Escaño y escolta en Euskadi

La política municipal en Euskadi puede llegar a ser una odisea para muchos de los cerca de seiscientos concejales, casi todos socialistas y populares, obligados a llevar escolta. Vivir con ella significa vivir sin libertad de movimientos, alejado de los electores, y frecuentemente de la familia y de los amigos. El temor a perder la vida impone cambios de domicilios, renuncias existenciales y drásticas limitaciones en la confección de listas.

El premio gordo del triunfo electoral en las filas del Partido Socialista de Euskadi-Euskadiko Ezkerra (PSE-EE) y del Partido Popular suele ser un coche y dos escoltas.

Joseba Markaida (PSE-EE)

Francisco Franco se acercaba a la hora de la recomendación del alma cuando el vizcaíno Joseba Markaida, entonces con 16 años, luchaba contra la dictadura embarcando a históricos de ETA desde el puerto local del Abra hasta San Juan de Luz, en Francia. «Entonces creía que lo tenía que hacer así». El portavoz del Partido Socialista de Euskadi-Euskadiko Ezkerra (PSE-EE) en Berango descorcha una botella de buen vino en su caserío de Getxo, construido por sus ancestros en el siglo XVII. Markaida, de 55 años, no se arrepiente de aquel activismo «porque en aquel momento era coherente con lo que pensaba. Sí me arrepiento de que al final se ha generado una bestia que no pudimos parar».

Fundador de Zaitu, Asociación Pro-víctimas de Persecución, Amenazados y Exiliados por causa de ETA, milita en la formación socialista desde la fusión de 1993 con EE, cuando pasó a convertirse en «un españolazo» para el matonismo abertzale. Repudiado por ese mundo, ha encajado pintadas, agresiones, amenazas y pancartas. Vive escoltado. Le intentaron quemar el caserío en cuatro ocasiones y, aunque la presión callejera ha disminuido, su vida no es fácil. «Estamos notando que no hay acción ya desde que se aprobó la ley de partidos. Claro, para ellos atacar y defenderse a la vez (de la política antiterrorista y del endurecimiento del Gobierno de Patxi López) es muy difícil; y ahora se están defendiendo. Yo tengo contactos, yo soy del pueblo, y sé de lo que hablo».

El primer aldabonazo contra el uso de la violencia como herramienta política le llegó a Markaida cuando un compañero de los Maristas, guardia civil, murió en un tiroteo en Bilbao. «Me empecé a plantear las cosas y cuando me convencí de que había que romper con la violencia, de que había que mirar las cosas desde un prisma democrático, lo dije en Euskadiko Ezkerra». Entonces comenzaron la desafección y las amenazas. «Vino el desapego de los que creías que eran verdaderos amigos, pero que ni tan siquiera contrastaron conmigo mi evolución. Fue el sectarismo de ahí te quedas».

Joseba Markaida tiene un ahijado que pertenece a HB, formación con la que simpatiza la mitad de su familia. También ha criado como hijos propios a dos chavales del caserío de enfrente, hoy en la cárcel por pertenencia a ETA. «Un íntimo amigo mío, el padre de ellos, se casa con una fanática, al final se fanatiza él, y se fanatizan sus hijos. No hay nada peor que una madre animando a sus hijos a ser héroes». Markaida no se considera un héroe, pero tampoco un cobarde. «A uno de los famosos (de HB) le agarré del cuello porque acababa de zurrar a mi hijo. Llamó a la policía. Cuando les conviene llaman a los guardias».

El portavoz del Grupo Socialista en Berango dice que su historia es la historia de quienes han sido antifranquistas y después antitiranos «porque estos son unos tiranos. Ahora están muy mal. Quieren demostrar que están vivos, pero están muy apretados, incluso han perdido la calle. Antes siempre había doscientos detrás de una pancarta. Ahora están las pancartas y dos vigilando para que no se las tiren».

Al igual que todos los concejales del PP y el PSE-EE en Euskadi, Markaida no puede renunciar a la escolta porque lo suyo es una lotería. «Aquí cuando mataron al juez José María Lidón, en 2001, éramos cuatro los que estábamos amenazados de muerte por ETA. ¿Quién no llevaba escolta? El juez Lidón. Matan al más fácil».

