Muerto en funciones

EL MUNDO – 12/02/16 – TEODORO LEÓN GROSS

· Cuando Rajoy se reúna hoy con Sánchez y baje a la realidad, que es el único lugar donde uno se puede comer un filete, como decía Woody Allen, o pactar una Presidencia teniendo 123 escaños, le perseguirán los ecos corrosivos del Ritaleaks, el Génovagate o Matas en el banquillo de Nóos. Rajoy sigue vendiendo su eslogan de «la única alternativa sensata», con la convicción pertinaz de un viajante clásico, pero su crédito se ha hundido en la ciénaga de la corrupción. Y no hay nadie para tirar de él. Ayer Rivera le marcó distancia.

La corrupción en el PP, a golpe de brochazos y sal gorda, ha cobrado ya hechuras de esperpento. Por más que Rajoy trate de vender estabilidad razonable, haciendo suyo el gaullista après moi, le déluge (después de mí, el diluvio), se adivina un desmadre que percute, día a día, a través de vídeos virales: «Yo puedo decir, con orgullo, que éstas son mis credenciales: la gestión del Ayuntamiento de Valencia…»; «Yo quiero un Gobierno para España como el que preside Jaume Matas»; «Luis, sé fuerte, hacemos lo que podemos»; «Yo te quiero, Alfonso, coño, te quiero…». Rajoy casi podría parafrasear la ironía de Kissinger: «El 90% de los políticos del PP va a acabar desacreditando al 10% restante».

El presidente parece no acabar de asimilar hasta qué punto están rotos por la corrupción y su efecto colateral: ellos mismos han servido la coartada para el cordón sanitario. Se han aislado frente a las demás fuerzas, muy predispuestas a ese aislamiento. Y quizá él pueda pensar, como Thatcher, que «la obligación del político no es gustar a todo el mundo», pero debería considerar hasta qué punto es peligroso no gustar a nadie. Así está. ¿Quién puede creer que en esa orgía impúdica nadie vio nada raro? De puro exceso, incluso la hermana de Rita confesaba: «¡Nos hemos pasao!».

El discurso del presidente no funciona. Tiene sentido pero no funciona. Está superado por la percepción. Y como sostienen los anglosajones: Perception is king. Más allá de sus razonamientos aritméticos –con 90 escaños no se puede gobernar, 161 no bastan–, la percepción es que Snchz crece como líder día a día y que Rajoy es un zombi desde su renuncia ante el Rey. Felipe se lo ha dicho sin cortapisas: «Su tiempo político ya ha pasado aunque él aún no lo sabe». Entretanto a Snchz –¿la suerte de los ganadores?– le favorece que Ciudadanos se zafe del maridaje con el PP en plena catarsis y que Podemos tema nuevas elecciones al agrietarse por las confluencias: autonomía de Compromís, ruptura de En Comú, líneas rojas de En Marea.

Rajoy como presidente ha tenido coraje para tomar decisiones difíciles, pero nunca ha tenido coraje para decir cosas difíciles. No supo dar la cara, sin plasmas, sobre la crisis, pero sobre todo sobre la corrupción. Y eso parece ya irreparable. No cuela clamar «esto se acabó; ya no se pasa ni una» y tres días después hacer un aforamiento vip a Barberá. La corrupción, por su falta de coraje, se ha convertido en un estigma. Y paradójicamente ahora todas las opciones del PP parecen pasar por una decisión valiente suya: apartarse.