JORGE BUSTOS-El Mundo

UN SEPARATISTA en gayumbos llegó más lejos el sábado que Raúl en toda su gloria: se subió a la Cibeles y colgó de la diosa una estelada en feroz duelo de mitologías. El combate en favor de los restos del procés se parece al combate contra los restos de Franco porque ambos suceden en el plano del símbolo. Hay un catalán irremediablemente capturado por la leyenda que cree que el referéndum vinculante es el decimotercer trabajo de Hércules. Fijémonos en la imagen de ese alpinista estelado que trepa al regazo de la diosa madre del madridismo convencido de que es un astronauta del Institut Nova Història hollando un planeta desconocido y plantándole su bandera. No creo que el constitucionalismo –¡ni el madridismo!– pueda aspirar a mayor reconocimiento que el de este entrañable paleto de canillas desnudas con derecho a voto que ha consumado el delirio de la confusión entre política y religión, entre realidad y deseo, entre hombres y dioses.

Pensemos que nuestro separatista vino de lejos para hacer lo que hizo. Se tomó sus molestias. Trazó un plan y lo ejecutó con la determinación que sólo nos asiste cuando nos quedamos en calzoncillos ante una mujer, aunque sea una mujer de piedra. Ella, atónita, ni siquiera parpadeó. Se encomendó a la libertad de expresión consignada en la Carta Magna mientras rezaba con los labios inmóviles para que el trance pasara rápido y algún mortal caritativo procediera a retirarle pronto el trapo aquel de sus santos hombros.

Hay más actividad cerebral en el cráneo de mármol de la Cibeles que en el feldespato mental del independentismo, incapaz de asumir su clamorosa derrota ni de deponer sus estériles arremetidas contra el granito de la ley. Muchos cabezazos contra la pared tiene aún que darse el indepe medio antes de comprender que ni la mayoría de los catalanes comparte su estado de calcificación neuronal ni la mayoría de los madrileños destina a sus acrobacias identitarias más atención de la que le roban las sandalias con calcetines de un guiri traspapelado de estación. Con el agravante de que el indepe será siempre un paisano obvio que fracasa en su afán de dejar de serlo y el guiri un extranjero evidente que fracasa en su afán de confundirse con el paisaje.

Cuando a Raúl le negaron el acceso a la Cibeles para celebrar el título de Liga, pidió que llamaran al alcalde. Es un signo de cordura municipal. El separatismo, perdido el seny, se pone en manos del Olimpo. Que como todo el mundo sabe no se localizaba en Grecia sino en Montjuic.