Inmersiones

No puede ser que en treinta años de democracia y en veinte de gobiernos ‘socialistas’ no hayamos visto cumplido el proyecto de una escuela igualitaria y de calidad. Nunca como en esta España tan progre se le ha dado tanta canchita a la enseñanza privada en perjuicio de la pública. No se está haciendo desde la izquierda un verdadero análisis del problema cuando es la educación un claro instrumento de dominación económica.

Proliferan las iniciativas de resistencia a las inmersiones lingüísticas que imponen nuestros nacionalismos periféricos en Cataluña, en Galicia y en el País Vasco. Al ‘Manifiesto por una lengua común’ que se publicó hace unos meses le ha seguido el que leyó Arcadi Espada en la manifestación que organizó en Barcelona hace una semana el partido Ciudadanos y en Euskadi coge fuerza una plataforma de creación reciente por la libertad lingüística en la enseñanza. Más vale tarde que nunca y más vale hacerlo bien que mal. Hacerlo mal significa defender el castellano con un lenguaje agónico y numantino que no viene a cuento e invocar el nombre de España con una retórica épica que quisiera ser lírica, con un ridículo temblor de voz esencialista, casposo y menopáusico en el que se ha especializado algún predicador anacro que cree que hablar así, con teatral impostación noventayochista, es la repera.

Hacerlo bien, defender la enseñanza del castellano por lo que debe ser defendida, es eso: invocar la libertad, lo común, lo universal, lo que nos abre puertas y no las cierra, lo que nos une. Es invocar la igualdad de oportunidades en el punto de partida de la vida, o sea en la educación. No puede ser que en una sociedad tan competitiva y brutal como la nuestra nos pongamos a jugar con la formación de las capas más desfavorecidas, las que no pueden acceder a la enseñanza privada. No puede ser que en treinta años de democracia y en veinte de gobiernos ‘socialistas’ no hayamos visto cumplido el proyecto de una escuela igualitaria y de calidad. No puede ser que los pobres estén sentenciados a una escuela pública ideológicamente radicalizada y donde se les prive de hablar con propiedad la lengua que los hará prosperar social y profesionalmente mientras los hijos de los gobernantes van a buenos colegios que los defiendan de las ideas políticas de sus padres. Nunca como en esta España tan progre se le ha dado tanta canchita a la enseñanza privada en perjuicio de la pública. Cuando no se puede acceder a esta última por la escasez de plazas hay que huir de ella por las inmersiones lingüísticas y políticas. No se está haciendo desde la izquierda un verdadero análisis del problema cuando es la educación un claro instrumento de dominación económica. ¡Y usted, el predicador! ¡Deje ya de gritar España con ese tono ampuloso de púlpito apolillado y esos ojos de besugo, que parece que le va a dar algo!

Iñaki Ezkerra, EL CORREO, 6/10/2008