IGNACIO CAMACHO-ABC

La estructura del aparato nacionalista permanece prácticamente entera, incrustada en el corazón del sistema

UNA de las claves de la parsimonia con que los independentistas se están tomando la constitución de un nuevo gobierno catalán reside en el hecho de que gran parte de sus cuadros sigue instalada en la estructura del viejo. La aplicación del artículo 155 supuso la destitución de un centenar y medio de altos cargos de la Generalitat pero dejó intacto el tejido de mandos de confianza de nivel intermedio. El nacionalismo no tiene prisa en levantar la intervención porque no sufre la presión de una trama clientelar que continúa en ejercicio pese a que no pocos de sus integrantes participaron de forma activa en la organización del golpe de octubre y el referéndum. Es el caso de Antoni Molons, secretario de Difusión arrestado el jueves en un registro de la Guardia Civil, cuyo cese anunció ayer La Moncloa tras haberlo mantenido más de cuatro meses en su puesto.

Cuando el PSOE y Ciudadanos propusieron utilizar el 155 para convocar elecciones autonómicas, Rajoy vio el cielo abierto. El presidente temía verse obligado a dirigir una especie de invasión administrativa que desembocase en un conflicto (más) serio. Su alergia a los líos le invitaba a evitar un enfrentamiento con el régimen separatista encastillado en la maquinaria autonómica y en el Parlamento; le intimidaba la amenaza de boicot funcionarial y de motín callejero. La convocatoria electoral era, fue, una salida simple a un complejo atolladero: reducía la cuestión a gestionar un poder en funciones, con decisiones rutinarias que el Gabinete resuelve en un breve apéndice de cada Consejo. Sin tener que ocupar despachos ni desembarcar antipáticas brigadas de hombres de negro.

Esa oportunidad perdida tendrá consecuencias. Las tiene ya en la medida en que la mayoría parlamentaria continúa siendo favorable a la independencia. Pero sobre todo ha significado el desperdicio de una ocasión esencial para desmantelar el aparato secesionista, anular la propaganda identitaria, asentar la presencia del Estado en Cataluña y normalizar unas instituciones entregadas a la construcción de una legalidad paralela. La Justicia ha descabezado la red golpista y la intervención de baja intensidad ha puesto fin a la desobediencia, pero la hegemonía estructural nacionalista permanece prácticamente ilesa, instalada como una quinta columna en el corazón del sistema.

Episodios como el de Molons refuerzan la incómoda evidencia de que España ha renunciado a infligir al separatismo una derrota contundente y manifiesta. Por falta de audacia se ha conformado con una suerte de empate cuando las circunstancias le brindaban la posibilidad de un salto cualitativo, de una transformación estratégica. Cuando los indepes tengan a bien ponerse de acuerdo en una solución legal para la presidencia, el Gobierno se sentirá aliviado de devolverles el poder con todas sus piezas enteras. Y encima es probable que se deje exigir cuentas.