Felipe VI y la foralidad

PEDRO JOSÉ CHACÓN DELGADO, EL CORREO – 27/06/14

Pedro José Chacón Delgado
Pedro José Chacón Delgado

· El nacionalismo vasco decidió suprimir la figura del Rey o Señor, como si fuera un añadido innecesario, exógeno e impuesto al sistema político foral.

En consonancia con una de las ideas centrales de su discurso de coronación, la de que él quiere representar «una Monarquía renovada para un tiempo nuevo», y ante la posibilidad de que algún día, más pronto que tarde, pueda acercarse por aquí y presentarse ya como Rey ante la sociedad política vasca, sería interesante que Felipe VI conociera lo último que sobre nuestra foralidad se está investigando y que viene a corregir, de modo sustancial, lo que sabíamos hasta ahora.

Para empezar, la foralidad, sobre ser fundamental en la estructura política vasca, es tan desconocida que se identifica erróneamente con privilegios extemporáneos y sobre todo, tanto dentro como fuera de Euskadi, con la política nacionalista. Lo cual demuestra dos cosas: una, que el nacionalismo se ha apropiado de todo nuestro imaginario político y, dos, que los demás se lo han consentido. Por foralidad en la actualidad debemos entender dos cuestiones mayores: una y principal, el régimen de conciertos; la otra es la peculiar arquitectura política según la cual la autonomía comparte derechos históricos con los tres territorios que la conforman. Pues bien, ninguna de estas dos realidades fue obra del nacionalismo.

Tras la abolición foral, fueron los fueristas llamados transigentes, por colaborar con el régimen canovista desde las nuevas diputaciones provinciales, quienes pusieron en marcha en 1878 el sistema de conciertos que conocemos hoy. Y lo más significativo del caso es que, hasta la Guerra Civil, en ninguna renovación del Concierto intervinieron nacionalistas. Con decir que en la última negociación de ese periodo, la de 1926, quien peleó duro en Madrid por Bizkaia fue el entonces presidente de su Diputación provincial, Esteban Bilbao Eguía, luego ministro de Justicia con Franco y presidente de las Cortes franquistas durante veintidós años…

Desde el inicio de la Transición, en cambio, los conciertos económicos pasaron a ser gestionados por el nacionalismo, lo cual afectó a los Fueros en su conjunto de una manera drástica: fue su propio significado el que quedó condicionado por la interpretación nacionalista, hasta el punto que, de los dos pilares de la foralidad, el pueblo vasco reunido en asamblea de sus representantes, por un lado, y el Señor o Rey jurando fidelidad a lo que allí se dirimiera, por otro, el nacionalismo decidió suprimir la figura del Rey o Señor, como si fuera un añadido innecesario, exógeno e impuesto al sistema político foral. Más aún: consideró que los Fueros no fueron lo que de por sí eran, normas de gobierno pactadas entre los apoderados y el Señor o Rey, sino códigos nacionales de soberanía.

Hoy todavía cualquier nacionalista afirma sin dudar que hasta la ley foral de 1839 los territorios vascos eran independientes absolutamente. Son tantas las pruebas en contrario que no tenemos espacio para enumerarlas. Por poner una: ¿cómo se entiende, si las provincias vascas hubieran sido independientes antes de 1839, lo que les pasó unas décadas antes, concretamente en los años 17931795, con motivo de la Guerra de la Convención, cuando fueron invadidas por la Francia revolucionaria y España, para recobrarlas, tuvo que firmar la Paz de Basilea, cediendo la parte española de la isla de Santo Domingo y asumiendo exacciones económicas onerosas?

Pero, aun así, lo que más llama la atención, en todo este tema de la foralidad, es que nadie se haya preocupado de leer con calma, aparte sus cuatro tópicos archisabidos, lo que escribió el fundador del nacionalismo sobre el fuerismo de su tiempo, el que él vivió tras la abolición foral: Sabino Arana Goiri lo rechazaba sin contemplaciones. Porque la foralidad era el modo de ser vasco en España. Desde Sagarmínaga, líder fuerista intransigente, hasta los hermanos Echegaray, pasando por quienes escribían en la revista ‘Euskara’ de Pamplona, o en la revista ‘Euskal-Erria’ de San Sebastián, hasta el propio Trueba; ningún fuerista consideraba los Fueros como códigos de soberanía, sino como el encaje natural de los territorios vascos, la patria chica, en el seno de la Monarquía hispánica, la patria grande.

La historiografía vasca del inicio de la Transición, justo por la época en la que los anteriores Reyes visitaron por primera vez de modo oficial el País Vasco en 1981, elaboró la primera teoría consistente sobre el origen del nacionalismo, presentándolo como continuación exacerbada del fuerismo. Pero lo que significó, para entonces, un gran avance en el conocimiento sobre el tema contribuyó indirectamente a reforzar aún más al nacionalismo en su utilización espuria de la foralidad. Hoy estamos en condiciones de refutar dicha teoría por la sencilla razón de que es incompatible con la obra del fundador del nacionalismo, donde lo que hay es una ruptura explícita con la tradición foral.

Lograr el encaje de los derechos históricos en la Constitución de 1978, a través de la Disposición Adicional Primera, quedará para siempre en el haber del nacionalismo vasco. Pero, a partir de entonces, la exclusividad con la que manejó la foralidad le llevó sin remedio a intentar desmantelar el significado histórico de los Fueros. Rescataron un decreto del lehendakari Aguirre que eliminaba del escudo oficial vasco «los atributos de institución monárquica o señorial», dejando el escudo de Bizkaia sin los lobos de la casa de Haro y el de Gipuzkoa sin la figura del Rey. Y decidieron en 1986, por norma foral, que Bizkaia dejara de llamarse oficialmente Señorío. A lo que no llegaron aún es a quitar los cuadros de los primeros 26 Señores de Bizkaia, que ilustran el salón de plenos en la Casa de Juntas de Gernika. Así que, cuando el Rey Felipe VI la visite por primera vez, también como Señor de Bizkaia, título que él sí sigue ostentando, quizás pueda contemplar todavía allí a sus ancestros.

PEDRO JOSÉ CHACÓN DELGADO, EL CORREO – 27/06/14