Por qué no hay que ceder con los separatistas

JOSÉ GARCÍA DOMÍNGUEZ – LIBERTAD DIGITAL – 05/10/15

· A los separatistas catalanes les ocurre como al Cid: también ganan las batallas después de muertos. Apenas cinco minutos más tarde de haber salido escaldados de su famoso plebiscito, han vuelto a triunfar en lo que mejor han sabido hacer siempre: la venta de humo al por mayor. Cautivos de la alegre muchachada perroflauta y con el culo soberanista al aire tras haberse constatado minoritaria la querencia por la secesión entre el censo local, han logrado, no obstante, imponer de nuevo su marco mental a las élites madrileñas. He ahí, desde Pedro Sánchez y el incontinente Margallo hasta la última plañidera de la progresía biempensante mesetaria, ese coro de grillos liquidacionistas presto a ceder cuanto sea necesario al fracasado de Barcelona.

Aunque en España nunca haya habido una tradición de grandes matemáticos, no debería costar tanto que se entendiese la distancia cósmica que separa a los 62 diputados que poseía CiU antes de ponerse en marcha el proceso de esos miserables 29 escaños con que cuenta el partido de Artur Mas a estas horas. Parece sencillo. Pues nada, no hay manera de que lo comprendan. Una triste incompetencia aritmética, la suya, que encuentra expresión doctrinal en la célebre Tercera Vía, el ni con España ni contra España tan caro siempre a cierto Madrid cursi, flácido y bobaliconamente transversal. Porque solo desde la interiorización del relato nacionalista se puede mercadear con esa mercancía tarada, la que pasaría por el llamado pacto fiscal y un blindaje del monolingüismovernáculo en todos los ámbitos.

Dos obsesiones, monopolio exclusivo de la germanía local en la vida pública y privilegios tributarios parejos a los vasco-navarros, mucho más relacionados entre sí de lo que se tiende a pensar. Al punto de que la materialización del uno sin el otro haría inviable en la práctica laconsumación del proyecto del catalanismo contemporáneo. Y es que nadie ignora en sus salas de máquinas que la extensión del concierto vasco acarrearía, y a muy corto plazo, la vuelta de los flujos migratorios procedentes de Andalucía. Lo saben inevitable y la mera idea les aterra. La fijación de la población al territorio en el mediodía español ha sido la contrapartida invisible de las transferencias fiscales del Norte hacia el Sur a partir de la década de los ochenta. Si eso se acabara, o se limitase de modo significativo, el trasiego humano en sentido inverso tornaría a reactivarse igual que a mediados del siglo XX.

Pero con una notable diferencia: hace seis décadas arribó a Cataluña mano de obra con destino a las viejas cadenas de montaje de la vieja era industrial. Ahora, en cambio, arribarían legiones de universitarios sobrecualificados a pugnar por un empleo con el preciado autóctono. Nada nuevo, por lo demás. Al cabo, no otra es la clave oculta sin la cual resulta imposible comprender una de las fijaciones más profundas del catalanismo político desde su mismo origen. Me refiero esa obsesión recurrente de los nacionalistas con el asunto del idioma. Sucede que el catalán no alcanzó el que habría sido su sino histórico, o sea la extinción y el olvido, precisamente por su inopinada utilidad como arma económica cuando, de pronto, sirvió para distinguir entre los nativos y los forasteros.

Cataluña, conviene no olvidarlo, constituye uno de los mayores melting potde Occidente. Aquí, todos somos charnegos si se rasca un poco hasta la tercera generación. Como suele repetir Jesús Royo Arpón, «Cataluña quizá sea una nación milenaria, pero los catalanes somos unos recién llegados desde otra parte». De ahí que la lengua, más allá de romanticismos letraheridos, cumpla siempre, ahora igual que antes, la muy precisa función de un arancel invisible frente a la competencia procedente del exterior. La complicidad de las clases medias autóctonas con un programa político tan abiertamente egoísta y sutilmente xenófobo como el que encarna Junts pel Sí tiene mucho que ver con esa funcionalidad inconfesable. Por eso la insistencia permanente con la cantinela delblindaje cultural: quieren otro arancel Cambó. Y lo volvería a pagar Andalucía.

JOSÉ GARCÍA DOMÍNGUEZ – LIBERTAD DIGITAL – 05/10/15