Jaiak eta borroka

EL CORREO 26/08/13
MAITE PAGAZAURTUNDÚA

Hace treinta años, en los bares donde socializábamos durante las fiestas patronales, se quitaba la música y se bajaba la persiana mientras duraba la manifestación de los que gritaban a favor de los asesinos. Era así, cada año. Como cosa especial, la manifestación se celebraba después de medianoche. Si gobernaba el brazo político de ETA, la manifestación aparecía en el programa de fiestas oficial, junto al anuncio de chocolatadas para niños, del concurso de baile a lo suelto o de las verbenas en el quiosco de la plaza de los Tilos. Durante el resto del año las manifestaciones eran por la tarde y paseaban pidiendo a gritos a ETA más asesinatos. Al coreador oficial le pagaban en B, pero ésa es otra historia. El lema ‘jaiak bai, borroka ere bai’ servía al entorno social juvenil de ese mundo como feliz antídoto a cualquier pensamiento. Muchos no pensaban implicarse tanto, pero el mantra aquél les convertía en partícipes de la madera y el polvo de los héroes, como aquellos a los que idealizaban porque se atrevían a vivir vidas peligrosas y buscaban asesinar a otros.
Las manifestaciones de las fiestas locales –nocturnas– y las de navidades –al anochecer– tenían un rasgo especial de recuerdo a los encarcelados. Habían sustituido, es curioso, en el trayecto, a las últimas procesiones religiosas por el casco viejo de villa noble y leal de Hernani. Salvo un pequeño grupo de valientes pacifistas que surgió después y alguno de cuyos líderes sufrió ataques en sus negocios y comercios, no se osó jamás afear la conducta a los que se reconocían como patriotas vascos para matar o para defender el asesinato o persecución de sus vecinos. Nadie preguntó a los familiares de los asesinos locales por qué defendían a sus seres queridos como héroes por asesinar o perseguir a otros. El humanismo saduceo y tramposo de la mayoría de los familiares de etarras encarcelados sigue siendo un tabú. En la almendra de la legitimación del mundo de ETA están los familiares que aman a sus seres queridos, cosa comprensible, pero que no se han enfrentado a la cuestión fundamental de la falta de legitimidad de sus seres queridos para matar a aquellos que les sobraban para ir construyendo la gran comunidad abertzale.
El delegado del Gobierno ha puesto en evidencia este verano el gran tabú y nuestra debilidad comunitaria. Algunos de los políticos que enterraron compañeros se han puesto tan de perfil como han podido: las fiestas en paz. Ni con uno ni con otros. No deben politizarse. Ya. Pero chapoteamos en el fango del gran tabú: afear socialmente al entorno de ETA y a los familiares de los etarras en la justificación de tanto horror.