Espejos de la historia

EL CORREO 03/02/15
JOSEBA ARREGI

· Contra el nacionalismo alemán, que existe, surge un radicalizado nacionalismo griego en el que se dan la mano extrema izquierda y extrema derecha

Hace poco que los medios europeos celebraban las primaveras que se estaban produciendo en algunos países árabes, primaveras a las que no ha seguido ningún verano, siembra que no ha dado lugar a ninguna siega, y ya estamos de nuevo ante el comienzo de una nueva etapa histórica para Europa gracias a la victoria de Syriza en Grecia. Sería muy pesado, aunque muy informativo, hacer el recuento de los hechos históricos que, en pocos años, alumbraban tiempos nuevos.

Olvidados están los recuerdos de la Primera Guerra Mundial conmemorada en su centenario, e inexistenes, porque no los hemos recordado, los contextos sociales, económicos y culturales de las sociedades europeas antes de la explosión de esa guerra, durante los cuatro años que duró y en los decenios que siguieron hasta la barbarie de la segunda. Y como no recordamos, todo lo que sucede ahora nos parece novedoso, digno de entrar en los anales de la historia como el comienzo de una nueva era.

Sin ánimo de agotar todo lo que debiera ser recordado para entendernos en lo que sucede, vayan a continuación algunos elementos que pudieran ser de interés. Escribe Stephan Zweig en su libro ‘El mundo de ayer’ que antes de 1914 se podía viajar por todo el mundo sin necesidad de pasaporte, y que la idea de frontera que no puede ser traspasada sin permiso –eso es el pasaporte– se debe a la ola de nacionalismo y proteccionismo que invadió todo el mundo a raíz de la guerra del 14. Este auge del nacionalismo y del proteccionismo de todo tipo, de encerrarse en el propio cascarón cultural, no nació simplemente de la guerra del 14, sino que venía precedida por la fusión de la idea política de nación, la propia del liberalismo y de su revolución –nación como asociación voluntaria de ciudadanos soberanos– con la idea de nación etnocultural del romanticismo, produciendo lo que el historiador Hagen Schulze (’Estado y nación en Europa’) denomina Estado nacional integral.

La guerra del 14 fue un momento en el que la violencia era vista y celebrada en la literatura como crisol de hombría, contexto en el que se forja el carácter de las personas. La violencia vivida en la guerra, a pesar de todos sus horrores, como lo describe Ernst Jünger en su novela ‘Stahlgewitter’ (Tormenta de acero), pero también una disposición generalizada a aceptar la violencia como medio para dirimir disputas políticas.

Los decenios previos a la guerra del 14 y los siguientes fueron de una enorme creatividad intelectual, artística y cultural: grandes avances en la física, en la química, en la matemática, grandes revoluciones en el arte plástico, en la literatura y en la música, radicales innovaciones en el pensamiento filosófico, teniendo todos ellos como consecuencia revolucionar la imagen del mundo y de la sociedad que existía hasta entonces, ruptura de cánones científicos, artísticos y culturales, revoluciones y rupturas que junto con las enormes transformaciones sociales dejaron a los individuos desamparados en la tormenta, sin cobijo, presas de un sentimiento de pérdida de patria metafísica, sujetos a una búsqueda ansiosa de nuevos puertos en los que refugiarse.

Estos puertos aparecieron con una fuerza enorme: proyectos y propuestas colectivistas, orgánicas, de explicaciones globales y totales de la naturaleza, de la historia, de la sociedad, el fascismo y el comunismo en fiera competencia y muchas veces sin fronteras claras entre ellos, con no pocos intelectuales fluctuando de un extremo al otro. El fascismo y el comunismo ofrecían la seguridad, el cobijo no sólo intelectual y cultural necesario ante el desorden que la ruptura de todo tipo de cánones había hecho necesario, sino también la vivencia de una comunidad ideológica que había que extender al conjunto de la sociedad.

En esa fiera competencia por las mentes y las voluntades de los individuos los pactos y los arreglos entre distintos movimientos no obedecían al respeto a principios claros, sino que resultaban de las necesidades tácticas, necesidades que pronto se confundían con principios estratégicos: Stalin ordenaba, a través del Komintern, apoyar a los partidos conservadores porque el enemigo era el socialfascismo de los partidos socialistas y socialdemócratas, la Unión Soviética pactaba con el régimen de Hitler, el partido era más importante que el Estado y que la sociedad, y al final por encima del partido y del Estado, por encima de la sociedad estaba la nación nacionalista: el Estado nacional integral se convierte en Estado nacional total con Hitler y con Stalin.

Estos días se puede leer que Europa no puede ser sin Grecia, pues en Grecia está la cuna de la cultura europea y de su democracia, aunque Hegel tuviera algún reparo ante esta idea. Se recurre a Hölderlin (Hyperion) y a su recreación de la cultura griega como mito modelo para la cultura europea moderna. Se olvida, sin embargo, que de esas raíces viene el ansia de totalidad (Hegel), de explicación completa de la realidad, y el ansia por la vuelta a la madre tierra del ser aún no olvidado en la superficialidad del mundo de cosas sin significado producido por la tecnología moderna, una vuelta al seno del ser activo y creador presente en la metafísica y en la cultura griegas propuesta por Heidegger para curarnos de los males de la modernidad, y que esperaba viniera de la mano de la revolución nazi.

Mientras tanto Syriza y Amanecer Dorado se dan la mano desde la extrema izquierda a la extrema derecha para, juntos, defender la dignidad arrebatada a los griegos sobre todo por Alemania, una dignidad que los mismos griegos habían depositado durante décadas en manos de aquellos a quienes habían pedido tanto dinero para mantener un nivel de vida que no producían con su esfuerzo. Contra el nacionalismo alemán, que existe, un radicalizado nacionalismo griego en el que se dan la mano extrema izquierda y extrema derecha, provocando extrañeza en la Alemania que estos días ha recordado el 70 aniversario de la liberación de Auschwitz.