FRANCISCO SOSA WAGNER-El Mundo

El autor lamenta que la campaña para los comicios del 28-A en nuestro país nos haga olvidar que en mayo se elige un nuevo Parlamento europeo en un momento crítico para la estabilidad comunitaria.

LA CERCANÍAde las elecciones generales no debe hacernos olvidar que en mayo elegimos un nuevo Parlamento europeo en un momento crítico para la estabilidad de las instituciones. Es una desgracia que, en la campaña para los comicios a las Cortes del 28 de abril, los graves asuntos y las amargas preocupaciones que se ciernen sobre el pueblo español vayan a ser escamoteadas al votante por la mayoría de los candidatos. Porque van a primar, lo estamos viendo ya, las simplificaciones, la huera malsonancia de forma que el ambiente mefítico crecerá y se extenderá como una sombra funesta.

¿Es esta experiencia ya vivida, repetida y carcomida, inevitable? No. A poco que algunos abanderados de las formaciones políticas se decidieran a enseñar al pueblo las dificultades de la gobernación de un país complejo desentrañándolas de una manera honesta y didáctica. Es decir, haciendo justo lo contrario de lo que es usual en los insípidos mítines en los que se dejan aplaudir por sus parciales. Mítines que, encima, han sido en casos conocidos financiados irregularmente.

Observaciones éstas a las que debe añadirse la triste animadversión que causan esos gobernantes cultivadores de una naturaleza dispar, voluble y volátil como esos animales mitológicos que tienen cabeza de tigre y alas de halcón.

Ahora bien, como tratar de cambiar tal estado de cosas es –probablemente– pedir cotufas en el golfo, fijémonos en lo que está ocurriendo en el panorama europeo.

En él resulta que el presidente de la República francesa, Emmanuel Macron, se ha dirigido a los ciudadanos europeos para explicarles cuáles son a su juicio las prioridades políticas que han de ser abordadas a partir de este verano cuando queden constituidas las instituciones de acuerdo con los resultados electorales. Y así nos enteramos de que este hombre, desde la atalaya privilegiada que ocupa, nos alerta del peligro que acecha a Europa y que para conjurarlo es preciso tomar medidas partiendo de la convicción de que Europa es un éxito histórico porque «¿qué país puede actuar solo frente a las estrategias agresivas de las grandes potencias?». Y cita entre esas medidas la revisión del espacio Schengen instaurando en él un control riguroso de fronteras y unas mismas reglas de asilo; la política de defensa para colaborar con la OTAN pero alumbrando nuestras propias decisiones colectivas; la competencia para que sea leal y no nos avasallen, desde los dineros regados sin control alguno, autoridades como las chinas; la política ambiental con observancia de las reglas cero carbono en 2050 y reducción a la mitad de los pesticidas en 2025; la vigilancia de unos gigantes tecnológicos que propenden a ignorar altivamente las fronteras y a arramblar con nuestros datos personales; las reformas bancarias, económicas y sociales que garanticen salarios y el escudo de la seguridad social, un invento de Europa…, etcétera.

Lo que me importa subrayar de esta salida al debate público de una autorizada voz no es tanto enumerar sus prioridades o sus recetas, que pueden o no ser compartidas –yo disiento de algunas de ellas– sino su deseo de comparecer en ese debate, desde sus postulados ideológicos, con limpieza y con claridad. Con aseo argumental podríamos decir, justo el permanentemente pisoteado por la mayoría de los políticos españoles, amantes tan fieles de las mistificaciones. Porque adviértase que no hay en la exposición del presidente francés un solo insulto ni una sola descalificación.

