Pablo y Felipe

ABC 15/04/15
DAVID GISTAU

· Pablo Iglesias corre el riesgo de hacerse indistinguible del PSOE

AJaime González lo asombraba ayer el proceso de disolución en lo institucional del Pablo Iglesias antaño montaraz. Que en realidad tiene infinidad de precedentes. Como el de Cohn-Bendit, «Dani el Rojo», quien de las barricadas y los adoquines del 68 pasó, después de un no tan largo tránsito, a un amable escaño en el Parlamento europeo donde la reticencia a la corbata fue lo único que no rindió mientras se le volvía rala la llamarada capilar, como en metáfora de otras extinciones, las temperamentales. Ya hemos comentado que el aterrizaje en el pragmatismo y en el hábito tan de casta de los pactos por poder pueden llegar a defraudar a la parte de la clientela de Podemos que de verdad se creyó que esto iba de bajar de Sierra Maestra. A estos «podemistas» del tic-tac hacia la guillotina apenas les queda, para sentirse como barbudos alrededor de un fuego de vivac, el pañuelito rojo de Monedero, que no sabemos si forma parte de las prendas que Carmen Lomana se ofreció a plancharle para que no saliera de casa a hacer la revolución con el «dresscode» arruinado. Creo, por cierto, que Lomana se marcha ahora a un «reality» de supervivencia, así que le toca a ella «vivir peligrosamente» mientras Monedero acude al plató para participar como comentarista en las galas: los veo juntos saltando en lo próximo de los trampolines, hasta que Monedero logre vender un formato sobre un «reality» en una aldea Potemkin.

Pablo Iglesias, que no en vano es un tipo listo, ya accedió mientras tanto a un estadio institucional en el que incluso se niega a participar en el acto de repudio organizado contra Felipe VI durante la visita de éste al Parlamento europeo. No está mal, tratándose del mismo profesor que coordinaba agresivos escraches contra los visitantes de su Universidad que no encajaran en el molde ideológico impuesto. De tanto pretenderse un político socialdemócrata profesional cuya única diferencia es la ausencia de pasado culpable, Pablo Iglesias corre el riesgo de hacerse indistinguible del PSOE y de no resultar lo bastante excitante como para alterar inercias de voto a un viejo partido cuyo actual líder también es generación a estrenar. Pero empiezo a pensar, y su reticencia a ofender a Felipe VI formaría parte de esto, que él se ve, no tanto como un agente destructivo del régimen del 78, sino como un actor convocado por el Rey, como antaño, para participar en la nueva Transición y en una reconciliación nacional cuya necesidad provendría de una guerra hecha de agravios sociales y desahucios. Tanto que se le buscan analogías, como la del Anguita de los noventa por la fuerza parlamentaria que puede llegar a concentrar, y a lo mejor resulta que como él se ve es como Carrillo en conversaciones con Juan Carlos I e influyendo de esa manera en la refundación de un sistema cuyas negociaciones incluirán a cuatro partidos entre los cuales, a diferencia de cuando se pergeñó la Constitución, no estarán los nacionalistas. Al menos, esa coacción terminó.