Euronarcisismo

ABC – 13/09/15 – JON JUARISTI

Jon Juaristi
Jon Juaristi

· Europa disfruta de un tierno y estúpido idilio consigo misma a costa de la tragedia siria.

La Europa bella, poscristiana y sentimental se inflama de amor. ¿A los refugiados sirios? No, a sí misma con el pretexto de la crisis humanitaria. Qué bien nos portamos cuando nos tocan la fibra. No todos, claro está. Todavía quedan racistas, esa raza a extinguir (Umberto Eco dixit). O sea, la derecha en general y en particular el PP, que tanto se ha hecho la remolona en este asunto. Y, sobra decirlo, los húngaros y los eslavos católicos de la UE, que no quieren oír hablar de cuotas de acogida. Qué oportunas, en tal sentido, las coces de Petra Laszlo, la Nazi Húngara. Así se la tilda ya de modo hiperbólico, pues hablar de nazis húngaras implica suponer la existencia actual de un nazismo húngaro, como el de las Cruces Flechadas de antaño, que asesinó a miles de judíos y gitanos. Con todo, lo que hemos visto es otra cosa: una histérica, racista según todas las apariencias, que la emprende a patadas contra niños y padres en medio de una estampida de refugiados. Y, en fin, ¿qué me dicen de lo de llamar a Röszke «el Guantánamo europeo»? ¿Por qué no, directamente, «el Auschwitz del siglo XXI»?

No sólo es la izquierda. Suspiros amorosos de Jean-Claude Juncker, ante el Parlamento de Estrasburgo, suspiros de Europa: «¿Distinguiremos entre judíos, cristianos y musulmanes? Este continente ya ha cometido el error de establecer diferencias entre religiones. No hay religiones, creencias ni ideologías cuando se habla de refugiados». O sea, un poscristiano de la derecha acomplejada haciendo de San Pablo pero en tonto: «No hay ya judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni varón ni hembra, pues todos sois uno en Cristo» (Gálatas, 3, 28). Pablo sabía muy bien que esta abolición de diferencias sólo tenía sentido para los cristianos, pues para los judíos el Cristo crucificado era escándalo; para los gentiles, locura ( Corintios, 1, 23), y su resurrección, para los griegos, un adynaton, un imposible.

Quizás el modelo no sea paulino. Después de todo, Juncker es un tipo de mi generación, propenso por tanto a la sentimentalidad narcisista que auspiciaría mayo del 68 cuando replicó a la caracterización de Daniel Cohn-Bendit que había hecho Georges Marchais (no precisamente un gaullista) con aquel «todos somos judíos alemanes» llamado a convertirse en la falsilla megalómana y consoladora de los futuros eslóganes solidarios («todos somos Charlie», «todos somos Fulanita o todos somos Menganito»). Por cierto, Marchais llamó a Cohn-Bendit «alemán», no «judío alemán». Lo de «judío» lo añadieron los maoístas parisinos. Juncker afirma que, tratándose de refugiados, emerge milagrosamente una similar universalidad abolitoria de diferencias religiosas o ideológicas. Todos seríamos refugiados sirios.

¿Se lo ha preguntado a los refugiados sirios? Lo digo porque los del Estado Islámico parecen estar convencidos de lo contrario, o sea, de que, en su mayoría, los refugiados sirios siguen considerándose musulmanes, y por eso les advierten de que llevan a sus hijos a tierras de perdición, donde los atiborrarán de «sexo, sodomía, drogas y alcohol». A la progresía europea tal perspectiva le puede parecer apetecible para cualquier judío, cristiano o musulmán. Si se añade el rockandroll compendia su propio ideal de felicidad nihilista (vale decir socialdemócrata), pero es dudoso que los refugiados sirios piensen lo mismo.

Los terroristas del Estado Islámico lo intuyen, y por eso ponen sobre aviso a los fugitivos de su guerra y la de Assad, para que, si se sienten todavía parte del islam, obren en consecuencia y no se limiten a exigir de los infieles, en forma de subvenciones solidarias y cariñosas, el impuesto debido a los verdaderos creyentes.