Palos y astillas

IGNACIO CAMACHO, ABC – 28/01/15

· La dinastía Pujol: ocho imputados de nueve. Gente de respeto. Una familia para el padre Peyton.

Un padre, una madre y siete hijos; nueve en total y de los nueve ocho están imputados. Tráfico de influencias, fraude fiscal, comisiones irregulares, evasión de capitales. He ahí una familia ejemplar digna de las oraciones del padre Peyton. El clan Pujol, la piedra fundacional de la moderna mitología nacionalista catalana, del idealismo burgués comprometido en la causa de hacer país.  Hubo un tiempo, no corto ni escaso, en que dentro y fuera de Cataluña Jordi Pujol Soley gozó de enorme admiración política.

Un paradigma de sensatez, experiencia y pragmatismo. Daba –alquilaba, más bien– estabilidad a España y promovía beneficios para su tierra; otras comunidades soñaban en vano con un líder similar y la suya le tenía entronizado. Todo el mundo sabía que era experto en el mercado negro de la aritmética parlamentaria y que bajo la férula de su régimen había montada una trama de exacción más o menos consentida, pero gozaba de una anuencia ganada a base de puro sentido práctico que los más entusiastas confundían con visión de Estado. Incluso cuando se echó al monte de la secesión hablabas con él y te llevaba al huerto en la discrepancia: positivista, juicioso, equilibrado. Barría para casa, sí, pero era difícil imaginar que lo hiciese en un sentido tan literal y estricto.

El pasado verano, Pujol se demolió a sí mismo en una confesión estupefaciente: llevaba 23 años cometiendo evasión fiscal. Pronto quedó claro que confesaba la culpa menor para eludir las mayores y extender un manto protector sobre los ya controvertidos negocios de la progenie. Su prestigio se derrumbó como un roble podrido en mitad del bosque, en medio de la catarsis nacional de la corrupción. Artur Mas, el mayordomo que había colocado al frente del poder catalán para que calentase la silla a su delfín Oriol, huyó hacia adelante dispuesto a refundar el proyecto de Convergencia bajo su propio impulso. La política es impía, cruel, y el nacionalismo había encontrado en su patriarca el chivo expiatorio que entregar, en el peor de los casos, para purificarse. Al clan le quedaba el dinero, que Hacienda y la Udef buscan en paraísos fiscales con más intuiciones que tino; otros se llevaban con ellos la bandera.

Ayer, el matrimonio y tres de sus hijos hicieron un penoso paseíllo hacia el edificio de unos juzgados cuyo constructor admite haber pagado una coima. En el patético desfile de los dos ancianos sonaron bocinas de oprobio. Un veredicto popular que sin embargo exculpa a los auténticos herederos del legado de fiducia institucional. Pujol calla, opaco, correoso, coriáceo, aunque con un cierto aire vencido, descalabrado. Ocho imputados de nueve. Palos y astillas. La ingenuidad perpleja de una señora «bien» de Sevilla resumía días atrás –«esos padres han tenido un problema de educación con los hijos, ¿no?»– la simpleza moral de ese sombrío fracaso.

IGNACIO CAMACHO, ABC – 28/01/15