Ahora parece cundir el desánimo, la confusión en las filas abertzales. «Entre ellos empiezan a pensar que es el otro quien les está delatando. Se pide pureza. Tienen unos líos tremendos. Están en un momento casi agónico». ¿En qué se nota? «En que no hacen presión en las fiestas, ni en la calle, no insultan, no hacen carteles, no hay acción». Y todo indica que la caída del activismo callejero de la zona Uribe Costa es igual en casi todos los pueblos de Euskadi. Getxo y Berango cobijaban a un grupo violento muy organizado que ha sido prácticamente desmantelado. Ocho cayeron cerca del caserío de Markaida cuando vinieron a quemarlo con cócteles molotov, por enésima vez. La mayoría militaba en la kale borroka de la zona. «Casualmente», ironiza Markaida, «había una patrulla a las tres de la mañana y los trincaron. Están encima de ellos. Yo creo que tienen un GPS metido en el culo».


»Begoña Pereira (PP)

La única concejala del PP en la población guipuzcoana de Lizartza, Begoña Pereira, heredó de su padre, gallego, el compromiso con la unidad de España, en tierras donde proclamarse español es cosa de valientes. El temple de esta mujer de 51 años no le permite ceder ante las amenazas de ETA, ni tampoco hundirse con las desavenencias familiares derivadas de su adscripción política: no se habla con dos hermanas desde hace tres años. «He aguantado carros y carretas. Soy una facha, una mal nacida, lo peor, porque pertenezco al PP, pero no van a conseguir que me vaya de aquí», dice en un bar de Urretxu. Muy cerca, vigilan los dos escoltas, su sombra desde hace 12 años.

Begoña Pereira, separada, con tres hijos, con dos legislaturas de trabajo municipal en Urretxu, que arrastra la cruz de su militancia, y sin empleo desde hace cuatro años porque no es fácil encontrarlo con dos guardaespaldas detrás; tampoco le sirve cualquiera: renunció a un puesto de auxiliar de vigilancia porque debía compartir turnos con otra gente y exponerlos a un posible atentado. «Si vienen a por mí por lo que represento, que vengan, pero no puedo jugar con la vida de otras personas, así que dejé el trabajo. Pero necesito un trabajo, de limpiadora o de algo que pueda hacer». En 1998, ETA le envió un recado: «Vamos a por ti». Aquel día lloró amargamente, incapaz de entender el porqué.

El padre de Begoña Pereira murió hace dos años, después de haber sufrido por su corajuda hija, y su madre, vasca de Oñate, falleció hace tres. El velorio de la ama desencadenó un choque familiar todavía vivo. «Resulta que el partido mandó un centro de flores al funeral con una banda que decía ‘de tus compañeros del partido’. Sin enterarme yo, dos de mis hermanas que se pusieron como locas, quitaron las iniciales del PP de la banda». Se armó la gorda y estuvo a punto de no asistir al funeral. Un cuñado y una sobrina pidieron respeto: «Tanto que sois de HB, yo no veo que HB haya mandado ninguna corona para vuestra madre. Hay que respetar».

«Yo tengo una hermana que me ha dicho que ETA me tiene que matar», prosigue la concejala.

-¿Cómo?

«Sí, mi hermana me lo ha dicho. Y lo triste es que no tiene una idea política, ni nunca la ha tenido. Estaba casada con uno de Oñate, que era tela: el típico que sale con el santo de la localidad al hombro en las fiestas del patrón y luego es el que está de acuerdo en que ETA tiene que matar a todo hijo de puta. Y mi hermana cuando estaba viviendo con él, pues opinaba igual». Probablemente, las palabras de su hermana fueron pronunciadas en un calentón, en el fragor del cruce de pasiones, detonadas por el desquiciante contexto de intolerancia y violencia, pero le hicieron mucho daño. El tiempo dirá si es posible la reconciliación.

Pereira no ha notado grandes cambios en la relación con el radicalismo vasco, pero admite que la presión de años más duros tiende a disminuir. «Igual habrá que darle más tiempo». A la espera de la definitiva pacificación, ha padecido un sinfín de vejaciones: durante su peripecia de trabajadora eventual aguantó de todo porque tenía tres hijos que cuidar: gente que la conocía de toda la vida le retiró la palabra, y ex presos de ETA la mortificaron. «Fueron constantes insultos y humillaciones. Te escupen a la cara». No tuvo más remedio que reaccionar a lo machito frente a una compañera que la hostiaba con codazos y empujones en la empresa Fagor: «Venga si te crees tan fuerte, vamos a la calle y nos vemos como los hombres».

