ABC-IGNACIO CAMACHO

En el nacionalismo está tomando cuerpo la idea de un plante de las defensas cuando las cosas se pongan realmente feas

HAY momentos, y esta semana ha abundado en ellos, en que el juicio del procés parece una versión siciliana del episodio entre Ulises y Polifemo. Ya saben, aquel en que el aventurero de Ítaca engaña al gigante diciéndole que se llama Nadie y luego lo deja ciego. Los testigos que participaron en el golpe colaboradores externos, pretenden convencer al tribunal, a base de evasivas, omisiones y rodeos, de que no sabían para quién trabajaban ni quién les encargó los servicios que proveyeron. No conocían a Nadie, Nadie les pagó las facturas y Nadie organizaba los preparativos del referéndum, que brotó por generación espontánea como una improvisada iniciativa del pueblo. A lo sumo era «un tal Toni», el que en el nombre abstracto de la Generalitat los citaba por teléfono para concertar contratos sin más detalles ni requerimientos. Situados al borde de la complicidad –por interés económico, por simpatía con el proyecto, por connivencia con la causa o simplemente por miedo– los declarantes evitan los datos concretos, se refugian en el silencio o sufren, como uno ayer, repentinos ataques amnésicos. El juez Marchena tuvo que recordarles que están ante el Supremo y que la Justicia es ciega, como el cíclope de Odiseo, pero no sorda ni tonta, de modo que puede ser mal negocio tomar a los magistrados por lelos. El delito de falso testimonio no contempla sólo la mentira sino la tergiversación deliberada o el olvido malicioso de los hechos.

Los defensores de los procesados intentan, y en su derecho están, crear un relato de realidad virtual, o más bien inversa, sobre la revuelta. El cerco intimidatorio a la Consejería de Hacienda fue un happening pacifista con cánticos y aires de fiesta. Las leyes de desconexión, la legítima expresión de la soberanía parlamentaria ante el clamor masivo de independencia. El 1-O, una demostración popular de afán de emancipación que las fuerzas del Estado opresor quisieron impedir mediante la coacción violenta. El espíritu coral de Fuenteovejuna como escudo protector de la condena. Saben que ese argumentario es demasiado simple para sobreponerse a las pruebas, pero tratan de mantener la ficción victimista de un sumario político contra una comunidad entera. En el ambiente nacionalista está empezando a tomar cuerpo la idea de un plante de los abogados cuando las cosas se pongan realmente feas: un movimiento desesperado para hacer ruido en la opinión pública europea. Romper el juicio con una denuncia de indefensión para que la Corte de Estrasburgo, que es la que les interesa, tome conciencia y nota de la protesta.

Mientras tanto, procuran que Nadie y Tal asuman el protagonismo: sujetos indeterminados, ambiguos, imprecisos, sin identidad referencial, sin nombre ni apellido. Un comodín colectivo, un artefacto con el que eludir compromisos. Pero lo único que no pueden evitar es que Nadie se siente en el banquillo.