JOSÉ RAMÓN BAUZÁ-El Mundo

El autor denuncia la ‘catalanización’ que se está produciendo en Baleares y el arrinconamiento en las aulas del español, idioma en el que admite no saber expresarse bien el propio presidente del Parlamento autonómico.

HACE UNOS DÍAS trascendió el famoso lost in translation de Baltasar Picornell. Les cuento: tras la tradicional recepción del Rey a las autoridades de las Islas durante el periodo estival, el presidente del Parlamento balear afirmó que Don Felipe le había dicho que estaba «dispuesto a tender puentes» e «intermediar entre las partes» de la crisis catalana. Después de estar a punto de crear un conflicto nacional sin precedentes por atribuir al Monarca competencias que le son ajenas, Picornell tuvo que excusarse utilizando para ello la justificación más escandalosa que he escuchado en años: que como no sabe expresarse correctamente en castellano, se puso nervioso y mezcló las palabras.

Obviando la responsabilidad que ostenta un cargo público de tal magnitud, que debería privarle de hacer afirmaciones tan gratuitas, el escándalo no es ya siquiera que cometiera un error de tales características. El drama es que, para explicar su fallo, dijera que no sabe hablar español con la diligencia suficiente como para saber expresarse de manera adecuada y que ello, además, sea perfectamente creíble.

Mi Comunidad Autónoma no es especialmente mediática en asuntos de índole nacionalista, pero el germen que nuestras islas llevan años incubando está empezando a mostrar síntomas tan evidentes que son imposibles de obviar. Ya es de sobra conocido que estamos perdiendo calidad de vida y capacidad competitiva por culpa de la inmersión catalanista implementada con calzador, hasta el punto de que en Ibiza no hay neurocirujanos pediátricos porque no hay especialistas que sepan hablar la lengua cooficial, requisito de acceso a la administración. También es sabido que nuestros hijos no pueden escolarizarse en el sistema público en castellano; sólo tienen oportunidad de hacerlo en catalán y con un contenido que, en muchos más casos de los que se dice, es tan adoctrinador que causa vergüenza ajena que haya alguna Administración pública que lo admita.

Es una evidencia, además, que nuestras modalidades lingüísticas (mallorquín, menorquín o ibicenco) están siendo sistemáticamente machacadas por las autoridades para imponer el catalán estándar que obvia y oculta nuestra Historia y nuestra cultura. Es una realidad, en fin, que España y el español están desapareciendo de las Islas para ser sustituidos por los Països Catalans y el catalán; la simbología de Cataluña ondea ya en más de un edificio público con total impunidad.

Esos pequeños pasos hacia la consolidación de una sociedad connivente con el independentismo llevan años produciéndose, pero pocas veces tenemos la oportunidad de ver sus consecuencias de una manera tan evidente como la que ocurrió con Picornell.

Y es que, ¿cómo es posible que un ciudadano español de 41 años, profesional liberal y en permanente contacto con el público, pueda decir que no sabe expresarse correctamente en castellano? ¿Cómo puede ser que un cargo público, representante de la sociedad y miembro de ella, no haya tenido la oportunidad de perfeccionar su idioma natal a través del mero uso?

La respuesta es evidente. En las Islas Baleares, en contra de lo que el nacionalismo se empeña constantemente en reiterar, el español se encuentra en una situación de absoluta desventaja respecto al catalán. Muchos niños de la Part Forana de Mallorca, al igual que ocurre en la parte interior de Cataluña, apenas saben expresarse correctamente en castellano cuando se les reclama que lo hagan. El español en nuestras islas es, para una parte de la población, un mero idioma casi extranjero que se enseña unas horas en las escuelas pero que apenas tiene trascendencia en la vida diaria de la ciudadanía. En un escenario de absoluto drama para la lengua oficial del Estado, además, las Administraciones Públicas baleares, con el incomprensible apoyo de partidos constitucionalistas, apoyan subvenciones para que el ya de por sí predominante catalán sea el idioma principal en los rótulos de los comercios de las islas. Como en los peores tiempos de Pujol y del tripartito. Ya estamos ahí.

