«Me abochorna el victimismo vasco, como persona y como historiadora»

EL CORREO 03/06/13
ENTREVISTA IDOIA ESTORNÉS

Tras décadas de trabajo para la Enciclopedia Auñamendi, ha publicado un libro de memorias que «está revolviendo el gallinero»

‘Cómo pudo pasarnos esto’ se presentó hace dos semanas y en tan poco tiempo ya se ha hecho notar. «Creo que estoy revolviendo el gallinero de los de mi generación y hasta más jóvenes», dice entre risas esta historiadora-escritora. «Hay quien lo ha leído de un tirón en el tren de ida y vuelta a París, quien dice haberlo devorado en un ‘finde’, Andu Lertxundi ha escrito que no dejará indiferente a nadie, mi ex, Ayestarán, me ha dicho que lo he tratado con mucha delicadeza».

– Es usted historiadora, y algo periodista también. ¿Cómo escribió el libro?
– Acababa de librarme de un ritmo infernal de trabajo –la actualización de la Enciclopedia Auñamendi–, me recomía la desesperación de los años de plomo en Euskadi, encontraba una estabilidad emocional. Era 2006, descansé un poco y me puse a escribir. Primero la historia de cómo montó mi padre la Enciclopedia, dentro de qué clima político-emocional. Cómo también yo entré en la aventura, y mi hermano Garikoitz. Qué fue la creación de una gran enciclopedia desde la nada y sin computerización. El papel fundamental de los suscriptores, sin los cuales nunca hubiera sido posible. El clima cultural de los 60… El recambio generacional. Luego me enredé conmigo misma. Primero escribió la que se quería justificar-vengar-reír un rato. Luego llegó la historiadora, hala, a meter cemento, citas a pie de página, sostenes firmes, reconstrucción minuciosa. Soy una de esas que se acuerdan de lo que comieron el 15 de agosto del sesenta y tantos… Guardo diarios, papeles, folletos, algo temible (risa). Estaba, además, la base de datos de Auñamendi.

– Pero además realizó unas entrevistas, para documentarse más a fondo.
– Tienes razón, antes de la historiadora llegó la entrevistadora-antropóloga. Busqué coetáneas y coetáneos que no estuvieran agobiados de trabajo y no tuvieran que ‘sostener’ un personaje; pocos políticos, por tanto. Quería un acercamiento fresco, lejos del historiador de gabinete, la ‘history from below’.

– ¿Cuántos años de trabajo?
– Pongamos cinco años, seis. Procesar las entrevistas suele dar guerra, ¡los periodistas lo saben bien! Luego la historiadora se puso al trabajo, como he dicho antes. Al final lo que yo llamo ‘la juntaletras’ dijo: aquí hay que meter estilo, nada de pesadez académica, ¡es-ti-lis-mo! La apaciguada fierecilla sacó las tijeras: no seas redicha, venga quita esto, lo otro, palabros, puntualizaciones, lo de más allá, libera, metaforiza, mete oxígeno, elipsis, puntos, rompe oraciones, elimina artículos, lamina, pasa la aspiradora sin piedad, deja de adorarte-flagelarte. Al cabo del quinto año (2011) volvió la historiadora otra vez: había encontrado un nuevo fondo, el último, qué delicia, otra vez a examinar el cómo de las cosas… Nueva revisión.

Un intercambio fructífero

 – ¿Mientras tanto, alguien leía lo ya escrito?
– No, secreto. Solo los entrevistados y amigas y amigos sabían que andaba metida en los 60-70, leyendo memorias de coetáneos, escarbando en panfletos o en las revistas euskéricas de la época, consultándoles (a Marian Zarraonandia, Lola Valverde, el cura Balentxi, mis navarros, Arantxa Urretabizkaia, Eugenio Ibarzabal, Maite González Esnal, gentes de EE, Luis Bandrés, alguna chilena, y más). Y hubiera seguido así otra década, hasta que un buen compañero de generación, un generoso chico de los 60, al que he consultado de todo porque, además de literato excepcional, es otro memorión que guarda un arcano en sus mientes, me dijo…

– ¿Quién?
– Ramon Saizarbitoria. Él estaba en la recta final de ‘Martutene’, repasando. Yo quería saber de lo suyo, él inquirió sobre lo mío. Curiosidad y cariño mutuos. Pásame tu original y te lo leo, si me dejas, me dijo. Me daba un apuro mortal, hay mucha introspección, bastante secreto de mujer, toco temas como las guerrillas en torno a la unificación del euskera, mi interpretación de determinados mitos, el ‘patriotismo alimenticio’, el ‘misionero etnocultural’… Menos mal que me lo pidió. Saizar fue el primer lector, su lectura fue providencial. Lo leyó de una tirada, me cubrió de elogios, me empujó a publicarlo de inmediato. Me sacó del callejón en el que estaba ‘jugando con el juguetito’. Luego lo leyeron Enrique Múgica Herzog y Tina Díaz, y me decidí. Mi agradecimiento a los tres. Y a Erein, que ha hecho una edición primorosa.

