Inocentes

ABC 28/12/14
JON JUARISTI

· El eclipse del padre y de la Ley del Padre deja tras sí un espacio donde toda inocencia se ha abolido

VAYA por delante que tengo por legendaria y no histórica la matanza de los inocentes supuestamente ordenada en Belén y sus alrededores por Herodes el Grande, de la que sólo da noticia Mateo (2, 16-17) y cuya veracidad se cuestiona retóricamente en las más recientes ediciones católicas de los evangelios (así en la revisada de Nácar-Colunga, BAC, 2002, página 29, n.16: «¿Es historia profunda?»). Mi opinión es que se trata de un típico relato legitimista, que imputa al usurpador el exterminio implacable de todos los miembros de la dinastía derrocada. Ejemplos sobran (y no tienen relación, pese a los exégetas, con la matanza de recién nacidos hebreos ordenada por el Faraón en Éxodo, 1, 22, para impedir la multiplicación de Israel, no para eliminar a un competidor).

Sea como fuere, siguen muriendo inocentes a millares en las guerras del siglo XXI, y este año que termina ha presenciado increíbles masacres de niños sirios, iraquíes, paquistaníes, coptos. También de niños palestinos, lo sé. Inocentes. Como los adolescentes israelíes secuestrados y asesinados por terroristas palestinos. Y no sólo los muertos: hay que añadir al número de víctimas inocentes las niñas cristianas secuestradas y violadas en Nigeria por los yihadistas del Boko Haram, las niñas yazidíes secuestradas y violadas en Siria e Irak por los yihadistas del Estado Islámico. Ha sido un gran año para los asesinos y violadores de niños. Un año a destacar en los anales de la historia universal del infanticidio, no sólo por las carnicerías perpetradas por los fanáticos religiosos, sino por la proliferación de la locura filicida en progenitores de todo el planeta, desde España hasta Australia, en familias de clase media y en otras inmersas en la miseria: 2014, año de la Caza del Niño…

Pero la época no sólo se caracteriza (o no sólo se sigue caracterizando, como todas las anteriores, aunque con mayor intensidad) por la muerte de inocentes, sino también –y esto es lo nuevo– por la destrucción de la inocencia. Hay quien se queja de que la presunción de inocencia es una figura jurídica ignorada por todo el mundo cuando se opina públicamente acerca de las conductas de los implicados en casos de corrupción. Lo que pasa es que la corrupción ha aniquilado la noción misma de inocencia, que ya no es entendible como ausencia de culpa, sino como «apariencia de ausencia de culpa», algo tan incierto como lo fue su contrario, la «apariencia de culpa», contemplado desde el predominio tradicional de la presunción de inocencia. Como el mundo de las apariencias se muestra inconsistente, las presunciones de contrarios, las de culpa e inocencia, se presentan como igualmente legítimas, según el campo político en el que uno se sitúe. De ahí el recurso sistemático al «y tú más».

Ahora bien, lo más grotesco de esta devaluación general de la inocencia, en lo que a España se refiere, ha sido la ampliación tóxica de la Infancia a figuras como la del llamado «pequeño Nicolás» y sus amigos y amigas, una de las cuales, la más leal al personaje central de este tinglado de la antigua farsa, definía recientemente como niños a toda la pandilla que frecuentaba el ya famoso chalet del Viso o las fiestecillas náuticas marbellíes («yo soy una niña que…», «Fran es un niño que…»).

En fin, el eclipse del padre y de la Ley del Padre deja tras sí un espacio entregado a la pederastia sádica, un infernal jardín de las delicias que recuerda el arquetipo imaginado por Pasolini en su Salò o los 120 días de Sodoma. Arquetipo que, como ha observado recientemente Massimo Recalcati, repuntó –grotescamente– en la villa de Berlusconi en Arcore. Ejemplos sobran, también en este caso.