Todo lo anterior tiene una conclusión evidente, y es que el futuro que nos espera en Baleares, si no hacemos nada por remediarlo, es acabar siendo en unos años la nueva Cataluña. Tanto es así que algunos grupos políticos ya reclaman para 2030, cuando haya aún más ciudadanos producto de la inmersión lingüística y el adoctrinamiento, un referéndum independentista en las Islas en las mismas condiciones que las del pasado 1-O.

A su vez, en ese ansia insaciable por acabar con todo aquello que recuerde a España y a los valores que representa, la presidenta Francina Armengol reclama «abrir un debate sobre la monarquía» tras mantener una reunión con el Rey apenas unas horas antes que Picornell.

Si con una Monarquía moderna, eficiente y vertebradora como la nuestra es difícil no sentirse orgulloso de la Institución, más aún es no hacerlo siendo el presidente de las Islas Baleares, que a todas las ventajas que la Monarquía aporta a la nación se deben añadir las propias de las Islas, que se han posicionado como destino turístico internacional de calidad, en gran medida, gracias a la labor de promoción que hacen los Reyes verano tras verano.

Pero en ese rechazo irreversible por nuestras instituciones, el nacionalismo es perfectamente capaz de perjudicar los intereses de personas y territorios con el único objetivo de asentar unas creencias totalitarias que, por su acción y por la connivencia de los demás, nos están abocando a un desastre que en unos años seremos incapaces de revertir.

Pero antes de llegar a ese punto es posible dar la vuelta a la situación, aunque para ello hay que estar dispuesto a hacer sacrificios políticos y personales. Desde mi Gobierno los hicimos. Logramos que fuera imposible que los niños del futuro no supieran hablar castellano, porque implementamos un modelo educativo trilingüe en el que se asegurase una equivalencia del 33% en la enseñanza entre español, catalán e inglés. Promovimos una ley de símbolos que acababa con toda simbología pancatalanista habida y por haber. Propugnamos que el catalán fuera un mérito y no un requisito en el acceso a la función pública y yo, personalmente y como presidente, pedí más inspección educativa de ámbito nacional para acabar con el adoctrinamiento. Iniciativas que pretendían que lo importante, la lucha contra el virus nacionalista, no se convirtiera en lo urgente, el aplacamiento al independentismo más feroz que pusiera en jaque nuestro Estado de derecho.

SE HA CONVERTIDO en imperativo ya, cuando hasta nuestras principales autoridades se vanaglorian de no saber el idioma común que tenemos con el resto de españoles y quieren «plantear debates» para acabar con nuestras instituciones, que los partidos políticos constitucionalistas hagan de Baleares su prioridad y sean conscientes de que aún estamos a tiempo de hacer que las islas no sean el siguiente capítulo de la lucha de España contra su autodestrucción. Y es que algunos estaremos siempre enfrente del nacionalismo a cada paso que dé, pero no podemos estar permanentemente solos predicando en el desierto excepto cuando la lucha es electoralmente rentable.

Todos estamos de acuerdo ahora, después de que la sociedad catalana esté absolutamente fracturada y los miembros del Gobierno golpista huidos o en prisión, de que debimos hacer algo en Cataluña cuando aún estábamos a tiempo. Todos nos creemos con la determinación de haber tenido la suficiente visión política como para hacer algo cuando los independentistas infestaban la sociedad, al contrario que hicieron los responsables que nos precedieron.

En Cataluña ya no podemos hacer nada para prevenirlo, pero en Baleares aún estamos a tiempo de llevar a cabo todas esas medidas que manifestamos evidentes para haber prevenido el caso catalán. Demostremos con hechos y no sólo con palabras que somos mejores que las generaciones anteriores y que hemos aprendido de nuestros errores aún cuando la herida aún duele y supura. No acabemos con nuestro país por omisión frente a los que pretenden romperlo por acción.

Es nuestra responsabilidad. Ejerzámosla.

José Ramón Bauzá es senador y ex presidente de las Islas Baleares.