José Alejandro Vara-Vozpópuli

Los electores vascos, como los fumadores en pipa de La caída de Camus, que contemplaban eternamente la misma lluvia cayendo en el mismo canal, depositan la misma papeleta en la misma dirección desde hace cuarenta años. Salvo el trienio bobo de Patxi, el nacionalismo ha dirigido siempre los destinos de esta región, ora en solitario o apoyado en formaciones diversas. Una secta unánime basada en un discurso xenófobo y reaccionario que antepone el pueblo al individuo y que cosecha indestructibles adhesiones evitando la razón y agitando un victimismo supremacista y paranoico.

Este domingo, los vascos han apostado por lo de siempre, por el separatismo, esa gran ciénaga de aguas estancadas de la que emana un hedor pestilente, ahora aún más intenso. Al cabo, la gran novedad de estos comicios ha sido el enorme apoyo que han recibido los herederos de ETA, la formación que reniega de condenar el terror, el repugnante orfeón que anima y ensalza esa vileza criminal que costó la vida de casi mil españoles y que obligó al exilio de 200.000 que nunca más han podido volver a casa.

El espectacular ascenso de Bildu -un empate a 27 escaños con el PNV- se asienta en la política de pactos desarrollada con afabilidad y cariño por Pedro Sánchez, que ha blanqueado sin rubor a estos concubinos de las capuchas, que no han dudado en presentar a criminales en sus listas, a cambio de su apoyo en los sortilegios parlamentarios, es decir, de permanecer en el poder el tiempo que sea preciso.

A Sánchez le funciona, puesto que le facilita su continuidad como presidente pero convierte a su partido en un artefacto subsidiario que desaparece del mapa autonómico y no conserva más fuerza que la que le prestan la caverna y los ultras

El PSOE perdió casi todo su poder territorial el pasado mayo y se encamina ya a su práctica extinción en gran parte de las principales comunidades y municipios. Se ha convertido en una mera plataforma para aposentar votos de la extrema izquierda y del separatismo de cara a los comicios generales, a cambio de todo tipo de concesiones inasumibles e inconstitucionales a sus socios de Frankenstein. Una estrategia que a Sánchez le funciona, puesto que le facilita su continuidad como presidente pero que convierte a su partido en un artefacto subsidiario que desaparece del mapa autonómico y no conserva más fuerza que la que le prestan la caverna xenófoba y los ultras a la hora de investir al gran narciso del progreso. Así actúa Sánchez. Blanquea a los concubinos del terror, agasaja al golpista de Waterloo, canoniza a las turbas antiespañolas y criminaliza al Partido Popular para arrojarlo fuera del tablero político. Sólo quedarán en pie el autócrata colorado y sus pirañas depredadoras. España, entonces, habrá cambiado de régimen y habrá sanchismo durante décadas. Madurismo cañí en gestación. Y sin freno.

El PSOE, pese a su tímido ascenso de dos escaños, sigue relegado al mero papel de palafrenero, otra vez con el PNV, pese a su empate agónico a escaños con los filoetarras. Bildu viene predicando la teoría de la ‘paciencia estratégica‘ y cabe pensar que no reclamará la Lehendakaritza por el momento. Su proyecto es más a largo plazo, en tanto que sus frailunos rivales se encuentran ya en plena fase de decrepitud, con un sendero muy despejado hacia la extinción. Es cuestión de tiempo. Los discípulos delm racista Sabino quedan ahora relegados a su feudo en Vizcaya, una especie de El Álamo de estos carlistas fariseos que retroceden tres escaños en tanto que sus rivales ganan seis.

Se llama Bildu, su rostro es Otegi, su programa político es el de ETA y su ambición, bien lo predica, es demoler lo que queda de España

Los vascos hoy han arrojado sus papeletas al mismo lodazal de siempre, al del nacionalismo xenófobo y divisorio, pero con mayor empeño en su variante más perversa, esa que deja un regusto al sabor del fuego del infierno. Se llama Bildu, su rostro es Otegi, su programa político es el de ETA y su ambición, bien lo predica, es demoler lo que queda de España. Este domingo, el extremismo violento ha dado un paso fundamental en el camino en convertir el País Vasco en Euskadistán.

Las próximas etapas, en fiel colaboración con el narciso planetario, será la suelta de los presos etarras y el referéndum de autodeterminación, quizás en paralelo con Cataluña. Como última fase de la peregrinación hacia el suicidio colectivo, aparece la revisión de la forma del Estado, es decir, la Corona, el último bastión -junto a algunos estamentos judiciales- que queda en pie en defensa de la pervivencia de la Constitución. La sociedad española mientras tanto, parece que seguirá, como los personajes de Camus, mirando las musarañas y fumando apaciblemente en pipa.