La confesión de Mas

ABC 07/08/14
JOSÉ MARÍA CARRASCAL

· A estas alturas, Artur Mas es un hombre no ya acabado, sino amortizado

Ala confesión de Pujol ha seguido la de Mas. Difieren en los detalles, pero no en el espíritu. Pujol confesó que había venido defraudando a Hacienda durante 34 años. Mas, que no tenía plan B para su consulta soberanista. Aquel era un delito fiscal; este, un delito político. Lanzar un desafío de tal magnitud sin tener prevista una retirada es como lanzar un ataque sin conocer la fortaleza propia y la del enemigo. El general que lo hiciere sería relevado de inmediato. O fusilado. Creíamos que unas «elecciones plebiscitarias» eran ese plan B, e incluso Mas lo había insinuado. Pero ahora lo niega. «Habrá consulta» con el único apoyo legal del Parlament. Y ruega al Parlamento español que no lo tumbe, lo que de por sí es el reconocimiento de algo tan obvio como que el Parlamento de la nación prevalece sobre los parlamentos autonómicos. ¿Se imaginan ustedes que los parlamentos autonómicos pudieran dictar leyes superiores a las del Estado? La que se armó en la Primera República iba a ser un juego de niños comparado con la que se armaría ahora.

A estas alturas, Artur Mas es un hombre no ya acabado, sino amortizado. Lo más terrible para él debe de ser comprobar que el golpe de gracia se lo ha asentado su protector. Darse cuenta de que le había puesto en el cargo no para llevar a Cataluña a la independencia, sino para que fuera preparando el camino, hasta que el hijo del gran factótum destinado a la política se curtiera en ella y terminara de redondear una fortuna parecida a la de sus hermanos. Un interino, por tanto, como esos que contratan las empresas en verano. Cuando se ha dado cuenta de ello, ya era tarde para todos, para los Pujol y para él.

Los Pujol han salido como los conejos ante la perdigonada, metiéndose en sus refugios con sus asesores fiscales en busca de tretas para escapar. Mas tiene que dar la cara y parece que ha decidido darla hasta el final. Asiéndose a una falsa legalidad, negando la realidad –que existe una relación directa entre el escándalo y la apuesta soberanista– y llamando a las huestes para que vengan en su ayuda. Una imagen que recuerda –salvando la debida distancia entre hombres y situaciones– la de Hitler en el búnker rodeado de tropas soviéticas, preguntando a gritos dónde estaba la división de las SS encargada de venir a salvarlos, cuando tal división había sido liquidada hacía tiempo. Mas llama al pueblo catalán para superar las «montañas de desafíos y pruebas que le aguardan». Esta vez no alza el grito de «¡que vienen los españoles!», tal vez porque sólo se ha visto la punta del iceberg de una corrupción y no sabemos cuántos más serán citados a declarar como testigos o imputados, pues las cosas judiciales se sabe cómo empiezan, pero nunca cómo acaban. Hay incluso en el llamamiento de Mas, junto con la desesperación, el temor de que todo el tinglado puede irse al traste: «O tenemos fortaleza psicológica y de carácter como pueblo o acabaremos bajando la cabeza». Lo que recuerda, y perdonen la reincidencia del paralelismo, la actitud de Hitler cuando comprueba que la división de las SS no acude: «Si el pueblo alemán es tan débil, el futuro pertenece al pueblo oriental más fuerte». La clásica actitud del dictador mesiánico: si yo me hundo, el pueblo debe hundirse conmigo.

¿Acudirá el pueblo catalán a defender a Mas (y a los Pujol) en la próxima Diada? Un dirigente que apela a las masas es un dirigente que ha perdido no ya el poder, sino el juicio. Mas está hoy solo. Le ha abandonado Duran Lleida. Le ha abandonado Junqueras. Le han abandonado el resto de los partidos catalanes. Pero él se lo ha buscado. Y persevera en el error.