MARIANO ALONSO-ABC

  • González acepta un debate público con el otro expresidente socialista, y adelanta con sarcasmo que habría diferencias «importantes»

Un debate público, en un medio de comunicación, entre dos expresidentes del Gobierno del mismo partido, el PSOE por más señas. Puede parecer una idea disparatada, y desde luego es muy difícil que se lleve a cabo. Pero no tan extemporánea como para que alguien no la plantee seriamente en público. Lo hizo este viernes Carlos Alsina en los micrófonos de Onda Cero, justo al terminar su entrevista a Felipe González, al que interrogó sobre si aceptaría un cara a cara radiofónico con José Luis Rodríguez Zapatero.

El histórico socialista aceptó encantado, no sin anticipar algunos dardos a su eventual oponente. «Por mi parte no tengo ningún problema. Es verdad que no voy a considerar de izquierdas a un tipo como Maduro [Nicolás], para eso no estoy maduro, a un sátrapa como ese. Puede haber algunas discrepancias, pero ¿por qué no? Y algunas importantes. Es más, ni siquiera pertenezco al Grupo de Puebla, no tengo sello de calidad», señaló con sarcasmo, en referencia al colectivo de la izquierda latinoamericana y europea fundado hace un lustro en esa ciudad mejicana.

Zapatero no ha dado acuse de recibo a la propuesta, pero no es ningún secreto la enorme distancia que siente hacia el primer presidente socialista de la democracia, si bien trata de disimularla en público. Sólo en público.

Naturalmente, la relación de los dos expresidentes socialistas está muy condicionada, entre otros factores, por la que cada uno de ellos mantiene con el tercer presidente socialista, Pedro Sánchez. La frialdad empezó presidiendo la del secretario general del PSOE con ambos. González y Zapatero apoyaron en 2014 a Eduardo Madina y su opción se vio derrotada frente a Sánchez. Y lo mismo tres años después, cuando ambos jugaron la carta de Susana Díaz y de nuevo volvieron a perder, en lo que supuso el regreso de Sánchez al liderazgo del partido, tras haber sido defenestrado en 2016 por negarse a facilitar con una abstención la investidura de Mariano Rajoy.

Pero andado el tiempo Zapatero empezó a aproximarse a Sánchez, y en la campaña de las elecciones generales de julio pasado, de la que pronto se cumplirá un año, esa relación se consolidó definitivamente, convirtiendo al que fuera inquilino de La Moncloa entre 2004 y 2011 en uno de los puntales electorales del PSOE.

No hay campaña sin él, como volvió a comprobarse en mayo en la de las europeas, que cerraron juntos Sánchez y Zapatero en Fuenlabrada (Madrid), respaldando a la vicepresidenta tercera, Teresa Ribera, la candidata socialista a la Eurocámara. Para encontrar la última vez que González mitineó para su partido, y con Sánchez, hay que remontarse a la campaña de junio de 2016, en concreto al día 24, del que este lunes se cumplirán ocho años. No ha vuelto a hacerlo, y tres elecciones generales nos contemplan desde entonces.

En aquel mitin en Villaverde, un distrito de Madrid capital casi siempre teñido de rojo socialista en las elecciones, ante un bisoño Sánchez que aplaudía con esmero y el mismo día que Reino Unido dijo sí al Brexit en referéndum, González comparó la «irresponsabilidad» de los promotores de esa consulta con la de los independentistas catalanes. «Quieren trocear España para debilitarla», señaló un año antes del referéndum ilegal del 1-O.

Casi una década después, Sánchez gobierna con el apoyo de ERC y Junts per Catalunya tras concederle a Carles Puigdemont la amnistía que puso como precio para su voto a la investidura. Y con el aplauso de Zapatero a esa medida en concreto. Pero las diferencias de este último con González no se circunscriben únicamente a Cataluña, y tampoco a América Latina y a Venezuela en particular.

La relación entre ambos nunca pasó de la obligada cordialidad durante los doce años (entre 2000 y 2012) que Zapatero ocupó el puesto de mando en Ferraz. González, no en vano, apoyó a José Bono en el XXXV Congreso Federal, que terminó marcando el fin de toda una generación socialista liderada desde el final del franquismo por González y su sempiterno número dos, Alfonso Guerra.

Felipe y ZP

Se trata de dos perfiles bien diferenciados. Felipe, el líder que pasó del ‘OTAN, de entrada no’ a convertirse en un convencido atlantista. El que cimentó el Estado del bienestar español al tiempo que afrontó una dura reconversión industrial que le enemistó con los sindicatos, incluida la hermana UGT que lideraba su mentor político, Nicolás Redondo Urbieta.

ZP, el que llegó al poder después de la era de José María Aznar y abrazó un discurso izquierdista, cimentado en una agenda de ampliación de derechos como el matrimonio homosexual, en su impulso del Estatuto que metió al PSC en la mayor crisis de su historia y en un antiamericanismo poco disimulado, en el que profundiza en su último libro.

UNA LARVADA GUERRA

El XXXV Congreso

En el año 2000, el XXXV Congreso Federal supuso al arrumbamiento definitivo de la generación de González, quien apoyó a Bono, que perdió frente a Zapatero.

Contra Sánchez

Tanto González como Zapatero, curiosamente, coincidieron en no apoyar nunca a Sánchez como líder. Ni en 2014, cuando ambos respaldaron a Eduardo Madina, ni en 2017, cuando jugaron la carta de Susana Díaz.

Venezuela

González ha sido uno de los líderes europeos más combativos con el régimen chavista. Todo lo contrario que Zapatero, con estrechos contactos con el Gobierno de Nicolás Maduro, al que González tildó esta semana de «sátrapa».

La amnistía

La amnistía concedida a Carles Puigdemont a cambio de su apoyo a la investidura de noviembre es una de las principales fricciones entre ambos. González la ataca duramente y Zapatero la defiende, alineándose así con Sánchez.

González, de 82 años, reitera una y otra vez sentirse «huérfano de representación», ataca mordazmente a los socios del PSOE y mantiene buena relación con Alberto Núñez Feijóo. Zapatero blasona de militante socialista, pone al líder de la oposición en el centro de sus críticas y desde los tiempos de Pablo Iglesias cultiva la sintonía con el espacio a la izquierda. Todo un cisma en el seno socialista.