Juego de patriotas

EL MUNDO – 19/07/15 – DAVID JIMÉNEZ

· Irritado ante la imposibilidad de manejar los odios en los Balcanes, el diplomático estadounidense Daniel Fried definió la evolución natural del nacionalismo en tres fases: «Primero te emborracha, después te ciega y, finalmente, te mata». La Historia, y la europea más que ninguna, nos recuerda que en nacionalismos está casi todo inventado, desde el victimismo que los alimenta a la manipulación de los sentimientos que los disfrazan, desde la marginación de quienes los rechazan a la fabricación del enemigo para justificarlos. Una vez conseguido todo ello, sólo hace falta un líder lo suficientemente perturbado para que se cumpla la tercera fase a la que hacía referencia Fried.

Cataluña está tan lejos de los Balcanes como de tener algo parecido a un líder, o al menos uno al que tomar en serio, pero cada vez está más sometida a las miserias de ese nacionalismo excluyente que el consejero de Presidencia de la Generalitat, Francesc Homs, define tan bien cuando habla de «los otros» para referirse a quienes no le acompañan en el viaje soberanista.

Los otros nos roban. Los otros no respetan nuestra identidad. Los otros coartan nuestra libertad. Los otros no entienden que queramos salir de España y que el Barça siga jugando la Liga española. Independizarnos de un país de la Unión Europea y seguir en la Unión Europea. Utilizar las leyes españolas cuando nos conviene e ignorarlas cuando no es así.

Para el presidente de la Generalitat, Artur Mas, todo esto es un juego político del que probablemente nunca pretendió obtener el premio de la independencia, a lo más su supervivencia política y un rinconcito entre los mártires de la Historia. Y, sin embargo, la gravedad de su herencia se nos va revelando en esos amigos catalanes que han dejado de hablarse o en esas familias que han interiorizado la fractura política y saben que la comida del domingo no llegará a los postres si alguien saca «la cuestión catalana». Mas terminará estrellándose, eso no lo duda casi nadie, pero no sin antes haber causado daños difíciles de reparar en esa sociedad a la que dice querer liberar.

Por eso urge que los catalanes, y me incluyo en caso de que los vigilantes del puritanismo nacional acepten mi origen barcelonés, nos independicemos cuanto antes de una clase política que ha encontrado en España la excusa para mangonear a su antojo y ocultar que no tiene más proyecto que la división: nosotros, los patriotas, contra «los otros» que lo son menos o nada. Incluso para quienes piensan que Cataluña estaría mejor fuera de España, la pregunta es si los que se han apropiado de sus sentimientos nacionalistas representan el país que aspiran a construir. Uno donde unos catalanes lo son más que otros.

La búsqueda permanente de lo que nos separa, simbolizada por la lista única con la que Mas y Junqueras se presentarán a las elecciones, tiene como objetivo convencernos de la falacia de que no hay otra solución para la convivencia entre Cataluña y España que la ruptura. Es un viaje en el que el nacionalismo más intolerante se ha hecho acompañar de historiadores y medios de comunicación, donde se han comprado voluntades a golpe de subvención y en el que las instituciones catalanas han sido puestas al servicio de la causa, como si las pagaran sólo los afines.

Que a pesar de todo ello las últimas encuestas revelen un aumento del número de catalanes contrarios a la independencia, que siguen siendo mayoría, demuestra no sólo una justificada desconfianza hacia ese piloto que se niega a variar el rumbo incluso cuando está a punto de estrellarse, pretendiendo además que el pasaje le acompañe hasta el final. También nos recuerda la existencia de esa Cataluña menos ruidosa –y con menos espacio para expresarse– que sigue creyendo que su futuro pasa por llegar a un gran acuerdo nacional que, garantizando la identidad catalana y un pacto económico justo, nos mantenga unidos dentro del mismo proyecto.