–¿Qué ha querido decir con este libro?
– Mi libro es una descarga memorial, autobiográfica pero también coral. Trata de reflejar y analizar las circunstancias, los estados de ánimo por los que hemos pasado muchos de los nacidos tras la guerra. Entusiasmo en los 60, exaltación en los 70, pisar el suelo en los 80, hartazgo, náusea ante nuestra propia violencia en los 80-90, el terrible comienzo de siglo… He querido contar cómo vimos nosotros, desde el profundo yo, estas décadas. Cómo nos vieron los otros, también: la gran masa sociológica que no era ni franquista ni antifranquista. Durante la dictadura, ya en los 60, la vida podía ser tranquila y agradable sin libertades, sin ‘meterse’ en nada. Tratar de calibrar cómo nos vieron en el resto de España –el ‘Estado español’ lleva quinientos años llamándose España–, en Europa, incluso en América un poco.

– ¿Por lo tanto, es un libro de memoria histórica?
– La memoria es subjetividad, nos quiere proteger, miente. Necesita del historiador para salirse de ella misma, para enderezarla, ponerla al servicio de lo cierto, lo objetivo, mensurable y documentable. Quería decir también que los logros obtenidos a partir de los 60 no hay que soltarlos…

– ¿A qué logros se refiere?
– A las grandes conquistas de un siglo que, pese a todo, creyó en el Futuro, con mayúsculas: casi 200 años de legislación laboral que culminan en el siglo XX, el enorme avance de la alfabetización, de la emancipación de la mujer, de la erradicación de enfermedades mortales, de la desvinculación de sexo y reproducción. Las revueltas de los 60 ensancharon la democracia. Cambiaron los espacios de recreación de la cultura –familia, sexo, medios de comunicación, universo colonial–, el trato, los contenidos y formas de transmisión del saber. Hasta nuestros días. Se desculpabilizó el placer y la diferencia, se cuestionó la cárcel, la jerarquía racial, la pobreza, la exclusión, la enfermedad mental, la judicatura, el dominio porque sí. Removieron el orden moral antiguo: un mundo basado en la violencia del patriarca.

– Pero también habría errores…
– Esa es otra, nos creímos argelinos, cubanos, negros americanos o vietnamitas. En 1968 dejé de ser una chica antifranquista para subirme al vagón del nuevo nacionalismo, el que nada-tenía-que-vercon-el-de-los-viejos y los rechazaba por pusilánimes, agotados, por ‘burgueses’. Peor aún, presos de crasa ignorancia, comenzamos a mirar por encima del hombro al resto de españoles, a identificarlos con la sumisión o la complacencia, incluidos los catalanes, a los que veíamos timoratos, demasiado para estar tan pagados de sí mismos. Pero ¿qué sabíamos entonces de la España vencida? ¿Y de la vencedora que ayudó a los vencidos? Nada.

– En el libro habla sobre las cifras de la guerra de 1936. – La narrativa sobre ‘lo nuestro’ era patética: solo héroes derrotados. Nos creímos que la guerra, las fosas comunes, la represión, los ‘topos’, la dictadura habían sido solo para los vascos, cuando la represión fue tremenda en el Levante, en Extremadura, Castilla, Alicante, Madrid, Barcelona…. Incluso ahora, hay quienes no quieren enterarse más que de lo ocurrido aquí…Y sólo en uno de los bandos. Navarra, con sus 3.000 muertos, Vasconia entera con sus cerca de 5.000, se pierden en los recuentos de esa catástrofe colectiva. ¿Resistencia antifranquista? ETA nace cuando son aplastados los últimos maquis en España. Esto no se dice.

– Comenta en el libro que le molesta el victimismo vasco. – Sí, claro, me abochorna como persona y como historiadora. Soy hija de exiliados. En Chile yo era chilena, no exiliada. Hace poco ha fallecido Karmele Rotaetxe, de Euskaltzaindia, nacida en Bilbao en 1932. Una gran persona. Se ha llegado a escribir, sin pestañeo, que se exilió en Francia a causa de la guerra. ¡Pero si tenía cinco años! Aun más divertido: un venezolano nacido el 67, vástago de una ilustre familia navarra, figura en su currículo como nacido en el exilio. Será el de sus padres o abuelos ¿no? A no ser que se trate de una licencia poética, a lo Vintila Horia.

– ¿Hemos sido siempre victimistas?
– Lope de Aguirre puede. Pero el resto no, bien integraditos en una corona que les abría las grandes puertas de América. El victimismo viene con el declive del imperio español. Puede que la peor herejía que nos infligió el franquismo haya sido la actitud dogmático-religiosa que tuvimos que fabricar para combatirlo. Mitxelena lo vio claro, se dieron parecidas circunstancias que en la última carlistada: sacralización de la violencia, cosa que no puede entenderse sin conocer la impronta que ejerció la Iglesia sobre el varón joven de Vasconia. También hubo una frontera acogedora –el santuario–, una insuficiente intelectualidad laica y otras cosas. Nuestros errores –arrogancia, dogmatismo, la absolutización religiosa de lo identitario– no deben de volver a repetirse, nunca, nunca más.

– ¿Piensa que la declaración de cese de ETA de 2011, al aflojar la tensión, permite reflexionar sobre ‘cómo pudo pasarnos esto’?
–Por fortuna, el hartazgo de nuestra generación, y las más jóvenes, parece haber alcanzado al final a la misma ETA. Desde esa fecha se tiene la sensación de estar recuperando la libertad, la dignidad, muy poco a poco, como cuando se sale de una larga enfermedad. Ya no hay tanto miedo a hablar, a escribir. Pero, aún así, yo lo vivo como una situación de libertad provisional, puede que me equivoque. Es el escarmiento.-