Ni viejo ni nuevo. Distinto

EL MUNDO 17/12/15 – NICOLÁS REDONDO TERREROS

Nicolás Redondo Terreros
Nicolás Redondo Terreros

· Ciudadanos y Podemos han aprovechado bien las consecuencias sociales de la crisis. Pero su táctica es lícita. Son los líderes del bipartidismo los que han fallado.

Será difícil establecer rectas comparaciones entre los resultados del 20D y los de hace cuatro años. Todo ha cambiado y la irrupción de dos nuevas formaciones rompe con todas las rutinas del pasado. Si el PSOE tiene el peor resultado de su historia, el PP tendrá una disminución de su número de diputados mayor que la que sufrirá Pedro Sánchez.

 Son imposibles las comparaciones y sólo tendrán un ánimo punitivo, pero sí es posible detenerse en las causas y consecuencias de esta revolución del panorama político que anuncian las encuestas y del ambiente que se palpa en la calle. Tal vez Albert Rivera adivinó sólo hace unos meses que podía protagonizar la vida política española como lo está haciendo actualmente. Durante muchos años se conformó con defender en Cataluña las posiciones constitucionales, sin entrar en los trasiegos con los nacionalistas que los partidos nacionales se habían visto obligados a realizar durante 30 años o realizaron por voluntad propia, bajo el argumento de que era lo más conveniente para ellos y por lo tanto para España, confundiendo así sus intereses particulares con los generales… «Yo te apoyo en Barcelona, tú me apoyas en Madrid y los dos nos oponemos al primer partido de la oposición».
 
Fueron años para Ciudadanos de marginación en Cataluña y desconsideración o ninguneo en Madrid. Y en esas estaba Albert Rivera con los suyos cuando vieron una oportunidad –sus apoyos más intensos dirían que una necesidad– de convertirse en refugio, en puerto, en paraguas político de una parte de la sociedad española; y sin dilación se aprestaron a aprovecharla. En cualquier caso nadie puede dudar del arrojo y la inteligencia que mostraron en su momento y, fuera de las descalificaciones de campaña, tampoco podemos poner en duda un impulso ético y moral en los orígenes del partido que ahora les beneficia notablemente. Es la novedad desde luego, pero también es su valeroso origen, por encima de los errores notables que cometieron en su momento, lo que impulsa su sorprendente protagonismo.

No pocos dirigentes de Podemos lucharon durante años por tener un lugar al sol en IU; siempre rechazados, postergados a asesorías del partido por una costra política que se conformaba con mantener su statu quo, aprovecharon los movimientos de protesta que surgieron durante el último Gobierno socialista y obtuvieron un reconocimiento social mayor que el qué sus líderes nunca habían soñado. Todavía en las elecciones europeas parecía que eran rechazados por una clerecía absolutamente ciega, y sin embargo, dieron la sorpresa. La OPA a IU –se equivocan los que juzgan con una perspectiva de moral individual los asuntos del poder– mostró su inteligencia, y la envolvente política al Partido Socialista después de las elecciones municipales, mostró su ambición y su determinación para ser más de lo que habían sido hasta entonces. En ese camino poco les ha importado hacer una urgente y poco explicada transformación, pasando de Venezuela a Noruega sin transición ni crítica. No han llegado desde luego a Noruega, pero una vez certificada la muerte del chavismo por la voluntad democrática de los venezolanos y perdido el amparo argentino que podía ofrecerles un personaje como Cristina Kirchner, no pueden volver ni al Orinoco, ni a un peronismo deconstruido.

Rivera e Iglesias, han aprovechado bien las consecuencias sociales de la crisis económica, el debilitamiento del crédito de las instituciones, la falta de discurso político y la necesidad de emociones fuertes que tienen algunos personajes del espacio público español una vez solucionados sus problemas más materiales. Pero nada de todo ello habla mal de estos dos nuevos dirigentes políticos, tan diferentes en lo personal y en lo político, tan distintos en lo que representan y en lo que quieren para España. Y justamente eso, que dos fuerzas tan diferentes tengan una oportunidad en las elecciones del 20D, nos plantea la otra gran cuestión de este cambio que está sufriendo la política española: ¿qué responsabilidad en lo que ha sucedido tienen los dos grandes partidos que han compartido el protagonismo de la política española en los últimos 35 años?

Ambos han perdido parte de su electorado tradicional y aunque el mordisco que les han dado los nuevos partidos tiene causas comunes, también las tiene muy distintas. La sensación, aumentada por las consecuencias de la crisis, de que el sistema no funcionaba correctamente se ha extendido estos últimos años por toda la sociedad española. Las grandes expectativas que tuvo en su día Podemos las ha basado en dibujar un panorama catastrófico –los partidos revolucionarios de hoy en día enarbolan utopías retrospectivas, proponen volver a un pasado muy reciente y supuestamente feliz al que también combatieron con ferocidad–. Para ello tienen que engrandecer artificialmente los aspectos negativos que padecemos en la actualidad y exaltar las virtudes de una organización social para ellos pretérita. Y ante ese discurso, eficaz por las consecuencias de la crisis económica, los guardianes del equilibrio bipartidista no han sabido oponer un discurso realista y a la vez crítico, un discurso reformista y a la vez moderado. El PP ha dedicado el esfuerzo gubernamental a enfrentar la crisis económica desde su perspectiva ideológica, condicionada por los mandatos de la UE.

