Los melifluos

J. M. RUIZ SOROA, EL CORREO 24/08/13

José María Ruiz Soroa
José María Ruiz Soroa

· Eso de reclamar la memoria en el Parlamento, o en el discurso público, o en las leyes, es muy fácil. Pero reclamar la memoria cuando tenemos enfrente a la alegre muchachada es otra cosa.

Melifluo: que tiene miel… que es dulce, suave, delicado y tierno en la manera de hablar» (RAE). Las fiestas veraniegas en Euskadi son siempre una inmejorable ocasión para apreciar el virtuoso grado de melifluidad que son capaces de utilizar la mayoría de nuestros políticos y medios de comunicación cuando se enfrentan a cuestiones realmente incómodas. Y cuestiones incómodas son ésas que separan lo que dice la ley vigente (una ley que fue aprobada por esos mismos políticos y medios babeando de emoción) y lo que desea la alegre muchachada o, por decirlo de otra forma, el mismísimo pueblo vasco y festivo. Es en estas ocasiones cuando nuestros políticos nacionalistas y social vasquistas consiguen ejecutar la partitura del lenguaje melifluamente correcto con singular perfección, con el apoyo de algunos medios de comunicación siempre dispuestos a caer bien a todos sus lectores, incluida la muchachada festiva. El de la chupinera ha sido el último sólo de violín en esta partitura.

«No hacen sino polarizar a la sociedad», nos dicen los melifluos, dando incluso un toque sociológico a su melodía. Claro, es lo que tiene el asesinato, que polariza mucho a las personas en dos bandos, sólo dos: el que mata y el que es matado, el verdugo y la víctima. Por lo que si se quiere tener memoria del hecho, pues ya saben: con uno o con otro, con el recuerdo a favor o con el recuerdo en contra: ¿dónde estaba usted cuando mataron a Miguel Ángel? ¿Dónde está su memoria? ¿Dónde quiere usted que esté? Los melifluos prorrumpen en aspavientos cuando se les plantea esta cuestión: ellos están con las víctimas, cómo no, pero creen que hay que superar esa polarización reduccionista. ¿Cómo? Pues dejando a la alegre muchachada que grite lo que quiere gritar, es decir, que no les importa nada el pasado bueno o malo de cada quien porque todos tienen derecho a sus ideas (¿ideas?). Los melifluos, en fiestas… se van mentalmente a Babia.

Y es que pasa una cosa: eso de reclamar la memoria en el Parlamento, o en el discurso público, o en las leyes, es muy fácil: no cuesta votos y descoloca al contrincante político. Pero reclamar la memoria cuando tenemos enfrente a la alegre muchachada es otra cosa. Si uno se pone pesado con eso de la ley, se arriesga a la que llamen inmovilista, fanático, rencoroso y fascista. A gritos. Se pueden perder imagen y votos, así que, rápido, adoptemos la melifluidad. Las leyes tienen eso: que están muy bien en el escaparate de la política, pero que no hay que darles mucha cancha si enfrente se pone el pueblo festivo. Entonces vale más esconderlas un ratito, y si alguien reclama su aplicación, pues reclamamos su supresión (legal, claro, no crean otra cosa, los melifluos son legales). Si suprimimos al chinche ése que cita a la ley, no tendremos ya la ley más que en el escaparate, en la sociedad tendremos paz. Por fin… paz. Paz por ley, merece la pena el trueque.

«No podemos estar siempre mirando por el retrovisor», dice un socialvasquista. «Tenemos que mirar todos al futuro», añade otro socialmelifluo. «Lo importante es la unión de toda la sociedad en unas fiestas populares y de todos», termina un nacional melifluo. Es la misma melifluidad del pueblo aquel donde no suspendían las fiestas aunque asesinasen la noche anterior a uno de sus conciudadanos: «No hay que politizar las fiestas». ¿Y la memoria con que se llenaban la boca ayer? Otro día, en otro momento, en otra ocasión, no sea usted pesado, ahora no toca memoria, ahora toca chupín.

Incluso los altos magistrados de nuestro Tribunal Superior tuercen un poco el gesto cuando contemplan la decisión del delegado del Gobierno y del juez de turno y, en una notable exhibición de su respeto por la independencia judicial (la suya propia, no la del otro juez) insinúan que quizás se ha pasado un poco, que ha sido un poco rígido.

En definitiva, que la memoria debe ser activa pero no militante (¡toma del frasco!), que nuestros criterios tienen sus días de asueto, como nuestro gaznate. Que los principios están bien, pero para utilizarlos sólo los días laborables. Que los días de fiesta vale todo. Bueno, todo no. Por ejemplo, nombrar pregonero, chupinero, o lo que sea, a una víctima, o a un guardia civil, o a un ertzaina, eso sería pasarse intolerablemente de la raya. Pero mientras no lleguemos a esos horrores, sea usted melifluo. ¡Es tan dulce y tierno remar a favor del pueblo!

J. M. RUIZ SOROA, EL CORREO 24/08/13