Intelectuales y políticos llaman al «seny» para frenar el separatismo

ABC 23/09/15

· Avisan de la amenaza que supone para Cataluña y piden votos para defender la libertad

Una veintena de intelectuales de todo signo político, pertenecientes al movimiento Libres e Iguales, y caracterizados por su tendencia a decir lo que piensan aunque resulte políticamente incorrecto se reunieron ayer en el Ateneo de Madrid para pedir a los catalanes «responsabilidad civil» de cara a las elecciones autonómicas del próximo domingo. Atendiendo a la llamada de la diputada popular Cayetana Álvarez de Toledo, organizadora del evento, expusieron sus puntos de vista sobre la situación catalana y el peligro de la secesión. Y coincidieron en agitar las conciencias de los catalanes para que voten en defensa de su libertad.

De izquierda a derecha y abajo: Andrés González, Santiago González, Alberto Boadella, Federico Jiménez Losantos, Carlos Herrera, Gabriel Tortiella y Nicolás Redondo Terreros. De pie: Andrés Trapiello, Teodoro León Gross, Mario Vargas Llosa, Arcadi Espada, Francisco Sosa Wagner, Félix de Azúa, Carmen Iglesias, Cayetana Álvarez de Toledo, Santiago Trancón, Francisco Vázquez, José María Fidalgo, Joaquín Leguina y Fernando Savater

El salón de actos del Ateneo de Madrid, el mismo que ha sido escenario de «algunos de los debates clave para la historia de España», como se encargó de recordar el presidente de la entidad, Enrique Tierno Pérez-Relaño, se llenó a rebosar de cientos de personas deseosas de escuchar lo que algunas de las mejores mentes del país tenían que decir sobre Cataluña.

Sobre el escenario, una rueda de discursos breves pero enjundiosos, que comenzó Mario Vargas Llosa y finalizó Fernando Savater. El nobel distinguió entre las «ficciones benignas» y las «malignas», y entre estas últimas, dijo, «ninguna ha creado tanta violencia, odio y encono como el nacionalismo». Una «peste» contra la que «nada vacuna», y que de triunfar el 27-S llevará a Cataluña a «ser un pequeño país fuera de Europa y del euro y gobernado por mediocres y fanáticos».

José María Fidalgo, exresponsable de CC.OO., recordó el consenso constitucional de 1978, cuando «nos dimos los instrumentos para no volver nunca más a la tiranía», y pidió «que se aplique la ley sin ambages ni trampas». Y del sindicalismo a la poesía: Félix de Azúa se alegró de escuchar voces «de gente que mueve masas de dinero gigantescas y de pequeños empresarios» alertando del peligro de la secesión. «Ellos», los independentistas, saben ahora «que tienen el enemigo dentro» y que su planteamiento «no sale nunca gratis».

El siempre polémico Joaquín Leguina trazó la línea que separa «la barbarie de la civilización», y que es «el imperio de la ley», y criticó: «No se puede dialogar con energúmenos». Andrés Trapiello acusó a los partidarios de la secesión de estar, en el fondo, defendiendo «que nadie nos toque el dogma nacionalista y el poder de adoctrinar a nuestros niños y jóvenes».

Nacionalismo y xenofobia
Varios de los intervinientes identificaron el nacionalismo con la xenofobia: lo mencionó Teodoro León Gross, y también Arcadi Espada. El periodista y comunicador Carlos Herrera era pesimista: «el 27-S van a ganar los independentistas», pero no la independencia, matizó, sino «una forma de vida que defiende el derecho de amenazar para conseguir prebendas». Pidió reaccionar «en los 18 meses que nos quedan» hasta que vuelvan a convocar elecciones: «Tenemos ese tiempo para actuar con inteligencia y obtener ventajas que hasta ahora no estamos obteniendo».

Francisco Vázquez, socialista heterodoxo, pidió dar voz a «los millones» de ciudadanos «a los que se condena a ser y sentirse extranjeros en su propia tierra». Y recordó que «unidos, todos cabemos, y no queremos que nadie se marche».

El economista e historiador Gabriel Tortella recordó la paradoja de que «los catalanes, con fama de gente seria y racional», sufran «de vez en cuando un arrebato, con consecuencias tremendas». La historia, dijo, recuerda casos: en el siglo XVII, «siguiendo a otro iluminado, el canónigo Clarís, declararon la guerra a España y se unieron a Francia»; en el XVIII, «Barcelona decidió que la Virgen de la Merced les salvaría del ejército de Felipe V», y en el siglo XX, «iluminados como Maciá y Companys declararon la independencia tres veces en 7 años».

El «general» Boadella
Albert Boadella no pudo evitar actuar como lo que es, un comediante consumado: disfrazado de militar con casaca roja, expulsó de la sala a Vargas Llosa e ironizó sobre el problema catalán: «Yo poseo hechos diferenciales; ustedes no sé, pero los míos son superiores». Por este camino, se llegaría a «el gran día en que por el solo hecho de ser catalán podamos ir por el mundo con los gastos pagados. Empiecen a pagar, por favor».

Carmen Iglesias consideraba «victimista y patético, si no fuera trágico» el nacionalismo «que crea fronteras entre los verdaderos catalanes y los que no lo son». Nicolás Redondo Terreros advirtió que «no está en juego la identidad cultural catalana, ni su idioma ni su autonomía, sino la libertad para ser catalán como quiera cada cual».

Francisco Sosa Wagner enarboló un pasaporte: «Los catalanes, si gana el sí, lo necesitarán para ir a Zaragoza». Pidió que «quien encarne la República catalana esté libre de antecedentes penales». Y Fernando Savater pidió acción, reacción y «exigir a las autoridades que se cumpla la ley». El colofón al acto lo puso la diputada Álvarez de Toledo, que leyó un manifiesto recordando que «no sólo es Mas el responsable de las decisiones políticas: son los ciudadanos»; que «no hay abstención éticamente justificable porque supone la sumisión a la ilegalidad, cuando no su apoyo explícito», y que «los responsables finales de la involución que sufre Cataluña son los votantes».