Bernard-Henri Levy-El Español

Se ha declarado la guerra.

No solamente la guerra de Hamás, iniciada el 7 de octubre de 2023.

No solamente la guerra de Hezbolá, al día siguiente, el 8, con los ataques cotidianos que salen del Líbano.

No solamente la guerra de los hutíes de Yemen, quienes, guiados por un buque espía de los Guardianes de la Revolución, han entrado en la contienda lanzando misiles sobre Eilat y bloqueando, cuando se les antoja, el estrecho de Bab el-Mandeb.

Tampoco es solo la de las milicias proiraníes que operan desde Irak y, desde la toma de Kirkuk en 2016, matan a mis amigos kurdos.

Tampoco es solo la de los sujetos proiraníes que colonizan la Siria de Bashar al-Ásad y asedian tanto el Golán como las localidades del norte de Israel.

No.

La guerra, la de verdad, la madre de todas esas batallas, la de quienes lograban coordinar triunfalmente, de un escenario bélico al otro, a todos esos emisarios, es la de Irán, que ha pasado a la acción y se ha quitado la careta.

¿Por qué los mulás han cometido semejante imprudencia?

¿Por qué han abandonado esa actitud ambigua con la que engañaban al mundo, hasta este momento, con un escenario de guerras asimétricas, con la oposición de un ejército de robots israelíes sobrados de armas con organizaciones aparentemente liliputienses?

¿Por qué han elegido mostrarle al mundo que Israel no es el Estado «genocida» y «que masacra niños», como nos pintaban hasta ahora, sino una pequeña nación atacada por una potencia imperial que ha jurado aniquilarlos y que, tras haber conseguido rodearla, de norte a sur y por el este, con sus escuadrones de mercenarios, decide ahora pasar a la acción y dar el golpe de gracia sumergiéndola, siguiendo un escenario táctico casi tan inédito como del 7 de octubre, en una nube de drones y de misiles?

¿Y por qué, por otro lado, esta lluvia de fuego a la vez terrible y ridícula, ya que los Patriot israelíes y estadounidenses han parado casi el 99 % de los lanzamientos, estaba tan mal calibrada que muchos misiles han caído en territorio iraní?

¿De dónde viene ese error de cálculo que no hace más que poner de manifiesto la fortaleza de las defensas de Israel y de sus aliados? ¿Qué interés tenía Teherán en ofrecer a los países árabes esa imagen que sólo hace que reforzar los acuerdos abrahámicos sellados hace cuatro años y que parecía, en estos últimos tiempos, que andaban de capa caída?

El futuro lo dirá.

Pero, en realidad, poco importa.

En todo caso, podemos dejarle a esta mularquía el misterio de sus retorcidas estrategias y, quizá, simple y llanamente, absurdas.

Pues, en estos momentos, lo que importa es otra cosa.

La República Islámica de Irán no solo es un régimen fracasado, en la ruina económica, despreciado por la juventud, las mujeres, las fuerzas vivas del país y cuya fortaleza parece la de un tigre de papel.

Sino que, además, es un país que, como la Unión Soviética de los últimos tiempos (en la que coexistía un país real asolado por la miseria y, aparte, en otra esfera, un sistema militar industrial ultramoderno capaz de rivalizar con Estados Unidos) se ha dotado de una industria nuclear secreta, pero funcional.

Es un país en el que los programas nucleares no han hecho más que proliferar a discreción de los cambios de liderazgo de un Estados Unidos vacilante en los últimos quince años, entre la ingenuidad de Obama y las baladronadas ineficaces de Trump.

Y, en cuanto a esos programas, a lo largo de los años, su localización ha cambiado, los han desplazado y a menudo enterrado; sus centrifugadoras se han vuelto capaces de obtener 25 veces más uranio enriquecido de lo que permite el umbral autorizado; los inspectores de la Agencia Internacional de la Energía Atómica no han tenido acceso de facto; así, esos lugares se han convertido en un gigantesco agujero negro, fuera del alcance de todos los radares.

Dentro de seis meses, un año, de golpe y porrazo, el mundo quizá descubra que ha permitido que Irán se una a Corea del Norte y a Rusia en el club de las dictaduras capaces de prenderle fuego al planeta

A eso me gustaría añadir que esos mismos drones que, a excepción de una niña en el sur del país, han errado el tiro de manera sistemática son del mismo tipo que los que usa Putin desde hace dos años para asolar Ucrania.

Y también me gustaría añadir que ese Irán del que nos burlábamos el lunes por la mañana por el patético fracaso ante la resistencia de la cúpula de hierro israelí acaba de embarcarse, en el Golfo Pérsico, en maniobras navales conjuntas, que han pasado extrañamente desapercibidas, con los buques de guerra rusos y chinos.

Imaginémonos que, no obstante, el régimen iraní sale indemne de esta aventura.

Imaginémonos que considera este experimento no como un fracaso lamentable, sino como un ensayo general. Supongamos que vuelve a escenificar su ataque dentro de seis meses, un año, cuando tenga las posibilidades técnicas de equipar sus drones y misiles con cargas nucleares ya plenamente funcionales.

Ante esa posibilidad se despliega una perspectiva terrorífica y una amenaza existencial tanto para Israel como para el resto de la región. Por eso me parece una insensatez este sentimiento de «cobarde alivio» que reina entre los aliados de Israel y dicta, por todas partes, la misma recomendación de «desescalada» y de «contención».

A Israel no le quedaba otra opción que responder.