Los estupendos

FERNANDO SAVATER, EL CORREO – 28/09/14

Fernando Savater
Fernando Savater

· Ellos se consideran dispensados de cumplir las leyes que no les gustan o les parecen inadecuadas.

Y por aquel entonces sucedió que el ministro Margallo dijo que el Gobierno español impediría el ilegal referéndum catalán por todos los medios y como se le preguntase si se podría llegar a suspender la autonomía insistió en que se utilizarían todos los medios necesarios para hacer cumplir la ley. Oído lo cual el parlamentario del PNV Aitor Esteban, con aparente escándalo o quizá mera ironía, inquirió si es que acaso se pensaban sacar los tanques a la calle. A lo cual no creo que haya habido respuesta ministerial alguna, aunque sí varias en los medios que han condenado la exagerada salida de tono del demandante o celebrando por el contrario su comprometedor órdago al Estado bravucón.

Y a mí, que como estoy a un océano de distancia de mi país tiendo a verlo todo desde ángulos raros, me ha dado por imaginar lo que le contestaría yo al señor Esteban si ocupase el cargo del ministro (en cuanto lean lo que sigue comprobarán cuán benévolo es el destino que me excluye para siempre de esa encumbrada posición). Dice así el ministro que afortunadamente no soy: «Estimado señor Esteban, me pregunta usted si el Gobierno piensa sacar los tanques a la calle.Y yo le respondo que depende de lo que vaya a hacer usted. Como demócrata en primer lugar y como representante del Estado de Derecho después, doy por sentado que a usted no le preocupan los tanques sino el incumplimiento impune de las leyes, por lo mismo que no le asustan los coches de bomberos sino los incendios. Ni usted ni yo, señor Esteban, queremos ver a los bomberos salir con gran clangor de sirenas para apagar una cerilla, pero reconocemos que es imprescindible hacerlo cuando arde el monte o una vivienda urbana. Si usted me asegura que sin necesidad de bomberos logrará apagar el incendio con sus buenos oficios y con la ayuda de otra gente tan bien dispuesta como usted, es probable que todos ahorremos en gasolina y mangueras.

Lo mismo debe pasar en el caso del referéndum: lo lógico y pertinente es que la legalidad sea respetada incluso por quienes quieren en algún momento cambiarla. Porque intentar cambiar una ley demuestra que uno cree en las leyes, no que pretende vivir sin ellas. Si esos reformadores logran su propósito y modifican la legalidad, los hoy disconformes exigirán para la nueva norma el mismo respeto que ahora yo, como ministro y representante de los ciudadanos conscientes de serlo, pido para la actual. Porque uno puede cambiar una ley por otra, pero lo que no cambia es la obligación de cumplirla…tanto para modificarla como para instituir otra. Y no me cabe duda de que cuando el día de mañana a un futuro ministro de la ley transformada alguien le pregunte si en su defensa sacaría los tanques a la calle, responderá lo mismo que yo en esta ocasión le contesto a usted, mi estimado señor Esteban».

Bueno, ahora ya saben por qué no soy ministro. Pero todo este debate virtual puede servir para que expongamos a la luz pública y critiquemos cuanto sea debido a esa nueva raza de cargos políticos y de ciudadanos (que también son políticos, aunque por ahora no tengan cargos) a los que llamo «los estupendos», por la altanera displicencia con que se consideran dispensados de cumplir las leyes que no les gustan o les parecen inadecuadas. Según ellos, las leyes son una especie de menú del día entre cuyos platos cada cual puede elegir, éste sí y éste no, o incluso pedir una alternativa global si somos vegetarianos. ¿Con qué legitimidad cuentan esos gourmets institucionales? Pues sencillamente con su convicción de que no hay otra justicia que lo que ellos consideran justo y que si ellos tienen a la ley por injusta dan lo mismo los requisitos de la legalidad. Vaya por Dios, cuando los demás creíamos que eran los requisitos legales democráticos los que deciden si una ley es aceptable como tal o no, piense cada cual lo que quiera sobre su adecuación subjetiva a lo que considera justicia.

Para los estupendos, las únicas leyes que deben ser cumplidas sin remisión son las que merecen su alto beneplácito y ahí sí que no caben aplazamientos (corre por la red un vídeo en que se oye a uno de estos fantoches predicar la «justicia proletaria») mientras que el resto de la legalidad, salvo cuando directamente les resulta aprovechable y beneficiosa, no merece mas que un cierto respeto estratégico o un abierto desafío táctico. Los estupendos representan, por cierto, la forma más clara de corrupción política, porque precisamente son corruptos aquellos que asumen las leyes cuando les benefician y las ignoran o conculcan cuando obstaculizan sus planes predatorios. Pero eso sí, nadie más enérgico en la cruzada contra la corrupción que los estupendos. Menudos farsantes. Y que conste que entre ellos, por supuesto, no incluyo ni mucho menos al señor Aitor Esteban.

FERNANDO SAVATER, EL CORREO – 28/09/14