban de sus casillas, con perdón, al PP, hasta el punto de que Rajoy, con esa poca gracia que Dios le ha dado, la intentaba ningunear cambiándole el apellido y dirigiéndose a ella como «señora Díaz».

Que en los últimos tiempos Rosa Díez ha cometido errores al frente de UPyD, a la vista está. El mayor ha sido no haber captado que esa parte importante del electorado que está harta de los dos partidos tradicionales, PP y PSOE, quería un entendimiento entre los partidos renovadores, es decir, entre UPyD y Ciudadanos. Al negarse a ese entendimiento y a esa confluencia, el electorado ha castigado sin piedad a Rosa Díez y ha premiado a Albert Rivera.

Pero esos errores, su forma excesivamente personalista de dirigir UPyD, no pueden hacer desaparecer la trayectoria global de una persona que se ha dejado los mejores años de su vida en algo tan esencial como la defensa de la libertad y la democracia. Por eso, en la hora del adiós, quiero expresar mi reconocimiento y mi gratitud a Rosa Díez. La política suele ser, frecuentemente, desagradecida e injusta con quienes se dedican a ella, sobre todo cuando se van. Creo, sinceramente, que Rosa no se merece ser recordada únicamente por su última etapa al frente de UPyD. Y como habitualmente sucede en este país un tanto cainita, el paso del tiempo hará que el juicio que se haga sobre esta noble y valiente mujer, vasca y española, sea mucho más benévolo y ajustado a la verdad del que se puede estar haciendo en el momento de su adiós.