Jornada de qué

ABC 21/03/15
IGNACIO CAMACHO

· El día de reflexión es una reliquia litúrgica del tiempo en que la política se ejercía por cauces estrictos y honorables

DESDE que la izquierda violentó con plena impunidad la víspera electoral del 14-M las jornadas de reflexión han dejado de tener sentido, si es que alguna vez tuvieron alguno. Hace once años ni siquiera existían, o carecían de arraigo, las redes sociales, pero los mensajes de teléfono móvil demostraron que el día de silencio político era un vestigio de la democracia pretecnológica. Las restricciones de propaganda se han vuelto inútiles y las razones de seguridad que motivaron la veda de veinticuatro horas ofrecen demasiados flancos vulnerables. Hoy mismo hay convocadas manifestaciones en Madrid cuya función última es la creación de un clima de agitación para influir en las elecciones andaluzas, y el propio Rajoy esquiva la prohibición territorial con un mitin en Valencia. Cualquiera es capaz de organizar desde su casa una campaña de opinión en Twitter: la sociedad de la comunicación es un campo al que no se pueden poner vallas.

En Estados Unidos, país que no inventó la democracia pero le dio su principal forma contemporánea, se puede pedir el voto incluso a cierta distancia de los colegios electorales. Agentes de los candidatos captan electores a lazo y los llevan a inscribirse junto a las mismas urnas. Las encuestas circulan con profusión hasta el último día en varias naciones europeas que han dado en considerar a los ciudadanos como los adultos que en teoría son en tanto titulares del derecho de sufragio. La jornada en blanco es una reliquia litúrgica del tiempo en que la política se ejercía por cauces predeterminados, estrictos y honorables; hoy no representa más que un vacío retórico y además estéril por cuanto el delito electoral puede cometerse desde cualquier ámbito extraterritorial ajeno a la jurisdicción regulatoria. Un anacronismo más del sistema representativo que cuestionan con fuerza nuevas generaciones capaces de encontrar cauces de participación en los que cruje la cascada osamenta de la vieja nomenclatura.

La única manera de respetar la tregua sería la del pacto de caballeros, pero eso implica otorgar a los agentes políticos una consideración de respeto que ni siquiera se dan a sí mismos. Los líderes que hoy se retratarán leyendo en sus casas con semblante relajado andan pendientes de los trackings demoscópicos de último minuto y de las campañas paralelas con que los suyos tratan de mantener la tensión para rebañar a los indecisos más rezagados. Aún hace pocos meses que cierto líder de moda jactaba de haber organizado la algarada que volcó los comicios de 2004. Lejos de pedirle explicaciones por confesar un presunto delito –¿dónde los fiscales?– algunos socialistas le disputaron el honor de la autoría. Este año de ciclo electoral promete ser tiempo de magos tenebrosos expertos en ocupar los vacíos legales con trucos de aprendices de brujo. Pena que se haya ¿ jubilado? Rubalcaba.