Las lágrimas de 326 verdugos

Jorge M. Reverte, EL PAÍS, 25/6/12

Antes que preocuparnos por asesinos que no se arrepienten, hay que pedirles que cuenten lo que saben

Para qué darle más vueltas. Yo no me conmuevo ante las lágrimas del verdugo que le explica, con profunda congoja grabada en el rostro, al deudo de la víctima: «No puedes imaginar lo que sufrí viendo el estrago causado». Por lo que sabemos de los experimentos que se han llevado a cabo hasta el momento, que con ciertamente muy pocos, hay ciertos terroristas que han pasado alguna noche en vela después de ver en la televisión las imágenes de cuerpos de niños desmembrados.

Muy poco ayuda a conmoverse saber, como ha mostrado hace pocos días Fernando Reinares en un excelente y bien documentado artículo en EL PAÍS, que la inmensa mayoría de los etarras no se arrepiente de sus actos. Y las declaraciones de los colectivos de presos en el sentido de que aceptan hablar de lo suyo solo si se excluye la idea del arrepentimiento y la delación.

¿Aceptan hablar de qué? Por supuesto de su excarcelación, pronta o algo dilatada en el tiempo, sea en forma de amnistía general o de tratamiento individualizado.

Al otro lado de la frontera del crimen se encuentran, teóricamente unidos, la sociedad democrática y las víctimas, entre las que se va abriendo un hueco cada vez más amplio. Hay una sociedad democrática que ya parece perseguir solamente la desaparición, a cualquier precio, de la amenaza terrorista, para poder dormir tranquila, sin agobios morales ni imágenes impactantes de niños o policías reventados.

Se trata de acabar con la voz de las víctimas y de quienes les apoyan para ir solventando el asunto poco a poco

Y están las víctimas, sobre las que se está haciendo caer, cada vez con más fuerza, la responsabilidad sobre dos asuntos muy relacionados: la construcción de la convivencia en el País Vasco, y la reinserción de los pistoleros. De su actitud, de su definición sobre la alternativa «reinserción o venganza» parece que vaya a depender la futura convivencia en Euskadi, la definitiva resolución de eso que los nacionalistas violentos y no violentos han llamado el «conflicto».

Los primeros experimentos están condenados al naufragio: ninguna manifestación de pesar, ningún diálogo entre asesinos y familiares de víctimas, puede tener la menor eficacia y credibilidad si se produce en un entorno de publicidad repugnante como el que se ha dado ya en alguna ocasión. El Gran Hermano del terrorismo: la víctima que sale de la reunión diciendo cualquier cosa: uno, que el asesino no le ha pedido perdón, pero se ha mostrado apesadumbrado; otro, que se desahogó llamando asesino al asesino. Y el pobre terrorista, a través de su abogado, que ha sido muy dura la experiencia.

De ahí, nada. ¿Y qué queda entonces, si los que no se apuntan a la llamada «vía Nanclares» se niegan a arrepentirse? Pues nada. Su única solución (imposible, de momento, pero vaya usted a saber) sería la amnistía. Algo que prohíbe la Constitución y, me temo, también las leyes internacionales.

Bueno, pensándolo bien, queda otra cosa: se trata de acabar con la voz de las víctimas y quienes les apoyan (que creo que somos bastantes) para ir solventando el asunto poco a poco. Para ello, lo fundamental sigue siendo vender que la paz (no la libertad, la paz) en el País Vasco, se va a imponer solo si hay plena reconciliación, o sea, perdón. Y el perdón, que en este caso es claramente el olvido, está siendo obstaculizado no por quienes se niegan a arrepentirse, sino por quienes vieron morir a sus parientes y amigos.

¿Qué se les ofrece a las víctimas? Dinero. Se intenta que acepten todo lo que se les pueda ofrecer y que se callen. Así es de sencillo.

¿Qué se les niega a las víctimas? En realidad, casi todo lo que puede hacerles pensar que la sociedad democrática les protege. Se les niega la capacidad de conocer la verdad, y se les niega la reparación moral.

Porque desde muchos de los que defienden con tanto apresuramiento la reinserción de los presos se olvida que hay aún 326 asesinatos de ETA pendientes de ser resueltos. Es decir, que hay miles de personas en España que no saben ni quién mató a sus familiares ni por qué.

Cuando el colectivo de presos de ETA (al que ahora mismo solo apoya de verdad ETA) dice que no se arrepiente y que no puede aceptar la delación, está refiriéndose a eso, porque la delación en su caso significa esclarecer los crímenes, decir quiénes los cometieron y por qué.

Sin que eso se conozca, no hay posible reparación. Hay miles de personas en Euskadi y también en el resto de España que quieren saber quién mató a sus familiares y por qué.

La entrevista entre Caride y Manrique sobre el atentado de Hipercor fue una burda broma mediática; la entrevista de Consuelo Ordóñez con Valentín Lasarte, uno de los asesinos de su hermano, una evidente provocación para que los ciudadanos entiendan que, antes que preocuparnos por la reinserción de asesinos que no se arrepienten, deberíamos pedirles que cuenten lo que saben.

Ya que han ganado la batalla política, al menos que no se vayan de rositas.

Otro día podremos hablar de violadores y pederastas, que no son peores. Eso sí, no está organizados.

Jorge M. Reverte, EL PAÍS, 25/6/12