La indignada vasca

ABC 03/02/15
EDURNE URIARTE

· Podemos es tan políticamente correcto, tan inocuo socialmente, que hasta se reivindica a gritos allí donde nadie se atrevió jamás a decir una sola palabra contra ETA

ALGUNOS de mis compañeros de columna masculinos recurren de vez en cuando a la barra del bar como fuente de termómetro social. O a los taxistas, que también procuran mucho material para los ejercicios de antropología. Las peluquerías no tienen tradición alguna en esta materia, no sé si por lo poco que las frecuentan los colegas o porque las mujeres las convierten en espacios para los asuntos cotidianos más que para la política. Por eso fue toda una sorpresa el mitin de la indignada que hube de tragarme hace unos días en una peluquería del País Vasco.

La indignada hablaba a gritos, para ganar al secador de pelo y para que nos enteráramos bien el resto de la clientela, orgullosa como estaba de su «rebelión». El mitin, una versión vasca del que dio Iglesias en la Puerta del Sol, decía aquello de que hay que «echar a todos los políticos de Madrid», a los que «mandan en Madrid», y que luego venga, «me da igual, el de la coleta». «Cuando tienen mayoría absoluta, son todos iguales», seguía, y «luego, en lo que me toca, la ley de Educación que nos quita derechos y libertades», añadía, en perfecto dominio de todas las consignas indignadas. Supe que era una profesora de la escuela pública, de las que, estoy segura, jamás ha emitido un solo sonido de protesta por los abusos lingüísticos o los contenidos políticos de la escuela vasca. A la que ni se le ha pasado por la cabeza pedir a gritos que «echen a los nacionalistas que llevan toda la vida gobernando en el País Vasco», sólo a «los de Madrid».

Y, sobre todo, aquella indignada no ha pronunciado jamás una sola palabra más alta que otra contra ETA, ni en la peluquería, ni en su escuela ni, probablemente, en su propia casa. A mi edad, nunca escuché una sola frase de repudio a ETA, un «que los detengan a todos ya», por ejemplo, ni en la peluquería, ni en la barra del bar ni en el taxi. Esa indignada callaba entonces y calla ahora para lo arriesgado de verdad. Lo que resulta un excelente indicador de un rasgo esencial de Podemos. Y es su nula condición de revuelta, de protesta contra lo establecido, de quijotismo, de valentía, como dice ahora Iglesias. Podemos es tan políticamente correcto, tan inocuo socialmente, que hasta se reivindica a gritos allí donde nadie se atrevió jamás a decir una sola palabra contra ETA. Ni siquiera contra el poder nacionalista.

Podemos gusta a la jet set, luce en sus fiestas, lo de Carmen Lomana no es sólo una anécdota, y hasta hace hablar a los que estaban muertos de miedo cuando ETA mataba. Podemos es la protesta apta para todos los públicos y clases sociales. Con una mezcla del discurso de los derechos y del Estado ilimitado de la socialdemocracia y los sentimientos de rabia, frustración, envidia y odio social hacia los que tienen dinero, prestigio o poder, incluido el odio de algunos que tienen dinero hacia el prestigio y el poder. Lo segundo, el odio, enmascarado en lo primero, y protegido de la crítica por la socialdemocracia que los alentó y alimentó en su formación.

La paradoja es que a quien esté tumbando Podemos sea a los suyos, no a los que insultaban, acosaban y agredían en aquellas marchas antidemocráticas que llamaban «escraches». Se los hicieron al PP, pero quitan los votos y el poder al PSOE y a IU. Y, parcialmente, también a algunos partidos nacionalistas. Y es posible que hasta acaben movilizando el voto de la derecha.