La ruptura de Aznar

EL MUNDO 21/12/16
SANTIAGO GONZÁLEZ

Rajoy se encontraba en la ONU tratando de motivar al Consejo de Seguridad contra la trata de personas, cuando el presidente de honor de su partido le escribe una nota con prosa escueta para anunciarle su baja de tal cargo. La cosa se barruntaba desde que, hace dos meses y medio, Faes puso fin a 25 años de relación con el Partido Popular, pero quedaba esa tenue ligazón que unía al PP con su presidente de honor.

Había muchos precedentes. Aznar llegó tarde al Congreso de Valencia el 20 de junio de 2008, con su amigo guatemalteco que se había hecho rico con la cadena de comida rápida El Pollo Campero. Llegó tarde, pero exultante, interrumpiendo el desarrollo de la sesión, porque todos los delegados se pusieron en pie mientras sonaba el himno del partido y lo aplaudieron «hasta enronquecer», por decirlo con la insuperable descripción de un cronista deportivo de El Diario Vasco. Él recorrió la sala, bordeó la mesa y se fundió en abrazo y palmoteo con ÁngelAcebes, haciéndole la cobra a Rajoy. Lo sorprendente es que al día siguiente tuvo un cálido encuentro con el mismo ninguneado de la víspera.

Desde entonces, el presidente de honor ha mantenido la actitud vigilante del guardián de las esencias, exponiendo sus discrepancias cuando las tenía, actitud que llevaba algunos nervios a Génova, pero que no llegaban a resolverse en crisis.

Soraya Sáenz de Santamaría fue entrevistada por Herrera la semana pasada y, quizá sin mucho entusiasmo, se sintió obligada a confesar un error: «No haber trabajado previamente PP y PSOE para llegar a un acuerdo». Sobre el Estatut. Es mucho decir, teniendo en cuenta que el Estatut había sido un empeño personal de Maragall, secundado con entusiasmo por Zapatero en su discurso del Palau Sant Jordi el 13 de noviembre de 2003. Ni siquiera Pujol se había interesado en 23 años; se conformaba con poner el cazo y aprobarle a Madrid los Presupuestos; el PSC sabía que excluía al PP de la vida política mediante el pacto del Tinell.

Y Herrera preguntó, y tengo para mí que la vicepresidenta se sintió urgida a responder, y lo hizo de forma mejorable. El diálogo no es un bálsamo de Fierabrás, pónganse ustedes en la tesitura de hablar con Puigdemont o el pobre QuicoHoms y ya me contarán el resultado. Quizá debió pensar en los 4.020.000 ciudadanos (y ciudadanas, claro) que firmaron en poco más de dos meses para pedir un referéndum sobre el Estatuto en toda España.

Como en todo divorcio, los dos tienen razón. Aznar ha creado hemeroteca en su relación con los nacionalismos: desde la cesión de los impuestos a la cabeza de Vidal-Quadras que le había exigido una Salomé de tipo extravagante y algo cleptómana. Si en Génova hubiera alguien con memoria podrían haberle replicado con una frase suya: «En 1996 primero ganamos y después, gobernamos con diálogo y acuerdos. Por ese orden, que no se nos olvide». Se lo dijo a todo el partido en el citado Congreso de Valencia y ocho años más tarde se han puesto manos a la obra. Pero si el diálogo no ha servido con Aznar, ¿cómo va a servir con Puigdemont?