Es la teología, estúpido

LUIS HARANBURU ALTUNA, EL CORREO – 27/08/14

Luis Haranburu Altuna
Luis Haranburu Altuna

· ETA, erigida en oráculo de lo político, quebró la legalidad democrática en aras de una legitimidad previa que nacía del conflicto consustancial a la nación vasca.

Cuando Carme Forcadell afirma que «en algún momento habrá que quebrar la legalidad», lo relevante no es el mensaje, sino la mensajera y su poder político. La señora Forcadell no ha sido refrendada por la urnas a la hora de presidir la Asamblea Nacional de Cataluña (ANC). Nadie la ha elegido para guiar el proceso secesionista y sin embargo la ‘casta’ nacionalista obedece sus deseos como si fueran órdenes del Altísimo. Es ella, y su ANC, quien impone los ritmos al presidente Mas, y es ella quien determina las preguntas, las fechas y los contenidos. Nadie la ha elegido para tal función, pero actúa como si del oráculo de Delfos se tratara. Carme Forcadell es el oráculo de lo político.

Es quien interpreta lo político, que precede a cualquier política. Lo político que, en palabras de Carl Schmitt, está antes que el Estado. Es desde lo político como se legitima el derecho a decidir en política. No en vano, lo político tiene una entidad onto-teológica que trasciende la política del día a día. Lo político es la esencia misma del conflicto, que enfrenta y define a amigos y a enemigos, antes que cualquier otra instancia social, política o moral.

Lo cierto es que, para los vascos, lo de la señora Forcadell nos suena a conocido. Durante cincuenta años hemos estado sometidos al dictado de quien en el País Vasco representaba a lo político. Sin pasar por las urnas y sin que nadie delegara en ellos, ETA se había erigido en portavoz de lo político. En oráculo de los intereses del conjunto de los vascos. Ha sido ETA quien durante decenios ha determinado quien era el amigo y quien el enemigo. Alumno aventajado del decisionismo de Carl Schmitt, ETA había dictaminado la identidad del conflicto y había, también, reivindicado la legitimidad de sus demandas. Como ahora lo hace Carme Forcadell, ETA ha repetido hasta la saciedad la necesidad de quebrar la legalidad democrática, en aras de una legitimidad previa que nacía del conflicto consustancial a la nación vasca. Ocurre que la señora Forcadell lo hace con cara de no haber roto ningún plato, mientras que ETA lo hacía a la tremenda ajusticiando a sus enemigos. Puro nacionalsocialismo, dirá alguien; pero lo matices son importantes, cuando el mensajero importa tanto como el mensaje.

La oposición conceptual entre lo político y la política obedece al hecho de que lo político tiene un carácter ontológico y absoluto, que para los decisionistas tiene rango de verdad incuestionable; mientras que la política tiene un carácter funcional al servicio de lo político.

La política, ya se sabe, es una ciencia muy peculiar, que carece de cualquier tipo de modelo empírico. La política es la única ciencia que no requiere de conocimientos especializados y cualquiera puede aventurar sus conjeturas sin gran riesgo. La política se ha convertido en el chiste de la res pública. Lo político, sin embargo, es harina de otro costal y se ha de tener conexión directa con los cielos o los infiernos, lo mismo da, para poder hablar de la indefinible cuestión del conflicto, que convierte a los humanos en amigos o enemigos. A estas alturas, es evidente, que en nuestra sociedad lo político ocupa un lugar destacado en el panteón de los dioses. Lo político se ha entronizado como deidad incuestionable y en su nombre actúan sus sacerdotes y vestales. Forcadell es una de ellas. ETA y la izquierda abertzale son otros tantos oráculos de lo político.

Nos hallamos ante una realidad que trasciende la política democrática, que trata de poner algo de orden en nuestra conflictiva sociedad. Una realidad que absorbe la totalidad del ámbito de la cosa pública. Una realidad omnímoda que equivale al absoluto teológico. Supone la plena traslación de lo político al ámbito numénico, que no precisa de la verdad ni de la justicia, la decisión basta para erigirse en fuente seminal de toda legitimidad. Ni al nacionalismo radical vasco, ni a la señora Forcadell les preocupa el choque entre legitimidades, saben que la suya les basta. Así como a los integristas de finales del siglo XIX solo con Dios les bastaba. A estos nuevos integristas de lo político les basta y sobra con su nación.

En la campaña electoral de 1992, que llevó a Clinton a la presidencia de EE UU, se hizo popular el lema «es la economía, estúpido». El presidente Clinton se alzó con la victoria al encarar los problemas que la economía americana tenía. Era la economía, en efecto, lo que importaba a los votantes y no la política internacional o el rango de EE UU en el mundo… era la economía, estúpido.

En los próximos días se encadenaran acontecimientos como la Diada, el referéndum de Escocia o las retóricas soberanistas de nuestros abertzales domésticos. Parece que tendremos un otoño agitado. Se volverá a hablar del derecho a decidir, de la autodeterminación o de las rapiñas del clan Pujol, pero no parece que la sangre vaya a llegar al río. La economía aliviará algo su gravedad, Europa volverá a estar en crisis y el conflicto de vascos y catalanes seguirá nutriéndose con el combustible de lo político. Pese a todo, sería deseable el que en esta democracia plural y agonista fuéramos llamando a las cosas por su nombre y sería oportuno que alguien dijera aquello de «es la teología, estúpido». Porque no nos engañemos, es de cuestiones teológicas de lo que sobrevive el conflicto.

Nietzsche declaró, en su día, la muerte de Dios. Con ello ganamos todos en autonomía y libertad e incluso en humanidad, pero el ocaso de Dios (deus absconditus) supuso la intromisión de nuevas deidades y nuevas teologías, que llevaron al mundo al desastre del conflicto total. Los actuales teólogos de lo político son tan antiliberales e irracionales como los que inspiraron la Sagrada Inquisición o el Syllabus. Poseen su verdad y les basta con sulegitimidad. Desgraciadamente, la secularización de las políticas nacionalistas no deja de ser una bella utopía. Todavía, es la hora de la teología, estúpido. Regresamos al tabernáculo de la tribu.

LUIS HARANBURU ALTUNA, EL CORREO – 27/08/14