Los dilemas del PNV

 

Pragmatismo. Centralidad. Sensibilidades. Estas tres ideas pueden servir para aproximar la praxis política del PNV en estas tres últimas décadas de democracia y estatuto. Treinta años que para los jeltzales han sido de poder casi absoluto en lo autonómico -total hasta el Gobierno del cambio de Patxi López-, enormemente amplio en lo foral y más limitado en lo municipal, a excepción de su feudo vizcaíno.

Con un estilo más propio de un movimiento que de un partido al uso, los peneuvistas han sido en este tiempo, sobre todo, una fuerza de gestión. Ello no les ha impedido enarbolar la bandera soberanista cada vez que lo han juzgado oportuno, para arañar votos y/o para dar nuevos pasos hacia su programa de máximos: el ejercicio de la autodeterminación para lograr la independencia.

Ese pragmatismo, o política de conveniencia, se ha traducido en pactos y acuerdos con los socialistas, con su escisión (EA), con EE y EB, y con la izquierda abertzale tradicional, pese a ETA. No han faltado breves etapas de implicación en la gobernabilidad del Estado, con Aznar y ahora con Zapatero, con idéntico fin: el legítimo beneficio envuelto en el bonito celofán del logro de ventajas para el país. A veces ciertas.

Pero los movimientos que se han producido en los últimos meses en el mundo de ETA y la ilegalizada Batasuna -cuya sinceridad sólo certificarán los hechos- y la presencia en las urnas de Bildu preludian un nuevo mapa político. Una recomposición por simplificación de la actual oferta partidaria, que amenaza a Aralar, EB o Hamaikabat. El día 22 se librará el primer choque por la hegemonía en el campo abertzale entre el partido de Iñigo Urkullu y la coalición independentista de izquierdas.

Lo posible y lo improbable
El PNV, que en su momento se opuso a la ley de partidos y a la ilegalización de Batasuna, ha defendido estos días con toda la trompetería político-mediática a su alcance -órdagos públicos al Gobierno de Zapatero incluidos- el regreso de la izquierda abertzale a las urnas. Y es que si Supremo y Constitucional ponían finalmente la proa a Bildu, los jeltzales quedaban vestidos con sus mejores galas para recoger parte de ese voto abertzale. No ha sido así, y en Sabin Etxea preparan -como hizo la izquierda abertzale con Bildu- su plan B: ensanchar el discurso para tratar de cubrir, como buen movimiento, el mayor espacio posible.

Las primeras horas de campaña han sido para defender la gestión realizada y el grado de autonomía conseguido. Llamar al voto útil a los simpatizantes de EA, Hamaikabat y Aralar. Y recordar a la izquierda abertzale que su giro actual, su aún tibio desmarque de ETA, no es sino la confirmación del fracaso de su apuesta por el ‘no’.

Pero parece probable que conforme se aproxime el 22-M a este mensaje se sumen guiños al soberanismo para no dejar escapar ningún voto por ese flanco hacia Bildu. Sobre todo en Guipúzcoa, donde hoy se estrena Urkullu. Por sociología y porque durante meses el discurso del PNV de Egibar ha sido el de la acumulación de fuerzas abertzales. Eso sí, seguro que Azkuna no bebe de ese cáliz.

La posición de los alaveses es menos previsible. De momento su campaña es de perfil bajo, en consonancia con la tensión que ha vivido, y vive, la organización en los últimos meses fruto de las denuncias de corrupción y espionaje que atañen a notables burukides. Denuncias que siguen su curso en el Palacio de Justicia de Vitoria y que han fracturado al partido en dos.

Combinar discursos tan diferentes no entraña una especial dificultad a un partido que ha logrado que ello se visualice como el fruto de las sensibilidades que coexisten en su seno, en vez de como una prueba de incoherencia. Más complejo parece el día después. Sobre todo si los resultados son lo alambicados que prevén la mayoría de los sondeos.

El PNV necesita no retroceder. O lo que es lo mismo, conservar las tres diputaciones y la Alcaldía de Bilbao. Los jeltzales no parece que vayan a tener problemas en Vizcaya, aunque no logren la mayoría absoluta en Juntas. Pero, por ejemplo, ¿cómo convencer al PSOE, a Zapatero -sin que se rebele el PSE y diga no- de que se les respete la Diputación alavesa, si son la fuerza más votada y, al mismo tiempo, acariciar algún pacto por acción u omisión con Bildu en Guipúzcoa? Puede ser la pregunta desde el 22-M. Ahora es el gran temor en Sabin Etxea.

EL CORREO, 8/5/2011