¡Es el respeto, estúpidos!

EL CORREO 04/06/14
TEODORO LEÓN GROSS

Hay algo que la clase política debería asimilar y además por la vía rápida: lo que importa es ganarse el respeto, no el miedo. Encarar el futuro apelando al pánico a un aquelarre bolivariano o al republicanismo guerracivilista tras la abdicación del Monarca es de una miopía fatídica. A golpe de consignas para acojonar a la clientela, los grandes partidos estarán renunciando a inspirar confianza, y eso tiene efecto bumerán. Pero por ahí van las cosas en estos ocho días de vértigo desde el recuento del 25-M hasta la abdicación del Rey. Y el prestigio perdido de la Monarquía o de la clase dirigente no se va a restablecer asustando a la nación. Tal vez el PP –no tanto el PSOE hecho trizas– pueda confiar en atraer a miles o hasta millones de sus votantes al grito de ¡que viene Podemos! ¡que viene la República! pero el precio de excitar a la derecha dura es excitar a la vez a la izquierda dura, polarizando a la nación. Mala idea. La estabilidad se gana desde el respeto, no desde el miedo.

La Transición se construyó sobre la esperanza, como la República, y son excepciones en la historia moderna de España. Contra el fatalismo irredento de la nación –«de todas las historias de la historia, la más triste es la de España, porque siempre acaba mal» se lamentaba Gil de Biedma– estos sí han sido años de progreso y libertad. El Rey, resistiéndose al consejo de no hacer mudanza en tiempos revueltos, tuvo coraje para la democracia como para abdicar. Sí, ahora hay frustración, a paletadas, enseñoreándose del país bajo el fuego de la crisis. Cuando las cosas se ponen feas, a la sociedad se le despereza el sentido crítico narcotizado en las burbujas de bienestar. Pero en España hay algo más que el paisaje desolador de la crisis: la política ha fallado, la Justicia ha fallado, la Monarquía ha fallado, la gente siente que casi todo ha fallado. Y en particular la clase política, convertida en una casta, con la corrupción, la opacidad, la mediocridad y los privilegios de establishment en pleno naufragio de la nación. El antídoto para eso no puede ser el miedo, sino la confianza.

Hay muy buenas razones para la Monarquía, quizá no tantas como para el republicanismo en términos de racionalidad democrática, pero sobran buenas razones desde la idea disuasoria de un jefe del Estado de la casta que no hable siquiera inglés al Rey como símbolo de unidad con éxito tras el franquismo. Eso sí, el nuevo Monarca debe pensar en su legitimidad, como en la casa Windsor tras su ‘annus horribilis’, porque a su padre se le ha vaciado el cargador no solo tras los elefantes de Botsuana o las corinas de la Corte sino con Nóos en el retablo de la corrupción. Con el relevo dinástico la Casa Real sí parece haber entendido, a diferencia de la casta mediocre y enquistada, que hay que mover ficha con sentido de Estado. Parapetarse en el miedo es perder el futuro.