Futuro ético

ALBERTO AYALA, EL CORREO – 26/10/14

Alberto Ayala
Alberto Ayala

· La política no puede esperar a ver si llega la autocrítica de EH Bildu. Hay que trabajar una convivencia justa.

El lehendakari Urkullu anunció cuando alcanzó el poder que la acción de su Gobierno se orientaría en una triple dirección. Sacar a Euskadi de la crisis con el menor desgaste social posible. Consolidar una convivencia justa, una vez lograda la paz tras la derrota de ETA. Y conseguir un nuevo estatus político que supere el techo del Estatuto de Gernika.

En unas pocas semanas, la legislatura atravesará su ecuador. Lo hará con un balance desigual, según la propia hoja de ruta del lehendakari. El País Vasco camina lenta, muy lentamente, hacia la recuperación económica. Y lo hace con las mismas pérdidas de derechos sociales que el resto de los españoles, aunque con recortes significativamente menores.

La paz, en efecto, estaba y está consolidada, por más que ETA ni haya entregado las armas ni haya desaparecido. Lo determinante es la pugna, sorda pero del todo real, que se viene librando desde la política para asentar una convivencia justa. Y eso quiere decir una convivencia basada en un relato fidedigno de la tragedia que se ha vivido en esta tierra durante décadas.

El partido del autogobierno se puede decir que no ha empezado a disputarse. Porque Rajoy no tiene el menor interés en dar el pitido inicial. Y porque el nacionalismo vasco tampoco tiene una prisa especial. Quiere conocer cómo se sustancia el desafío catalán y si, tras las elecciones generales de noviembre de 2015, España pasa a estar gobernada por un Ejecutivo en precario y por una gran coalición PP-PSOE, lo que supondría que el parte de daños del bipartidismo ha sido tan elevado que ninguno de los actores ha podido soportarlo en solitario.

Promesas

El último debate de política general, celebrado ayer hizo un mes, dejó meridianamente claro que los grandes ejes de poder se mantienen. Es decir, que el PNV se va a seguir apoyando en el PSE más debil de la historia reciente.

Hasier Arraiz, máximo líder de Sortu, lanzó ese día un discurso diferente, con la promesa de algunas novedades, que quedaron un tanto diluidas porque la gran cuestión a despejar en ese pleno era la anterior. Promesas que el dirigente de la izquierda abertzale repetía en su último encuentro con Urkullu en la sede de la Lehendakaritza, en Vitoria.

En esencia, Arraiz se ha comprometido a poner de su parte para ver si es posible el desbloqueo de la ponencia de paz, que el PSE abandonó hasta que la izquierda abertzale suscriba el suelo ético pactado en la anterior legislatura. El PNV y Urkullu han creído la palabra de la izquierda abertzale y rápidamente se han colocado uno de los uniformes que más les gusta, el de árbitros, a ver si todo se queda en nada o no.

¿Y de momento qué ha puesto Sortu sobre la mesa? Tres conceptos. Que «ningún agente político puede estar enteramente contento de su pasado». Que «se puede hablar de las cosas que hemos hecho bien y de las que hemos hecho mal, pero sin buscar la humillación de nadie». Y que se debe «renunciar» a trasladar a la sociedad «un relato de vencedores y vencidos».

El lehendakari y el PNV están en su perfecto derecho de ilusionarse o de desilusionarse con lo que estimen oportuno. De aguardar que, esta vez sí, los herederos de la ilegalizada Batasuna hagan los deberes. Sospecho que fuera de los batzokis no habrá muchos más que crean en vagas promesas de cambio de Sortu, que pasa el tiempo y nunca llegan.

La izquierda abertzale sabe que sólo hay un suelo ético admisible para cualquier demócrata: reconocer que ninguna idea justifica matar y que, quien lo ha hecho, obró mal y merece un reproche por ello. Y ello difícilmente casa con las manifestaciones que el propio Arraiz realizó hace apenas un año, cuando reivindicó la «acertada» trayectoria de la izquierda abertzale, lo que hacía innecesario «rechazarla o revisarla».

La actual Sortu jamás revisará de verdad su pasado. Siempre encontrará una justificación para ETA. Primero fue la falta de democracia, luego la reforma política, más tarde las torturas o los GAL y, por último, la negativa del Estado español a aceptar sin más la independencia de las comunidades de Euskadi y Navarra.

Equiparar violencias

Equiparar violencias. Ese ha sido, es y, mientras no se demuestre lo contrario, parece seguirá siendo el objetivo de la izquierda abertzale. Esa es la falsa memoria que busca asentar para las futuras generaciones. Y en ello está haciendo una notable inversión, económica y humana.

Impedir que esta estrategia culmine con éxito es el desafío al que están llamadas las restantes formaciones. Todas. Y para ello deben disponerse, como mínimo, los mismos recursos económicos y humanos, e idéntico entusiasmo militante con el que la izquierda abertzale lleva ya tiempo manos a la obra.

¿Que ETA sigue sin entregar las armas? ¿Que no se disuelve? ¿Que quiere perpetuarse como agente político? La convivencia puede asentarse sin que la banda terrorista dé ninguno de los dos primeros pasos. El tercero simplemente resulta inadmisible por razones de ética, de pura y simple decencia.

El PNV hace bien en alentar a Sortu a moverse, si cree que existen posibilidades y siempre que ello no implique bajar el listón mínimo. Otra cosa es que algunas ‘perlas’ recientes de dirigentes abertzales no no nos inviten a algunos al optimismo. Sirva como ejemplo el ‘irónico’ tuit con el que Pernando Barrena ‘comentaba’ esta misma semana en la red social Twitter la noticia sobre las sospechas del juez Ruz de que el PP pagó su sede de Bilbao con dinero negro: «Que entreguen la sede de Bizkaia y pidan perdón por el robo injusto causado. #Suelo estético».

ALBERTO AYALA, EL CORREO – 26/10/14