«No hay una mayoría de catalanes que quiera separarse»

ABC 10/08/14
ENTREVISTA MARIO VARGAS LLOSA

· El premio Nobel de Literatura y Príncipe de Asturias de las Letras acompañó con su firma el manifiesto de «Libres e Iguales» contra la independencia de Cataluña

Educación : «Los nacionalistas han ganado espacio a partir de la educación y el despilfarro de recursos»

Artur Mas : «Creía que podía domesticar al tigre, pero el tigre se lo está comiendo»

Caso Pujol : «No es posible que nadie supiera nada y el único enterado fuera su protagonista»

La excusa : «El nacionalismo es el gran chivo expiatorio que se usa para todo. Hay que asumir responsabilidades»

Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú 1936) atiende a ABC desde una clínica de Marbella. Allí ayuna, no ingiere alimentos sólidos, solo toma gazpachos sin calorías y algún que otro líquido. Todo ello con el objetivo de descansar física e intelectualmente. Al ser preguntado por el peculiar tratamiento responde entre risas: «Estoy descansando solo a medias porque el ayuno lo combinan con deporte, pero ya me estoy acostumbrando». Desde la habitación de un centro que visita desde hace más de veinte años, aborda el conflicto de Cataluña con hambre, con avidez: «Estoy a sus órdenes, usted dirá, pregunte». Su pasado político aflora en las respuestas. Con un tono seguro, el que fuera candidato a la presidencia de Perú en 1990, responde a lo preguntado sin rehuir el debate, conciso, pero siempre asentando el mensaje en unos principios: el nacionalismo como «excentricidad» y como «catástrofe». De vez en cuando se asoma el premio Nobel de Literatura, el autor de «La ciudad y los perros», el Príncipe de Asturias de las Letras, viendo en el desafío secesionista «un material maravilloso para escribir novelas».

P—¿Cuáles han sido los años más felices de su vida?
R—Eso es algo difícil de decir. Entre ellos figuran los cinco años que viví en Barcelona, entre 1970 y 1974. Fue un tiempo muy bonito, de amistad y de reconocimiento. Barcelona fue la capital del «boom» latinoamericano en aquellos años. Hubo un reencuentro entre escritores españoles y latinos que, desde el fin de la Guerra Civil, habían estado dándose la espalda. Hubo un clima predemocrático muy interesante. Hubo una apertura cultural, no política, que Barcelona aprovechó más que ninguna otra ciudad española. Allí se tenía la sensación de estar en Europa. Se podía percibir que de los cambios que iban a venir, los culturales ya habían llegado. La vida de las ideas y del arte tenía un papel protagonista. Era un clima muy estimulante. Todos los que vivimos allí aquellos años lo recordamos con mucho cariño y con mucha nostalgia.

P—Una vez comentó que en aquel tiempo no conoció a ningún nacionalista catalán.
R—Hay gente que cree que esto es una exageración. Le aseguro que no. No conocí a ningún nacionalista. Tuve muchísimos amigos catalanes. Me acuerdo de Barral, Castellet, Gil de Biedma, Marsé… Podría citar muchísimos. Y no vivía en un gueto latinoamericano. Todos ellos eran demócratas y grandes enamorados de su tierra y escribían en catalán, pero no eran nacionalistas. Desde ese círculo se veía al nacionalismo como algo conservador, de señores burgueses y anticuados que no expresaban la realidad viva de Cataluña. Recuerdo que había mucha voluntad de que Cataluña pudiera manifestar su vida cultural con absoluta libertad, sin las trabas y las limitaciones que imponía la dictadura, pero, ¿quién no iba a estar de acuerdo con eso? Lo que se añoraba era la democracia, pero una democracia para toda España.

P—Muchas veces se muestra preocupado y cuenta que teme que el nacionalismo sea sostenido por una mayoría.
R—Espero que no sea así. Tengo mucha confianza en el famoso «seny» catalán. No creo que esto sea una fantasía literaria. Los catalanes suelen tener un espíritu práctico y no creo que piensen que esa ruptura les vaya a beneficiar.

P—¿Por qué este sector político ha alcanzado ahora tanto protagonismo?
R—Creo que ha habido una campaña desde el Gobierno catalán para inculcar el nacionalismo en la sociedad. A partir de la educación y del despilfarro extraordinario de recursos han ido ganando cada vez más espacio. Dudo mucho de que haya una mayoría de catalanes que quiera la ruptura con España. Además, creo que las encuestas lo confirman. La autonomía de Cataluña se puede perfeccionar, sin duda, pero dentro de la unidad que engloba el peso de la historia, de la realidad, de la economía, y de la cultura. Una de las razones del manifiesto de «Libres e Iguales» ha sido enviar un mensaje de apoyo y solidaridad a los catalanes que no son independentistas y que no quieren esta ruptura. Han estado huérfanos. No ha habido una solidaridad activa y dinámica del resto de España. Hay que hacer llegar a los catalanes no independentistas, que son una mayoría significativa, ese mensaje de apoyo y solidaridad por parte del resto.

P—Cuando habló del auge del nacionalismo aquella vez, dijo: «Los dioses no lo quieran»…
R—No es una cuestión de dioses –ríe– sino de seres humanos, de hombres y mujeres. Es un problema que hay que resolver dentro de la legalidad y con un espíritu dialogante. Eso es la democracia y la cultura de la libertad. Por ejemplo, dentro de los firmantes del manifiesto existen personas de toda procedencia ideológica. No es un manifiesto de partido y eso lo hace muy positivo.