Y suma y sigue. La nacionalista radical Consuelo Aguirrebarrena le acertó en la ceja con el mástil de una pancarta de apoyo a los presos de ETA, el 6 de septiembre de 2007, cuando Pereira salía de una novena en la ermita Virgen del Sagrario de Lizartza. La agresora fue condenada, en primera instancia, a cuatro años de cárcel y 1.800 euros de multa. «Nos dijeron de todo: txakurras (perros), fachas, iros de aquí». «Nos tiraron piedras y cuando me iba a meter en el coche me pegaron con el palo en la ceja».

Begoña Pereira rechaza las imposiciones. Como es una persona muy activa, de mucho salir, y no puede hacerlo como quisiera, sufre. «En Tolosa cojo mi perrilla y me voy pasear con ella». A veces se toma un café sola o con su nueva pareja, y lo disfruta, pero sus hijos, de 34, 33 y 31 años, lo llevan mal; el pequeño, peor. Pero su madre no claudica: «Yo me quedo aquí porque ésta es mi tierra».


«La pérdida de dinero les daña mucho» (Herme González, PSE-EE)

La Casa del Pueblo de Urnieta fue quemada en 2001, pero, pese a todo, Herme González, concejal pionero de los socialistas, siguió adelante, y con él, sus compañeros de partido, todos con escolta. El PSE-EE ha crecido electoralmente en Urnieta porque, entre otras razones, denunció la corrupción peneuvista, ofreció su proyecto casa por casa y, sobre todo, pudo hacer política municipal. Fue posible porque Urnieta no es como la vecina Andoain, equiparada con Beirut durante los años de plomo.

«Ahora [los radicales vascos] están bastante fastidiados. Y el tema económico es lo que más daño les ha hecho. Han perdido poder económico, dinero, y poder institucional», destaca. «Y te lo digo porque yo he estado trabajando en una fábrica de plásticos y esta gente antes compraba rollos por camiones», agrega el portavoz del PSE-EE en Urnieta. «Sin embargo, desde hace cuatro años para aquí iban sólo a por un rollito o por dos. Se ve que hay menos recursos».

González piensa que la constelación abertzale manifiesta cansancio, hartazgo, y se pregunta: ¿hacia dónde vamos con todo esto, sin poder hacer política ni en el Gobierno vasco ni en buena parte de los ayuntamientos? En anteriores legislaturas, años antes de la ley de partidos, se movían a sus anchas, recuerda el socialista. Al amparo de las subvenciones aprobadas por las instituciones bajo su mando, «controlaban un aglomerado de asociaciones, clubes y demás. Venga subvenciones. Al final te das cuenta de que la parte económica es lo que más daño les ha hecho». Algunos episodios revelan la fatiga batasuna. El pasado año, una veintena de socialistas acudió a un juicio para estar junto a un compañero de Pasajes agredido en un pleno. «Nos quedamos alucinados de que estos, que son siempre una piña, que se desplazan en grupo a cualquier punto, no lo hicieran también en esta ocasión. De hecho, el que le arreó al compañero estaba solo con la novia».

¿Y vivir con escolta? «Te limita mucho. No puedes acercarte al ciudadano ni confeccionar las listas que quisieras».


«Esto va para largo» (Mari Luz Anglada, PP)

Mari Luz Anglada, de 55 años, concejal del PP en la localidad guipuzcoana de Hernani, detesta la conmiseración o las alusiones a la heroicidad de su compromiso. «Yo soy una persona normal, que procura hacer una vida normal con mis escoltas. Vivo en San Sebastián, pero casi todas las mañanas acudo al ayuntamiento de Hernani para trabajar».

Pese al rechazo de Anglada a ser admirada o compadecida, no desconoce el cerco impuesto a su vida por el terrorismo. «Siempre había pensado que mis hijas igual conocían otra cosa, pero ahora pienso en que igual mis nietos la conocen. Esto va para largo».

Su marido, ahora fuera de la política, pero también con escolta, fue cuatro años concejal popular en Pasajes y otros cuatro en Hernani. «Nos dedicaron muchas pintadas y amenazas, pero un día que pusieron otra más, en 2002, ya sabe con la diana esa y lo de ‘PP, asesinos’, se me cruzaron los cables y pedí entrar en las listas. Y resulta que salí por Lezo. Esto no se hace por dinero. Si la gente supiera lo que ganamos mensualmente… (entre 400 y 500 euros)». Anglada no puede pasear por el centro de Hernani porque si lo hace le llueven los insultos, Perdió a gente que tenía por amiga, pero su familia e hijas, de 28 y 27 años, la adoran y apoyan «Eso sí, cuando vamos mi marido y yo, con cuatro escoltas, la perra, y mi hija, con nuestra nieta, parecemos una procesión».

EL PAÍS, 9/5/2010