Parece, y ellos mismos lo han confirmado, que no han tenido ni tiempo, ni energía para nada más. El debilitamiento del crédito de las instituciones, el conflicto planteado por los independentistas catalanes, la necesidad de abrir un periodo político nuevo en el País Vasco, han sido problemas desatendidos por el Gobierno, preso de una visión de la política presencial, por la que sólo se puede hacer aquello que tiene la supervisión, el plácet del presidente, desatendiendo la revolucionaria idea de dividir el trabajo.

El PSOE, por su parte ha seguido en la confusión ideológico-política de los últimos años, sin saber bien qué quería ser o queriendo ser todo. En esas circunstancias no sólo ha sido incapaz de aglutinar el descontento provocado por las políticas o por la falta de política del Gobierno, sino que le han empezado a discutir la hegemonía en el centro izquierda. Queriendo jugar a un cambio tan improbable como homérico, que representa mejor el partido de Pablo Iglesias jr, ha sido incapaz de construir una alternativa al Gobierno de Rajoy. Por ejemplo, el enfrentamiento con los podemitas durante la campaña ha adolecido de crédito suficiente y le han sobrado dudas, debido a los pactos que han elevado a las alcaldías de las grandes ciudades a los representantes de Podemos. No todos los electores han entendido un enfrentamiento a cara de perro en el periodo electoral y una confraternización simultánea en los ayuntamientos.

¿Por qué han logrado los de Podemos que el mismo pacto que perjudica al PSOE a ellos les beneficie? Tal vez los votantes ven el acuerdo para el nuevo partido como una manera de conquistar parcelas de poder que terminarán consolidando un proyecto político, pero en cambio en los socialistas sólo lo ven por la necesidad compulsiva de impedir que el PP gobierne donde haya ganado o para satisfacer sus ansias de poder. Otro ejemplo sería el enfrentamiento con los nacionalistas, sembrado de incredulidad, dudas y debilidad, debido a las sombras que proyectaba la política de alianzas de los socialistas en Cataluña… Por creer que todo era posible no han sido creíbles en casi nada. El PSOE, como ya he repetido en alguna otra ocasión, no tiene un problema de liderazgo, tiene un problema de definición.

A pesar de todo, no abjuro de lo conseguido y por lo tanto no lo hago del bipartidismo defectuoso que ha dirigido la política española. El PP en su ámbito y el PSOE en el centro izquierda representan a una gran parte de la sociedad española y siguen garantizando un espacio de moderación política, imprescindible para una sociedad democrática. Rechazo la tendencia de volver a empezar continuamente o de no reconocer los méritos y los logros de nuestro pasado reciente, y ambas expresiones políticas con sus defectos han sido las protagonistas del periodo más largo de nuestra historia de bienestar y libertad. Aunque también es moralmente imprescindible reconocer que una de las consecuencias de ese pasado que desaparece con rapidez, se ha convertido en el problema más grave de nuestro país, me refiero al órdago del independentismo.

Cierto que la gravedad es asimétrica; así mientras en Cataluña el pulso es definitivo y habrá perdedores y ganadores, en el País Vasco el acuerdo todavía es posible. Tal vez sea así porque en Euskadi la existencia de ETA nos ha vacunado contra los radicalismos y nos informa del peligro de violencia que corren las sociedades divididas. Pero también porque supimos los socialistas, primero quien les escribe y después con habilidad Patxi Lopez, que los pactos con los nacionalistas nunca podían ser un fin y porque hubo un PP, descargado de complejos, que representó lo mejor de la sociedad vasca en la lucha contra ETA. Ahora que todo ha cambiado no sería estúpido cambiar los marcos de interpretación de la realidad política y las formas de hacer política. Tendrá derecho a gobernar, y será bueno que así sea, quién tenga capacidad de pacto y será castigado quién renuncie a pactar o quién no pueda explicar por qué pacta o por qué no pacta. Vienen tiempos entretenidos, espero que nos deparen el mismo éxito que obtuvimos en el pasado. Dependerá, hoy más que nunca, de la inteligencia de los protagonistas de la política española.

N. Redondo Terreros es presidente de la Fundación para la Libertad y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.

EL MUNDO 17/12/15 – NICOLÁS REDONDO TERREROS, PRESIDENTE DE LA FUNDACIÓN PARA LA LIBERTAD