Los retos del ‘lehendakari’ Urkullu

Joseba Arregi,  EL MUNDO 07/12/12

El autor ve tres desafíos: superar la crisis, consolidar la paz y crear un Estado confederal.
Analiza el margen de maniobra que tiene el líder nacionalista ante cada uno de ellos.

Como la historia pesa más que cualquier crisis en la política vasca, es digno de titular periodístico que Íñigo Urkullu utilice la fórmula de José Antonio Aguirre, primer lehendakari vasco, para jurar su cargo en Gernika. Así, y a pesar de que todos subrayan la novedad del momento -ETA ha dejado de matar, aunque no ha desaparecido, la izquierda abertzale vuelve al Parlamento, con lo que en éste están presentes todas las sensibilidades, como se llama en castellano monjil en Euskadi a proyectos ideológicos y políticos aunque no sean democráticos- Urkullu se coloca en la serie histórica de lehendakaris nacionalistas cerrando el paréntesis de Patxi López.

Tres son los retos que, según el PNV, va a afrontar el nuevo lehendakari. Uno viene impuesto por la realidad de la crisis económica. El segundo, por la voluntad de ETA y de sus acompañantes de usar y legitimar el terror: la llamada consolidación de la paz, pues ETA no ha desaparecido y de vez en cuando amenaza con la posible vuelta, aunque haya perdido toda credibilidad. Y el tercero se lo ha impuesto a sí mismo pues sigue empeñado en que Euskadi tenga un nuevo marco de relación con el Estado, de igual a igual, una relación confederal en la que dos Estados iguales, España y Euskadi, se asocian voluntariamente manteniendo su radical autonomía.

El candidato Urkullu ha subrayado hasta la saciedad que lo prioritario es la crisis, y el portavoz parlamentario del PNV, Joseba Egibar, está reclamando la corresponsabilidad de los demás partidos, se entiende especialmente la del PSE, porque «solos no podemos superar la crisis». La pregunta es cuáles son los instrumentos con los que contará el nuevo lehendakari para superar la crisis, una crisis en la que nadie niega que las políticas de austeridad son necesarias, aunque deben ser complementadas con impulsos para el crecimiento.

El Gobierno vasco es el menos autónomo de los gobiernos autonómicos en lo que se refiere a su propia financiación, base de toda política autónoma: si bien gasta el 70% de los ingresos fiscales de Euskadi -Concierto Económico-, no puede ni opinar, como lo ha dejado claro el PNV a lo largo de la última legislatura ante la pretensión del lehendakari López de abrir un debate fiscal, sobre las normas que permiten o impiden aumentar los ingresos fiscales. El Gobierno vasco depende de lo que decidan las Juntas Generales de Álava, Vizcaya y Guipúzcoa. En el aspecto básico para el autogobierno, el de la financiación, Euskadi no existe, sino que se autogobiernan Álava, Vizcaya y Guipúzcoa.

El sistema creado por el PNV ha conducido a la desarmonización fiscal, con normativas distintas en cada territorio en los impuestos principales que condicionan los ingresos. El problema no existía mientras el PNV gobernaba en todas las instituciones. Ha creado un sistema que puede ser inviable si todo el poder no recae en el mismo partido.

La crisis obliga a hacer ajustes serios: la llamada a la corresponsabilidad del resto de partidos por parte de un lehendakari que se apresta a gobernar en minoría se debe a que quiere gobernar pero no quiere cargar con el oprobio de ser el único responsable de los recortes. Pero tendrá que hacer recortes. Para hacerlos tendrá que tener en cuenta la ley de los grandes números: pequeños recortes que afectan a muchos producen ahorros mayores que grandes recortes a pocos. La conclusión es clara, aunque los políticos en general se resistan a ponerlo de manifiesto: no se pueden conseguir grandes ahorros sin tocar a funcionarios, a la educación, a la sanidad, a los pensionistas…

Por lo demás, el margen de maniobra para superar la crisis es estrecho: una población que envejece a marchas forzadas y que no se renueva, un gasto público por habitante que no se justifica por el diferencial de riqueza que produce Euskadi respecto a la media española -más del 60% versus el 30% aproximado-, unos resultados educativos (según PISA) y universitarios que sí están en la media española, aunque el gasto sea mucho mayor, una incapacidad de autocrítica inmensa que impide lo que más se predica, la creatividad y la innovación, malas cartas todas ellas para superar una crisis que también negaron al inicio al unísono PNV y PSE, afirmando que la estructura industrial de la economía vasca nos ponía a salvo.

El segundo reto es el de la consolidación de la paz. Es decir, la paz no consiste en que ETA haya dejado de matar, debe ser algo distinto, más complicado, más profundo. Para ello el punto de partida del nuevo lehendakari radica en la crítica que su partido ha hecho de todas y cada una de las medidas que han conducido a ETA a declarar que no va a matar más. No se puede dudar de la sinceridad del nuevo lehendakari cuando condena la historia de terror de ETA y exige de la izquierda nacionalista radical que condene esa historia.

Pero no se puede olvidar que su antecesor Ibarretxe propuso su plan, en primera instancia, como condición necesaria para que ETA dejara de matar: precio político por la paz, aunque a la vista de la enormidad antidemocrática de ese condicionamiento, lo volviera del revés: su plan como exigencia ineludible de la democracia.

Es difícil que el lehendakari Urkullu y el PNV puedan acertar con las claves para la narrativa de la memoria de las víctimas mientras no supere, de forma efectiva, su discurso de que la violencia de ETA ha estado causada por la existencia de un conflicto político con el Estado, con España. Si los asesinados lo han sido en nombre de una Euskadi, o Euskal Herria, independiente, además de socialista, ¿se puede mantener que ahora esa independencia se puede conseguir por acumulación de fuerzas en el Parlamento vasco sin que ello oculte el significado político de las víctimas asesinadas por ETA?

Queda el tercer reto, el nuevo marco que quiere ser confederal. Es cierto que Urkullu ha manifestado durante la campaña que lo que busca es un acuerdo plural y amplio en el Parlamento. Y no creo equivocarme interpretando que plural y amplio se refiere a que no puede ser un acuerdo sólo de nacionalistas. Pero plantear la confederación y esperar que en ese proyecto entren el PSE y el PP es querer la cuadratura del círculo. Y la búsqueda de esa cuadratura dividirá la sociedad vasca en dos, siendo la primera obligación del gobernante evitar precisamente ese tipo de divisiones sociales.

Urkullu gobernará gracias al Estatuto de Gernika, en derivada gracias a la Constitución, pero el PNV sigue sin legitimar debidamente el marco jurídico-político que le permite gozar del poder, porque se siente vigilado por la ortodoxia del nacionalismo radical. Y esto no va a cambiar mientras el PNV no se decida en qué campo se ubica.

Joseba Arregi fue consejero del Gobierno vasco y es ensayista y presidente de Aldaketa.

Joseba Arregi,  EL MUNDO 07/12/12