IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Este amago de dimisión en suspenso no lo esperaba nadie. Y nadie parece en condiciones de adivinar su alcance

No hay más remedio que reconocer la imprevisibilidad de Pedro Sánchez. Lo cual no es necesariamente una virtud en un gobernante encargado en teoría de procurar a la nación un rumbo estable. Pero su capacidad de sorpresa está fuera de cuestión, aunque de hecho sea su única y paradójica cualidad reconocible en medio de una larga trayectoria de piruetas y virajes. Es probable que se sienta satisfecho de haber puesto patas arriba el Madrid del poder por la tarde de un día que había empezado en el Congreso con la habitual exhibición de arrogancia y desplante. Admitámoslo sin reparos: ese amago de dimisión en suspenso no lo esperaba nadie. Y nadie, salvo si acaso su círculo más estrecho de susurradores de confianza, está en condiciones de adivinar su alcance. Así que habrá que especular sobre hipótesis virtuales.

Hipótesis uno: se va de veras. El caso de su esposa, pendiente de una posible llamada a declarar ante un juez, ha adquirido visos de serio problema pese al carácter improvisado de una querella fundada apenas en un montón de recortes de prensa. Sabe cosas que los demás ignoramos –ay, Pegasus–, ha visto alguna oportunidad de lanzar su carrera a cualquiera de los puestos pendientes en la nomenclatura europea y quiere aprovechar el momento con la coartada de un victimismo impostado ante el supuesto acoso de las derechas. Pero entonces lo lógico sería una comunicación directa, sin margen de duda y con un sucesor (o sucesora) ya nominado para hacerse cargo de la presidencia. Y en todo caso, su marcha quedaría siempre asociada a una sombra de sospecha.

Hipótesis dos: busca una manifestación populista de apoyo plebiscitario. Un movimiento social a su favor que le pida seguir y permita a su partido y al conjunto de la izquierda recobrar el ánimo que está perdiendo en medio de la cascada de escándalos. La polarización civil elevada a un grado de paroxismo máximo, una ruptura completa de cualquier atisbo de institucionalidad de Estado, una legislatura asomada –durante el tiempo en que pueda sostenerse– al abismo de un enfrentamiento dramático. Un intento de cohesionar el bloque de aliados que amenaza con resquebrajarse tras unas elecciones catalanas sin pronóstico claro. Un correlato de aquella misteriosa fuga temporal de De Gaulle tras la sacudida revolucionaria de mayo.

Hipótesis tres: está pensando en convocar elecciones (puede hacerlo dentro de un mes largo), y jugársela a cara de perro. Convertir en unas primarias los comicios de Cataluña y los de la Eurocámara, y tal vez renunciar a presentarse si sale trasquilado en el intento. Y la hipótesis cuatro consiste en un truco que desconocemos, un salto al vacío capaz de provocar en el país una sacudida de desconcierto. Hay un remoto eco de la espantá de Suárez en aquellos borrascosos días de enero. Pero Adolfo se fue de golpe y a Pedro le puede la sugestión narcisista del misterio.