Pequeñas diferencias

ABC 10/05/15
IGNACIO CAMACHO

· Los británicos han vivido la crisis sin descreer en el sistema. La cohesión de sus valores ha cerrado el paso al nihilismo

UN hondo suspiro, más de consuelo que de alivio, ha recorrido las sedes del PP tras las elecciones de Gran Bretaña. No tanto por la victoria del «pariente político» Cameron como por la evidencia de que las proyecciones demoscópicas han fallado. El error de las encuestas inglesas se ha convertido para el marianismo en un mensaje de ánimo con el que galvanizar en campaña a un partido en estado de abatimiento: los tories han ganado con una política de ajustes y un crecimiento capaz de crear dos millones de empleos. El concepto de la mayoría silenciosa, tan grato para Rajoy, alienta la esperanza de los populares en un resultado escondido entre los sondeos adversos. En Génova y La Moncloa suena un voluntarista «sí se puede», aunque los candidatos territoriales sean más pesimistas: ellos piensan en el día 24 mientras el estado mayor tiene la vista puesta en noviembre.

Magro quitapesares parece, no obstante, el correlato británico. En primer lugar porque allí reina una mentalidad anglicano-calvinista que valora la cultura del esfuerzo y el sacrificio con mucha más fe que la de la líquida sociedad española. Además el paro en las islas está en el 5 por ciento, los estragos de la crisis han sido menores y entre la clase media sigue brillando con cierta fuerza el esplendor del dinero. Pero sobre todo los ingleses no han vivido con tanta intensidad como nosotros el colapso general de la política ni la corrupción les ha llevado a una global descreencia en el sistema institucional. Los ciudadanos mantienen una razonable confianza en sus estructuras de representación y la seguridad en la cohesión de sus valores ha cerrado el paso al relato nihilista de los populismos. Por último, last but

not least, el Partido Conservador es una organización con solera de tres siglos cuya identidad democrática está exenta de sospechas; salvo en Escocia, forma parte de la normalidad histórica y de la más noble tradición política y los ciudadanos arrinconarían a cualquier iluminado que pretendiese cercarlo con un cordón sanitario.

En España la derecha vive aislada bajo un prejuicio ideológico. En eso no se equivocan las encuestas, que certifican la percepción del PP como un partido rodeado de recelo social. La aparición de Ciudadanos le ha abierto una brecha inesperada que puede provocarle una sangría. Por primera vez desde 1990 los votantes del centro-derecha tienen una opción alternativa, fresca y novelera, desprovista de esa etiqueta vergonzante que impone la hegemonía dogmática del igualitarismo, del sedicente pensamiento progresista. Cameron, que dista de ser un líder sólido ni empático ni churchilliano, no ha necesitado disfrazarse de liberal ni menos de socialdemócrata; su discurso blasonaba de conservadurismo compasivo. Pero habría tirado al Támesis a cualquier acomplejado ministro que se jactase de subir impuestos para descolocar a la izquierda.