La lección de Ondarroa

FERNANDO SAVATER, EL CORREO 26/05/2013

Fernando Savater
Fernando Savater

· Por lo visto, la gente de Bildu quiere estar en las instituciones, sublevarse contra las instituciones y también encabezar a la policía que reprime a los infractores antisistema.

En cierto episodio de su saga Guillermo Brown, uno de los héroes más inolvidables de mi infancia, asiste a una conferencia –la primera de su vida– en la que el orador se ve interrumpido por un alborotador que debe ser expulsado de la sala. Guillermo queda impresionado por el espectáculo y decide que le gustaría ser conferenciante. Claro que también es atractivo el papel de quien se dedica a expulsar alborotadores, de modo que su ideal es un orador que de vez en cuando baja de su tarima para poner de patitas en la calle a los que molestan. Y, aunque Guillermo no lo admite explícitamente, interrumpir una charla es aún más divertido que darla, de modo que lo perfecto sería pronunciar una conferencia, protestar contra ella y expulsarse a sí mismo de la sala. Así no se pierde uno ninguna parte de la diversión.

Algo parecido parece tentar a la gente de Bildu, que por lo visto quiere estar en las instituciones, sublevarse contra las instituciones y también encabezar a la policía que reprime a los infractores antisistema. Renunciar a la violencia pero indultar y ensalzar a quienes la han cometido y apoyado; dictar leyes, la primera de las cuales debe ser la que autoriza a violar las leyes injustas, etc… En una palabra repicar, ir en la procesión y además declararse ateos. Y todo por el mismo precio, es decir cobrando y sin pagar. Vaya juerga.

Lo ocurrido en Ondarroa durante la accidentada detención de Urtza Alkorta, condenada por el Tribunal Supremo por colaboración con ETA, es un ejemplo de esta polivalencia de quienes pretenden estar en las instituciones y contra ellas, todo a la vez. Para los puros todo es puro, sobre todo cuando son ellos mismos quienes decretan en qué consiste la pureza, la democracia y todo lo demás. Desde su punto de vista la cosa se comprende como muy conveniente, pero lo raro es que encuentren en gente (o medios de comunicación) que en principio no comparten ni sus intereses ni su ideología tanta disposición a aceptar el lenguaje con que legitiman su batiburrillo político. Por ejemplo, ese ‘misterium magnum’ que es el llamado ‘proceso de paz’, el cual hasta tiene su ponencia parlamentaria en gestación y todo en Ajuria Enea.

Porque, vamos a ver, un proceso es una serie de pasos y un itinerario que debe llevar a conseguir algo, la ‘paz’ en el caso que nos ocupa. ¿Alguien puede aclararme a qué distancia estamos de la paz y cuánto falta para conseguirla? Y aún algo previo: ¿alguien puede aclarar quién es el que decidirá cuándo estamos ya en paz y cuál es la paz definitiva que nos conviene? Porque si la paz a que aspiramos es un cierto ordenamiento de la convivencia y no una armonía mística de las almas o la comunión de los santos, no parece hoy por hoy una meta tan lejana e inalcanzable: tenemos un Parlamento en el que están representadas todas las tendencias deseables e incluso hasta alguna indeseable, tenemos instituciones locales de signo político diverso, tenemos libertad de expresión y hasta de vociferación, tenemos hacienda propia y todo ello dentro de un Estado de derecho que precisamente ha tenido que defenderse contra el terrorismo que durante tanto tiempo –y aún ahora, como amenaza– pretendió destruir la normalidad del ejercicio democrático. No tenemos la paz de los cementerios, desde luego, que los criminales querían para sus adversarios y lograron en demasiados casos, ni un discurso único sobre lo que pasó, lo que pasa y lo que va a pasar, que es incompatible con la libertad racional de los ciudadanos (dejemos esa mitología pringosa del ‘pueblo’ aparte), pero lo que tenemos es lo que suele llamarse ‘paz’ en todos los lugares civilizados.

En nuestra época de ahorro forzoso y recortes forzados, no entiendo a qué viene derrochar tiempo y fondos en buscar lo obvio o lo imposible. ¿Una ponencia de paz? ¿Un ‘suelo ético’ (sic)? Por mí no hace falta que se molesten, porque ya tengo la mía basada en buenas razones y no voy a cambiarla por otra: es la Constitución de España y el Estatuto vasco. Exactamente lo que hemos logrado defender contra ETA y lo que nos ha defendido a todos contra la banda terrorista, gracias a sus fuerzas de seguridad, leyes, jueces, etc… La señora Mintegi se escandaliza de que la Policía vasca pueda ser un brazo «de la Policía española». Anda, pues ¿qué se había creído? La Ertzaintza es una muy distinguida rama de la Policía española (y no de los servicios auxiliares de ETA), lo mismo que el Parlamento autónomo vasco al que pertenece la propia señora Mintegi es parte muy respetable de las instituciones del Estado español (y no una franquicia concedida por los terroristas para llevar a cabo su proyecto político y llamarlo ‘paz’). Si no fuese así, a la señora Mintegi en sus idas y venidas más o menos institucionales iba a hacerle caso su… quiero decir, Rita la Cantaora.

FERNANDO SAVATER, EL CORREO 26/05/2013