¿Fabrica independentistas España?

EL CORREO 11/01/15
MIQUEL ESCUDERO

Un grave error de percepción es creerse a pies juntillas todo lo que se dice, o incluso ‘se ve’. La apariencia nos abre las puertas de los espejismos y, sobre todo cuando está inducida, distorsiona de qué modo la realidad. Por eso, al analizar cualquier fenómeno, conviene ser cauto, escéptico y prudente. Coincido de nuevo con Francesc de Carreras cuando ensalza el reciente libro del periodista barcelonés Ramón de España. Su libro ‘El derecho a delirar’ (La Esfera de los Libros) es una formidable ventana humorística para entender lo que pasa, socialmente hablando, en Cataluña.

Sometida mi tierra, desde hace años, a una imponente asfixia propagandista, se ha podido comprobar en las últimas semanas que todo resulta insuficiente para que la mayoría de catalanes se rinda al discurso invasivo de la separación del resto de España y también de la Unión Europea. Es evidencia de un vivir en un mundo al revés. Observa el autor que hay en Barcelona cierta gente sobre la que no se pueden hacer bromas; no importa que «en estos mismos momentos, no lo dudemos, hay alguien a punto de descubrir la catalanidad de Jesucristo, Leonardo da Vinci, Napoleón o el pato Donald. Y cobrando por ello»; poca broma, podrían añadirse los nombres de Cervantes y de santa Teresa de Jesús. Hay organizaciones que llevan años fabricando un país a su antojo, para adentro y para afuera. El delirio de lo alucinante está a la vuelta de la esquina. Por otro lado y a mayor abundancia, ¿alguien sabe de algún sitio en el que el socio de gobierno del partido en el poder sea también el líder de la oposición?

Los individuos que muñen solemnemente tales engendros entienden que los enemigos de Cataluña nunca descansan, y nuestro periodista apostilla sobre esta creencia: «Como tampoco reposaban jamás los enemigos de España, según el general Franco». Subraya asimismo que todos sabemos que en España hay anticatalanes con un odio a Cataluña equiparable al que los votantes de ERC sienten por España, pero que tampoco son tantos como algunos pretenden.

Ramón de España reconoce la eficacia del aparato de agitación y propaganda de los nacionalistas, «y en lo fácil que es convencer a la gente de cualquier cosa. Sólo hace falta un grupo decidido de creyentes que ejerzan el control social. Lo demás va viniendo a su ritmo». Por ello se pregunta cuándo nuestros jóvenes abducidos por el nacionalismo despertarán a las alegrías de una cultura expresada abierta e indistintamente en un idioma u otro. Y formula estas otras preguntas: «¿Qué hemos hecho para tener estos jóvenes tan obedientes y gregarios? ¿Ha conseguido TV3 lo que nunca logró la TVE franquista?». Ramón de España se expresa con total desparpajo y libertad.

Ideológicamente estaba muy cerca del PSC y ahora es próximo aC’s. A José María Aznar le envía un ruego: «Por lo que más quieras, deja de hacerte el machote con los temas de Cataluña porque cuando debías haber hecho algo no diste un palo al agua para no perder los votos de los nacionalistas»; no es que Aznar fabrique independentistas, es que les da aliento.

Concreta sus críticas, en especial cataloga al conseller de Sanidad, Boi Ruiz, como «un hombre de una desfachatez infinita, capaz de cerrar cuartos de hospital y quirófanos con toda la tranquilidad del mundo, diciendo además que es por el bien del paciente catalán», y con esta apostilla que hay pocos personajes en la política catalana contemporánea que reúnan más méritos para ser declarados enemigos del pueblo.

En una conferencia, el escritor israelí Amos Oz hablaba hace años de un trastorno que se gesta en casa: el ser un pequeño fanático, como a él le pasó, con el cerebro lavado y con ínfulas de superioridad moral, vacunado contra todo discurso diferente al de los que mandan. Los fanáticos carecen de sentido del humor para reírse de ellos mismos, suelen estar más atentos a lo que hacen los otros, para zarandearlos, que a lo que hacen ellos, para corregirse. No ofrecen más alternativa que odio sobre odio, sinrazón sobre sinrazón. Razonemos con humor y valor.