JOSÉ MARÍA RUIZ SOROA – EL PAIS – 22/01/16
· Hay que recordar a los políticos que antes que las reformas está el respeto a las reglas.
Escribía Kant que el problema de establecer una república justa es un problema resoluble, incluso si sus habitantes no son ángeles sino demonios. Lo único necesario es que sean racionales, que estén dotados de entendimiento, porque entonces establecerán reglas de convivencia que limitando el interés de cada uno terminarán por conducir a la cooperación común. Y para construir el edificio de normas hay una que funciona como metarregla: nadie puede exceptuarse de la aplicación igual de las reglas, ni siquiera (menos aún) el que las hace. Construyan hipotéticamente una sociedad partiendo de esa sencilla idea y tendrán una bastante decente.
Nuestro sistema de convivencia democrático ha degenerado desde que sus reglas se establecieron allá por 1978. Hay quienes se empeñan en creer que ello se debe a la mala calidad o peor diseño de las reglas, y por eso reclaman su reforma urgente. Pero hay quienes como Tom Burns Marañón creen, y entre ellos me cuento, que la degeneración tiene por causa un concreto comportamiento, y que mientras ese comportamiento no se modifique, poca regeneración será posible, por mucho que se inventen nuevas reglas, constitucionales o simplemente legales.
Un comportamiento que consiste en que los principales actores del sistema político —que lo son los partidos políticos y las élites que los dirigen— no cumplen la metarregla hipotética. Precisamente ellos. Y de manera sistemática y empecinada. En otros términos, han desviado y pervertido para su interés faccional y cortoplacista todas las instituciones que configuran el sistema, aprovechándose del papel hegemónico que la Constitución les otorgó, hasta llegar a causar graves disfunciones y averías en esas mismas instituciones.
Viene a cuento este recordatorio ahora, precisamente ahora, cuando se inicia una legislatura que se nos anticipa como regeneradora por esas mismas élites políticas (y por las nuevas que como adanes vienen a limpiar los establos), porque a la primera de cambio, a la hora de componer los grupos parlamentarios de las Cámaras, los partidos y las élites han vuelto a incidir en el comportamiento desviado que está en la base del resultado que critican: es decir, se han exceptuado de las reglas, se han puesto por encima de ellas, las han torcido a su placer (o lo han intentado, que es lo mismo).
Se observará que si son ellos los que hacen esas reglas, si ellos pueden cambiar a su antojo los reglamentos parlamentarios que establecen los requisitos para formar grupo, ¿cómo no podrían retorcerlas un poco al aplicarlas? Al fin y al cabo, podrían mañana establecer unas nuevas para que se pudiera formar grupo con cinco, tres o un parlamentario, que es lo que han hecho. ¿Qué más da la forma? Pues no, diría Kant, ustedes pueden poner las reglas que discurran como racionales, lo que no pueden es exceptuar a nadie, y menos aún a ustedes mismos, de cumplirlas a rajatabla. Porque si se exceptúan, dejan de ser reglas racionales y pasan a ser arbitrarias: porque ya no gobiernan las leyes, gobiernan los hombres.
Cortesía atañe a lo que se puede o no hacer pero dentro de la legalidad. Ignorarla no es nunca cortés, sino arbitrario.
Se dirá que se trata solo de una antigua y nimia “cortesía parlamentaria”. Un criterio que se muestra estúpido no bien se universaliza pues, ¿podríamos los ciudadanos pedir al Estado que se muestre cortés admitiendo un margen del 10% en el pago de los impuestos? Cortesía atañe a lo que se puede o no hacer pero dentro de la legalidad. Ignorarla no es nunca cortés, sino arbitrario. Claro que la arbitrariedad puede ser amable, incluso equitativa, pero nunca es racional si el fin es convivir.
¿Nimiedad?: si precisamente en un caso en que las reglas son claras los partidos se consideran por encima de ellas y se conceden incumplirlas, ¿qué no harán cuando las reglas remitan a estándares más borrosos y opinables? ¿Qué no serán capaces a la hora de nombrar al “más capacitado”, o de optar por la “mejor solución técnica”, o de decidir en favor del “interés general”? Si con la coartada cortés convierten seis en ocho, sean diputados o bienes mostrencos, ¿qué no harán con las exhortaciones hermenéuticamente difíciles?
Por eso, antes de que nuestros representantes y gobernantes pongan en marcha ese regeneracionismo apasionado que les nubla, es hora de recordarles la humilde metarregla de la república de la razón: todo será inútil mientras sigáis poniéndoos más allá de la norma, por nimia que ésta sea. Así que, mal estáis empezando.
José María Ruiz Soroa es abogado.