La cizaña

ABC 29/01/14
IGNACIO CAMACHO

· Bloqueado por el desconcierto, el PP está a punto de interiorizar la sensación de que su mayoría social se ha disipado

Para salir de las cuerdas del ring en que lo han encerrado el descontento de la derecha y el acoso de la izquierda, el Gobierno necesita dos cosas: un éxito rápido… y saberlo vender. Le costará menos lo primero que lo segundo porque tiene una incapacidad patética para sostener su propio protagonismo. El poder ha perdido la iniciativa incluso sobre su agenda; con un programa de reformas por concluir y con media Europa dándole aliento no logra colocar una noticia grata en la apertura de los telediarios. La oposición le da revolcones en los tribunales, los antisistema le toman la calle y la retaguardia del partido está en llamas en vísperas de una convención nacional convocada para relanzar el proyecto con rebato de campanas. En la puerta del PP se está formando una cola de descontentos impacientes por repartir bofetadas y no pasa día sin que se apunte a ella algún crítico nuevo; la última ha sido María San Gil golpeando con el garrote moral del desamparo vasco. Aznar, que por ser quien es prefiere dar guantazos sin manos, ha enviado el desdeñoso recado de su ausencia: tiene mejores cosas que hacer en vez de acudir al cónclave marianista. A punto de descorrerse el telón de la primera función electoral los barones autonómicos se rebelan contra la ley del aborto, el bastión de Madrid se desangra en fracasos, en Andalucía está vacante el liderazgo y la organización vasca anda enredada en trifulcas ¡con las víctimas del terrorismo! Si Rubalcaba hubiese infiltrado uno de sus famosos comandos no habría conseguido un estado tan compacto de desconcierto y cizaña.

El PP está a punto de interiorizar la sensación de que su mayoría social se ha disipado. Si no se recompone pronto y además consigue que lo parezca empezará a proyectar aura de loser, de perdedor, justo cuando el Gobierno está más cerca de alcanzar el objetivo de la estabilización económica. La izquierda ha intuido la debilidad interna y se viene arriba propulsada por el éxito de la mareablanca sanitaria en Madrid y la crecida simbólica de Gamonal, ejemplo nítido de cómo la falta de reflejos políticos puede transformar la escala de un conflicto localista. El célebre manejo de los tiempos, supuesto punto fuerte del marianismo, parece agarrotado por la parálisis; hay tanto ruido alrededor del Gobierno que si este fin de semana quiere inyectar optimismo en sus mensajes corporativos tendrá que hacer sonar trompetas como las de Jericó. Los inputs positivos, que objetivamente los hay, le duran lo que una gota sobre una plancha ardiendo.

Rajoy, como de costumbre, calla, resiste y espera; entiende la política como un ejercicio estoico. Confía en ganar las elecciones europeas e invita a su gente a atisbar la esperanza entre las espesas volutas de humo. Pero los suyos son hombres de poca fe, están atacados de los nervios y ya ni siquiera saben si es cierto que ha dejado de fumar puros.