Pues bien, lo bueno –para lo que trato de explicar en este artículo– es que ha salido a contradecirle en parte una política alemana que podría ser la próxima canciller de la República Federal. Me refiero a la señora Kramp-Karrenbauer, nueva presidenta de la Democracia cristiana. Está de acuerdo con el presidente francés en «asegurar las fronteras exteriores» y pide que Frontex sea capaz de desplegar efectivos para patrullar. Es consciente de que se imponen «soluciones europeas» para la mayoría de los problemas pero también de que «las instituciones europeas no pueden reclamar superioridad moral alguna sobre los Gobiernos nacionales». Por donde se cuela el pensamiento del adversario más temible para su formación que es la Alternativa para Alemania, abogados de una reducción sustancial de las competencias de Bruselas e incluso de la abolición del euro. No es partidaria tampoco la señora Karrenbauer de determinadas propuestas del presidente francés en orden a la mutualización de la deuda o las referidas a la culminación del espacio bancario europeo.

Éstos son los términos –en trazos gruesos– de la controversia. Educadamente planteada, juiciosamente argumentada. Sin estridencias, sin descalificaciones personales, sin la necia invocación de las derechas y las izquierdas (vuelvo a insistir: lo contrario de lo acostumbrado en nuestro medio).

Así se deambula por el escenario abrupto y ¿por qué no decirlo? misterioso de los pasillos europeos. Pues nunca será el acuerdo en ellos una de esas tareas sencillas que gustan a los ciudadanos arbitristas partidarios del atropello que implica el rompe y rasga ni Europa será una entidad política fácil, una nación, ni falta que hace por cierto, pues para nada se necesita esa pasión colectiva subrayada por los exclusivismos que es propia de los nacionalismos.

De vuelta a la polémica suscitada estos días, recordemos que ha saltado también a la palestra el primer ministro húngaro, Víktor Orbán, defendiendo las posiciones del grupo de Visegrado del que es adalid: el Estado-nación, fuerte e independiente; la vulneración por capricho de las leyes europeas; el desafío a los acuerdos de Bruselas; las reformas constitucionales contrarias a la democracia liberal… En fin, que a nadie se le olvide, el cobro puntual de las ayudas económicas que proceden de la brumosa capital belga y la constante petición del aumento de su cuantía.

Como se ve, visiones antagónicas que han de convivir en el seno de Europa y han de hacerlo usando las armas de la argumentación, es decir, compartiendo la incomodidad de las opiniones contradictorias que se enredan unas con otras componiendo ese paisaje irisado que es la política entendida como pacto constante.

Pactos sin exclusiones ni esos cordones sanitarios tan de moda en nuestro medio y que se nutren de dogmas tan infinitos como abominables.

ASIMISMO, desde Alemania un joven político en acusado ascenso electoral, Robert Habeck, copresidente de los Verdes, nos ha alertado –metiéndose en el debate entre Macron y Karrenbauer– de que «la libre circulación del mercado interior sólo garantiza una verdadera libertad si se combina con seguridad en lo social». Y asegura: «Europa sólo funcionará si es algo más que una zona de libre comercio. Tanto la CDU como el SPD se esfuerzan por perfilar su ideario y es legítimo pero no debe hacerse a expensas de una mayor profundización de Europa».

Y atención para la parroquia hispana lo que afirma el señor Habeck cuando se le pregunta si negociará con los conservadores. «Con los conservadores, con los socialistas y con los liberales» es su respuesta. Y añade: «Los partidos mayoritarios, de masas, han perdido su capacidad de aglutinar. Ya no tienen la fuerza para dar las respuestas necesarias. Lo que está en juego ahora es la preservación de la diversidad de las personas, el reconocimiento de sus diferencias y la capacidad del trabajo conjunto para lograr objetivos y para ello hay que seguir buscando nuevos aliados».

¿Qué tal si traernos al señor Habeck a pasar unos días en Madrid para impartir un seminario (o un máster)? A enseñar la fantasía de que todo es fragmento y de que, a base de fragmentos, a lo mejor se puede construir un todo más apacible. Menos teológico.

Francisco Sosa Wagner es catedrático universitario. Acaba de publicar Novela ácida universitaria: Aventuras, donaires y pendencias en los claustros (editorial Funambulista, 2019).