Muy pelmazos

ABC 15/11/14
LUIS VENTOSO

· Al margen de las ideas estrechas, la matraca resulta ya tan cansina…

EL 18 de septiembre se celebró el esperadísimo referéndum de Escocia. La situación poco tiene que ver con la española. Escocia sí fue un reino independiente y el acta de Unión data de hace 307 años. Además, el Reino Unido, a diferencia de todas las democracias al uso, no cuenta con una constitución escrita. La consulta fue fruto de un error estratégico del primer ministro Cameron. Saturado de la monserga victimista del nacionalismo escocés, y con ese puntillo de arrogancia tan propio de un patricio de Eton y Oxford, Cameron decidió arreglar el problema a la brava. Para entendernos: os concedo el famoso referéndum, que voy a ganar sin bajarme del autobús, y así nos libramos de una vez y para siempre de este peñazo permanente que nos distrae. Pero el premier infravaloró el inmenso poder de propaganda de un gobierno nacionalista obcecado en su religión. Cuando Cameron autorizó el referéndum, la independencia era una opción marginal. Pero el Partido Nacionalista Escocés de Salmond utilizó todos los resortes gubernamentales, incluido el acoso callejero, y las encuestas se nivelaron.

El 18 de septiembre, aunque luego no lo han contado mucho, muchos de nuestros separatistas ibéricos peregrinaron a Edimburgo para hacer turismo secesionista y asistir al parto de la nueva nación, a la que en breve seguirían Cataluña, el País Vasco y Galicia. Entre pinta y pinta, los emisarios de CiU, PNV y el residual BNG daban al oso por cazado, porque la brisa exultante del independentismo triunfal barría las calles. Pero hete aquí, vaya por Dios, que más de la mitad de los escoceses resultaron ser unos pérfidos unionistas, que permanecían agazapados en sus casas, fieles a Isabel II y a James Bond, viendo la BBC de Londres a escondidas y escuchando con auriculares a los Beatles de Liverpool. Cuando llegó el momento de votar, el nacionalismo fue goleado por diez puntos (y nuestros excursionistas del tour separatista corrieron un tupido velo).

En campaña, Salmond reiteró que con el referéndum el debate de la independencia quedaba zanjado «al menos para una generación». Es decir, que respetaría el veredicto de su pueblo y se olvidaría el asunto. Ayer, Salmond se despidió y pasó el testigo a su vicepresidenta. En su adiós dio las gracias «a los 1,6 millones de escoceses que votaron sí, por creer en este país y transformarlo». Esa frase retrata el carácter brutalmente sectario del nacionalismo. ¿Qué pasa entonces con los escoceses que votaron «no»? ¿Son menos escoceses? La criba que hace Salmond se observa a diario en Cataluña. Es una práctica totalitaria, propia de los regímenes más tétricos del siglo XX: quienes piensan como yo son ciudadanos de primera, y los que no, unos parias felones.

Por supuesto, Alex Salmond y su sucesora recalcaron ayer, cuando todavía no se han cumplido dos meses desde el referéndum, que seguirán luchando desde ya por la independencia, el debate que quedaba aparcado para una generación con la consulta. Al margen de las ideas xenófobas (soy superior a ti y por lo tanto no puedo vivir contigo), la matraca integrista y hooligan del nacionalismo resulta ya tan cansina… ¿Diálogo? ¿Con una pared de frontón?