Historia de un chivatazo

EL MUNDO 19/05/15 – SALVADOR SOSTRES

· La articulación política del independentismo está fracasando porque la llevan a cabo contables de clase media, cuando no directamente baja, inspirados por una intelectualidad que no es más que el bolso que las abuelas dejan en el centro del corro antes de ponerse a bailar sardanas.

El recurso de explotar los supuestos agravios del Estado han funcionado para llenar calles y plazas, y para que algunos se hicieran la ilusión de que iban en el tanteo por delante; pero las expectativas electorales del soberanismo cada vez son más bajas. Convergència perdió 12 diputados en 2012, y las encuestas más favorables le auguran que perderá, mínimo, entre 14 y 15 más. El president ya ha comunicado que de ser así, dejará la política.

Unió se encuentra en un proceso de reflexión que culminará el 14 de junio con el referendo al que Duran y el conseller Espadaler, presidente del Consell Nacional del partido, someterán su hoja de ruta. Ninguno quiere que sea un referendo exclusivamente sobre la independencia, porque podrían perderlo, y están todavía buscando el tono adecuado para contentar a su grada más soberanista de modo que el partido vire sin romperse hacia las posiciones de su cúpula, que tiene la idea de no presentarse con Convergència el 27-S si votar Mas significa votar secesión.

Éste es el doble contexto que explica las declaraciones del consejero de Interior acusando a la Policía de entorpecer a los Mossos. De un lado, el Govern necesita retener a la parte de su electorado que no cesa de abandonarle en favor de Esquerra o de la CUP, y recurre a la bronca con España, por ver si todavía da resultado. Y amortizado el «Espanya ens roba», prueban a ver qué pasa con el «Espanya ens mata». Del otro, Espadaler tiene que reforzar su perfil nacionalista para ganarse el apoyo de los más agitados.

El primer exceso se produjo con la politización de los Mossos, cuando Mas dijo que eran una «estructura de Estado». Se sobredimensionaron las últimas detenciones de yihadistas en Barcelona, y los Mossos explicaron que habían abortado el secuestro de una persona para la que los terroristas ya tenían preparado el tristemente famoso mono naranja, y luego esta prenda no apareció por ninguna parte. Igualmente presumieron de haber evitado un atentado contra la sede de la Comandancia de la Guardia Civil en Sant Andreu de la Barca (Barcelona), del que dijeron haber incautado unas fotografías que luego no existieron.

Recurrir al enfrentamiento entre cuerpos policiales es especialmente peligroso en cualquier caso, pero más sabiendo que las acusaciones son falsas. La Policía seguía la pista de una información sobre yihadistas, y al darse cuenta de que ya les estaban investigando los Mossos, asistidos por el CNI, abandonó el caso. Puede ser que alguno de los confidentes involucrados hablara de más, pero es absolutamente falso que la Policía advirtiese a nadie. Cuando en noviembre los Mossos presentaron la denuncia, el juez Pedraz abrió una pieza separada para depurar responsabilidades, llegó a la conclusión de que no había filtración ni chivatazo, y en febrero dictó auto de sobreseimiento. Después de las detenciones de abril, los Mossos volvieron a la carga con esta denuncia ampliada que el juez volverá a archivar. Un juez como Pedraz que no duda en actuar contra el Gobierno cuando así lo estima oportuno.

Mas tendría que preguntarse qué más cree que puede sacrificar para tratar de disimular su derrota. La excitación callejera y sus continuas llamadas al incumplimiento de la ley han provocado que Barcelona sea la única gran ciudad de España en la que Podemos tenga opciones reales de ganar. Esta denuncia falsa inducida por Espadaler ha hecho saltar por los aires todos los puentes de confianza en los Mossos y las heridas tardarán en cicatrizar. No son buenas noticias para la seguridad de los catalanes.

Mas tendría que empezar a asumir su fracaso y tener la última dignidad de caer sin llevarse a Cataluña por delante.