P—Ahora que hemos mencionado a los dioses, ¿qué une al nacionalismo y a la religión?
R—Precisamente, el nacionalismo es una religión, un acto de fe. Es una de las reminiscencias del colectivismo que está en el origen de la historia de todos los pueblos. Los nacionalistas convierten en un valor la pertenencia a una nación. Esto es algo dogmático y alejado de la racionalidad. Gracias a la razón hemos conseguido que el individuo sea un ser libre. Así se han conseguido la democracia y los derechos humanos, y una realidad que reconoce a todos los individuos. El nacionalismo está reñido con todo eso, es la fuente de las peores catástrofes de la Historia. Las peores desgracias que ha vivido la humanidad han sido las guerras inspiradas por la ceguera nacionalista. Basta con recordar las matanzas apocalípticas de los dos conflictos mundiales.

P—¿Dónde está la frontera entre el nacionalismo y el sentirse orgulloso de su tierra?
R—No hay que confundir nacionalismo y patriotismo. Es bueno, sano y positivo que una persona tenga una relación entrañable con el mundo en el que nació, con la tierra de sus padres, con el lugar en el que se formó, y que todo eso se exprese en forma de cariño, solidaridad y satisfacción. Ese es un sentimiento positivo. El nacionalismo, en cambio, es fundamentalmente negativo, va contra los otros, supone el rechazo del prójimo. Es la afirmación de uno mismo a costa de rechazar a los demás. La pertenencia a una región se convierte en un valor político, y esto es religión, y la religión mezclada con la política siempre produce violencia e injusticia.

P—¿Cómo escribiría el triunfo del nacionalismo? ¿Cómo lo imagina?
R—No se puede meter en el mismo saco a todos los nacionalistas. Por un lado, están los radicales que creen que se puede matar y poner bombas. Por desgracia, en España hemos conocido este tipo de nacionalismo. Yo diría que es más peligroso aquel que se presenta como algo pacífico, legal y democrático. Si el nacionalismo llegara a prevalecer en Cataluña, eso dañaría y perjudicaría a una enorme cantidad de catalanes y también al conjunto de los españoles. Una minoría no puede decidir por el conjunto de los españoles. España ha sido un país visto con admiración y sorpresa en momentos de la Transición. Hoy día es un elemento constitutivo fundamental de Europa. Dentro de ese contexto, la idea nacionalista catalana es totalmente excéntrica e irresponsable. Sería catastrófico tanto para España como para Cataluña.

P—Imagine que es el narrador omnisciente, aquel que todo lo sabe acerca de esta historia, ¿cuál será el verdadero final?
R—Yo escribiría un final feliz. Procuraría que el nacionalismo quedara como lo que es, una excentricidad, una anomalía. Los españoles y los catalanes, ciudadanos del siglo XXI, y de la Europa más moderna, acabarán por rechazarlo. Esto no supone necesariamente descartar el espacio abierto al diálogo y a las reformas aunque, haciendo las sumas y las restas, creo que el sistema que funciona ahora le ha dado mucho más a España de lo que le ha quitado.

P—¿Qué cree que pasa por la cabeza de Artur Mas?
R—Después de lo de Pujol, Mas y Convergencia están profundamente afectados. No es posible que a lo largo de todos estos años nadie supiera que aquello ocurría, y que el único enterado fuera el protagonista del escándalo. Es absolutamente imposible. Convergencia está teñida por lo que ha ocurrido. Mas se ha metido en una trampa muy peligrosa. Creía que podía domesticar al tigre y montarlo, pero el tigre se lo está comiendo y me temo que se lo comerá por completo.

P—A día de hoy, ¿a qué se parece más Cataluña? ¿A la comedia de «Pantaleón y las visitadoras», o a la seriedad y rigidez de «La Ciudad y los perros»?
R—Cataluña es una comunidad a la que hay que tenerle mucho cariño y admiración. Tiene una cultura muy rica, y personas que han dado mucho a España. Hay que plantear una batalla clara, resuelta y sin ningún complejo de inferioridad, con la convicción de que el primer perjudicado si ese nacionalismo prevaleciera sería Cataluña. Ellos serían los primeros que pagarían cara la insensatez de querer ser independientes. La independencia de Cataluña me parece tan irreal que ni siquiera la acepto como una hipótesis de trabajo.

P—¿Por qué el nacionalismo prende más fácil en tiempos de penuria?
R—Siempre se necesita algún chivo expiatorio. Es muy difícil para el ser humano reconocer que es responsable de su suerte o de su destino. A veces lo es, otras no lo es, otras a medias. Es muy fácil encontrar en el mundo de la pasión y del instinto chivos expiatorios a los que responsabilizar de que todo anda mal. El nacionalismo es el gran chivo expiatorio que se utiliza para todo. «España nos roba». Resulta que no era España la que robaba a los catalanes, sino los propios dirigentes catalanes los que lo hacían. No hay que buscar chivos expiatorios. Hay que asumir responsabilidades.

P—¿«La fiesta del chivo» expiatorio?
R—Algo de la «Fiesta del chivo» hay en toda esta saga de Pujol –se ríe a carcajadas–. ¡Qué envidia que los novelistas catalanes tengan ese material tan rico para escribir en el futuro!

P—Usted también ha hecho carrera en la política. Una vez dijo: «Es imposible obligar a alguien a estar donde no quiere estar». ¿Qué solución propondría en ese caso?
R—No hay que aceptar esa hipótesis porque es descabellada. No hay una mayoría significativa de catalanes que quiera romper con España. Es muy importante dar batalla ahora; una batalla intelectual, de ideas, que debe hacerse con un espíritu dialogante, que es sin duda la esencia de la cultura democrática. No ha ocurrido en Canadá, estoy seguro de que tampoco ocurrirá en Escocia, y tampoco sucederá en Cataluña.