Interior y Exterior

EL MUNDO 04/11/16
SANTIAGO GONZÁLEZ

Hace ya unos años me pasaron un guion de cine escrito por una debutante. Me produjo una impresión tan profunda que, cuando me encontré con la autora y al ser requerido por mi opinión, sólo acerté a balbucear: «Únicamente le encuentro dos problemas: las descripciones y los diálogos». Lo que no es prosa es verso, ya lo sabía monsieur Jourdain.

Al filo de la seis de la tarde, mientras el presidente le contaba al Rey las novedades, nos enteramos de las dos primeras bajas. De manera análoga con lo relatado en el párrafo anterior, uno le encontraba básicamente dos errores de casting: uno Interior y otro, Exterior. La salida de Fernández y Margallo era un requisito básico para que la remodelación pudiera tener un asomo de credibilidad. Lo del primero, a quien se le graban conversaciones improcedentes en su propio despacho, era de nota. Lo del segundo era impresionante desde que creyó que era cometido de su ministerio ser portavoz del Gobierno para los asuntos del secesionismo catalán, cumpliendo un sueño elemental de todo separatista: el trato con Exteriores, las embajadas y los cascos azules de la ONU si se terciara.

Lo supimos por ellos, no por filtración alguna; después de todo, esto no es Podemos y la formación del Gobierno no es la batalla de Madrid entre errejonistas y pablistas. Este proceso ha sido un paso definitivo de Rajoy para asentar la leyenda del dios Cronos en el manejo de los tiempos, materia elástica que él sabe estirar hasta desquiciar a los que esperan su llamada. No levantó el teléfono hasta la sobremesa de ayer y no parece que le temblara el pulso ni la voz.

Gobernantes muy seguros de sí mismos han tenido dudas de cómo afrontar el trance de decir a un ministro: «No cuento contigo, chato». Franco se inventó al motorista precisamente para eso, evitarse el trago de mirar a su víctima para darle la mala nueva. Dicen que el tiburón cierra piadosamente los ojos al atacar a sus víctimas. ¡Que no quiero verlo! En el 57 decidió prescindir de los servicios de Manuel Arburúa, suegro de Marcelino Oreja, como ministro de Comercio. Al recibir el mensaje del motorista, el caído, que debía de ser hombre decidido, se plantó en El Pardo a pedir explicaciones, lo que dio pie al dictador para una de sus más famosas aliteraciones: «Desengáñese, Arburúa: ¡que vienen a por nosotros!». Felipe, que no parecía un tipo pusilánime, cantinfleaba en tales ocasiones. Alguno de sus visitantes salía sin saber si se había caído del Gobierno o lo acababa de confirmar.

El nuevo Gobierno es una mezcla de continuidad y renovación. Sigue el equipo económico, prietas las filas, además de Catalá en Justicia, Soraya de vice, sin la Portavocía que ejercerá Méndez de Vigo, pero ganando las competencias de Administraciones Públicas que le quita a Montoro. Están los negociadores con C’s, Montserrat y Nadal, además de Báñez, que sigue por motivos propios. Tengo mis dudas de que Cospedal sea una sustituta adecuada para Morenés, que se había ganado un respeto entre los militares pero todo es cosa de que no comparezca ella en las ruedas de prensa. Se ha evitado el peligro peor: que la hubiera nombrado ministra portavoz.